Rusia ha hecho un
acercamiento a América Latina, apremiada por su coyuntura política, sus
intereses de corto plazo y por la necesidad de consolidar un orden multipolar.
Fander Falconí / El Telégrafo (Ecuador)
Vladimir Putin,
presidente de la potencia más extensa del planeta, aparece en variadas
imágenes: con un rifle de asalto, como instructor de artes marciales, con osos
y tigres, subido en una Harley Davidson, en un coche de Renault para Fórmula
Uno o sumergido en las frías aguas de los lagos de Siberia.
Con esa misma audacia y
en diversos escenarios, Rusia quiere recuperar el tiempo perdido con América
Latina. Putin estuvo en Brasil para presenciar la final del Mundial de fútbol y
participar en la reunión de los países miembros del grupo Brics (Brasil, Rusia,
India, China y Sudáfrica). Ahí se reunió con los países de Unasur.
Los Brics anunciaron la
puesta en operación del banco de desarrollo, alternativo al Banco Mundial y al
FMI, y a un fondo de reservas de emergencia con un capital conjunto de $ 100
mil millones. El viaje de Putin coincidió
con la condonación del 90% de la deuda externa cubana, heredada de la
ex-Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), en cerca de $ 35 mil
millones. Rusia tiene una colaboración estratégica con Nicaragua para la
construcción de un canal interoceánico, alternativo al de Panamá.
El conflicto en Ucrania
ha tensado las relaciones de Washington y Bruselas con Moscú. Además, en días
pasados, la diplomacia rusa extendió el asilo político al exempleado de la
Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU., Edward Snowden. Ante las presiones
políticas, militares y restricciones financieras impuestas por la Unión Europea
(UE) y EE.UU., Rusia ha vetado las importaciones de alimentos de esos países y
otros (Australia, Canadá, Japón y Noruega) y se ha propuesto comprar a América
Latina. Esto genera, como vemos en el caso de Argentina y Brasil, opciones de
colaboración de mercado mucho más directas y concretas.
Sergei Glazyev, uno de
los más destacados economistas rusos y asesor directo de Putin, va más allá:
propone ampliar la producción interna, lograr autosuficiencia, crear un sistema
monetario soberano y una activa política en innovación para alcanzar progreso
en ciencia y tecnología.
Las exportaciones de
alimentos de la UE, EE.UU. y los otros países que prohibió Rusia suman cerca de
11 mil millones de euros anuales. Esto deja a los países de la UE con
excedentes de frutas, vegetales, papas, carne de cerdo. No solo es una
oportunidad comercial para los países latinoamericanos, entre ellos Ecuador, y
sus empresas, sino la posibilidad de ingresar en un mercado de 146 millones de
habitantes.
Rusia ha hecho un
acercamiento a América Latina, apremiada por su coyuntura política, sus
intereses de corto plazo y por la necesidad de consolidar un orden multipolar.
La UE ha mostrado su desacuerdo con esta aproximación. Hay que suponer que,
aparte de la escalada de la nueva guerra fría, Europa tendrá, por fuerza, que
equilibrar su balanza comercial con Rusia, con menos importaciones, y esto
repercutirá en las ganancias de los productores rusos.
Nuevos mercados, nuevos
intereses, nuevos aliados, nuevos amores geopolíticos. La disputa mundial
obliga a mover fichas con habilidad y rapidez. Nadie puede perder tiempo ahora.
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