Evita es la clave
femenina de la lucha por la emancipación contemporánea, en estos tiempos
convulsionados donde se vienen cristalizando reivindicaciones históricas para
la mujer.
Maximiliano Pedranzini* / Especial para Con Nuestra
América
Desde Misiones,
Argentina
El pueblo y Eva. |
Se cumplió un nuevo
aniversario de la muerte de Eva Perón [7 de mayo de 1919 - 26 de julio de 1952], una de las mujeres más importantes del
último siglo, no solo de Argentina, sino también de nuestra América.
Esto nos lleva a
reflexionar en torno a lo que representa su figura para los sectores
desclasados y marginados de la sociedad. ‘La abanderada de los humildes’ fue
uno de los tantos epítetos que recibió por parte del pueblo esta mujer cuyo
propósito fundamental era el de incorporar a los grupos sociales postergados al
sistema económico, restituyéndoles la dignidad despojada por la oligarquía a
través de la cultura del trabajo, proceso que, en el contexto de Bienestar Social
y en el marco de las políticas keynesianas asumidas por el Estado, ha sido
efectivo y cristalizado por su rol determinante que, pese a su desaparición
física en 1952 y el posterior golpe de Estado de 1955, perduró en sus acciones sociales , estando latentes en el corazón del pueblo y su legado continuaría
vivo a pesar de todos los intentos por borrarlo del mapa. Un legado que no
estaba vinculado únicamente a su memorable praxis social, sino que tomaba forma
en la lucha por la igualdad y la liberación de su propio género, en la lucha de
las mujeres.
En este sentido, es
menester remarcar el contexto histórico en el que se desenvolvía la militancia
de Eva Perón, ya que fueron posibles las reivindicaciones sociales gracias a la
próspera situación económica que atravesaba la Argentina, teniendo como
plataforma de ejecución de dichas políticas al Estado. Sin los resortes
estratégicos que brindaba el aparato estatal, toda la acción de ‘Evita’
difícilmente se hubiera llevado a cabo. En consecuencia, el contexto es un
factor esencial para poder comprender de qué manera se van construyendo las
diferentes figuras de nuestra historia.
Asimismo, uno de los
pilares de esta lucha que llevó adelante Eva Perón se encuentra en la sanción
del voto femenino en 1947, haciendo que las mujeres se incorporen formalmente a
la arena política, lugar dominado hasta ese entonces por el género masculino.
Gracias a esta legitimidad conseguida por Eva Perón, la Argentina se adscribe a
la lista de países latinoamericanos que obtuvieron el sufragio femenino, que
tiene como precursor a Ecuador, que consiguió el derecho al voto gracias a la
médica Matilde Hidalgo de Prócel, quien en 1924 plateó la necesidad de que la
mujer pudiera ejercer su derecho a votar.
Este largo y difícil
proceso iniciado en Ecuador ha sido el faro para que ‘Evita’ haya tomado las
riendas de la lucha para extender la ciudadanía política a las mujeres en
Argentina.
Pero la figura de Eva
Perón va más allá de la lucha por la ciudadanía política. En el breve -pero
intenso- tiempo que estuvo en la vida pública y con un fuego que parecía nunca
apagarse, se ha convertido en el paradigma de lucha de la mujer
latinoamericana. Porque a nuestro juicio, Evita no es patrimonio de la
Argentina sino de todo el continente; como ocurre con la figura del ‘Che’
Guevara, quien se ha transformado en un ícono de lucha para Nuestra América.
Con Evita pasa lo
mismo. Su reconocimiento ha sido tan grande en las últimas décadas que ocupa un
lugar privilegiado en la historia latinoamericana. Ni el ‘Che’ ni Evita tienen
una nacionalidad específica y única. Su nacionalidad es la Patria Grande. Dos
símbolos que transcienden a su lugar de origen para hacer de toda América su
hogar. Como saben quién fue Ernesto Guevara, también han oído hablar de María
Eva Duarte de Perón y lo que significa para el pueblo oprimido. Su nombre tiene
el mismo valor que el del ‘Che’ y otros revolucionarios latinoamericanos. En
cada rincón donde exista exclusión, desigualdad y lucha por la dignidad, ahí
está Eva Perón.
Ahora, ¿cuál es ‘la
última Eva’? ¿Dónde reside? ‘La última Eva’ es la primera, la que surgió una
noche de 1944 cuando conoció a Juan Domingo Perón. Una figura que a diferencia
de otros personajes de nuestra historia, no tiene varias etapas a lo largo de
su trayectoria. No existe por lo tanto una última Eva. Ni en la historia ni en
el mito. Solo hay una, que con el paso de los años se vuelve cada vez más
grande y tenaz. Una mujer consecuente, sin contrapuntos o contradicciones que
se le puedan señalar. Una mujer unidimensional, no en el sentido crítico que
planteaba Herbert Marcuse en 1964, donde el sujeto está subordinado al
capitalismo, sino que su unidimensional libertaria chocaba con un universo
plagado de injusticias. Ella apareció para torcer el rumbo de ese universo y
ponerlo de cabeza.
Evita ha sido una
bisagra en la historia de la mujer y de los más necesitados de América Latina,
quienes fueron acogidos por ella. Muestra de esto fue el terremoto que sufrió
Ecuador en 1949 y que con la ayuda de su fundación social que llevaba su mismo
nombre logró asistir a las poblaciones damnificadas por el sismo. Un gesto de
altruismo que quedaría marcado en la sociedad ecuatoriana.
Evita es la clave
femenina de la lucha por la emancipación contemporánea, en estos tiempos
convulsionados donde se vienen cristalizando reivindicaciones históricas para
la mujer.
‘La última Eva’
encarna, por tanto, la mujer luchadora que surge de las masas populares. Una
mujer que no descansa por la liberación, no solo de su género, sino de su
pueblo. Una Eva colectiva en la que el espíritu de Evita vive en cada una de
esas mujeres que luchan para transformar la realidad. Una realidad que nace
desde lo cotidiano y avanza hacia lo social.
Esa es ‘la última Eva’.
La que habita en el pueblo. Un pueblo que tiene rostro de mujer.
*Maximiliano Pedranzini
es ensayista e integrante del Centro de Estudios Históricos, Políticos y
Sociales ‘Felipe Varela’, de Argentina.
"Eva" (1976), de María Elena Walsh.
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