sábado, 12 de junio de 2021

Argentina: La gesta de Güemes en la visión de un militar humanista

 El 17 de junio del año en curso, se cumplirá el bicentenario de la muerte de Martín Miguel de Güemes, único general argentino fallecido en combate durante la Guerra de la Independencia. 

Carlos María Romero Sosa / Para Con Nuestra América

Desde Buenos Aires, Argentina                                 


Es bien conocida la circunstancia del enfrentamiento del Héroe Gaucho con una patrulla del coronel español José María Valdés, alias Barbaducho, que como vanguardia del general realista Pedro Antonio Olañeta había ocupado la ciudad de Salta. Güemes, al enfrentar un grupo de los invasores resultó herido de muerte. Menos se ha difundido cómo fue titulada la noticia de su final por la Gaceta de Buenos Aires, el 19 de julio de 1821: “Murió el abominable Güemestenemos un cacique menos.” Ciertamente  fue “odiado, perseguido y calumniado”, como lo reconoció en su momento Facundo de Zuviría, presidente del Congreso General Constituyente de 1853 que sancionó la Constitución Nacional y en la juventud un acérrimo adversario de  Güemes.

 

El jurista e historiador salteño Abel Cornejo ha señalado en “Martín Miguel de Güemes. Un proyecto geopolítico inconcluso”,  conferencia pronunciada el 4 de mayo de 2016 con motivo de incorporarse como miembro correspondiente en Salta de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas: Le tocaba al gobernador Güemes asumir la defensa nacional por el norte, administrar su provincia y contentar los espíritus agitados que no entendían su epopeya ni su estrategia, pues preferían negociar o someterse que mantener la vocación soberana y la construcción de una identidad nacional, de la cual sin duda el caudillo salteño fue el primer eslabón de una larga cadena de entrega y sacrificios. Estos frentes no eran fáciles. Máxime, cuando deben conciliarse los asuntos de la guerra con los negocios de Estado. Más aún cuando su gobierno no tenía circulante, lo cual significó la creación del Fuero Gaucho que, como su remoto antecedente de Vizcaya, consistió en dar en pago a sus gauchos y soldados, pequeñas parcelas para que pudieran establecer sus familias y trabajar la tierra, ante la imposibilidad de liquidarles su salario.” Sin duda será esta medida, así como las contribuciones forzosas, lo que lo malquistó con los sectores de poder económico locales. No en vano el rechazo de los ilustrados de la Patria Nueva concordante con el posterior juicio del General José María Paz vertido en sus Memorias: “empleó el bien conocido arbitrio de otros caudillos de indisponer a la plebe con la clase más elevada de la sociedad.”

 

El Fuero Gaucho, un reglamento que advirtió el arquitecto Francisco M. Güemes en su trabajo sobre el tema publicado en el número 5 correspondiente a 1981 del Boletín del Instituto Güemesiano de Salta,  “no hizo otra cosa que actualizar los privilegios de que, según disposiciones anteriores, ya venían gozando las milicias a través a través de toda la época colonial en los diferentes dominios de España en América”.  Poco importa que haya obedecido a una pragmática salida  ante un real problema de finanzas públicas o que resultara más un traslado a Salta de añejas instituciones peninsulares creadas durante la Reconquista Española, que propiamente intentara el instrumento una suerte de reforma agraria como la promovida en 1815 por José Gervasio de Artigas en  el “Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el Fomento de la Campaña y Seguridad de sus hacendados”, dejando allí asentado en su artículo 6to. que “los más infelices serán los más privilegiados”. Lo cierto es que el salteño tocó intereses concretos y habría que estudiar el tema con el detenimiento que Engels se tomó para analizar la guerra de los campesinos alemanes del siglo XVI. 

 

Quizá la vigencia política en el orden local y nacional de varios de sus descendientes hizo imposible silenciar al Caudillo, aunque escindiendo su notable perfil de patriota de cualquier otro elemento más molesto para la propietaria “gente decente”. Así por ejemplo Bernardo Frías cuya tesis doctoral en derecho presentada en la UBA en 1892 trata sobre obligaciones y responsabilidades del inquilino, en su Historia de Güemes y de Salta, que consta de seis tomos comenzados a publicar en 1902, obra más allá de sus méritos imbuida de positivismo y darwinismo social en sus referencias racistas, elevó su gesta a niveles homéricos; a la epopeya de un centauro por sobre  la de todo un pueblo en armas proponiéndola “superior a aquellas realizadas por Pelayo en España y por Juana de Arco en Francia”. Empero era ese mítico Güemes el digerible y a homenajear en su tierra, ya que aquí su monumento dispuesto por ley nacional 5689 de 1907, se demoró setenta y cuatro años en inaugurarse, hasta 1981. Tanto es así que el lunes 21 de mayo de 1921, La Prensa informaba que para cambiar ideas sobre los actos recordatorios en su centenario, el entonces Intendente Municipal de la ciudad de Salta, Bernardo Moya, se reunió con Bernardo Frías, Andrés A. Isasmendi, Arturo S. Torino, Carlos Serrey y David Saravia Castro. Por supuesto faltaba algún nieto o bisnieto de sus gauchos “honrados y valientes” en la caracterización del orgulloso jefe de ellos a Olañeta.   

 

Sin embargo, Güemes también fue asumido sin beneficio de inventario por otros historiadores más modernos. Uno de ellos fue el coronel Federico Aquiles Gentiluomo  en su libro de 1954: “Güemes el guerrillero genial” (Editorial Docme). El nombrado oficial del Ejército Argentino que había cursado la Escuela Superior de Guerra y más tarde estudio varios años Derecho en la Universidad de Buenos Aires, se dio a analizar allí la estrategia y la táctica de la guerra de guerrillas en que se empeñó el prócer; guerra de recursos e irregular por no amoldarse a los principios básicos de la conducción regular. 

 

Concretó de ese modo lo avizorado en junio de 1921 por el gobernador de Salta Joaquín Castellanos en su discurso del Teatro Güemes, durante la velada cívica que el gobierno provincial organizó para recordar el primer centenario de su paso a la inmortalidad: “Como militar Güemes merece ser estudiado, y lo será seguramente por los técnicos de su arte, como un estratega original”. Su enfoque exalta el material humano de la Guerra Gaucha, así calificada por Lugones; y en la visión de Gentiluomo, el gauchaje no era la plebe soliviantada por su jefe según  el general Paz, o el “saqueador de las tiendas y casas” que cuenta Frías, sino el hombre “propenso a todas las manifestaciones del espíritu: la mujer, el amor al terruño y por ende a la patria, a la libertad (que es la esencia de la vida), al honor, a la admiración a los hombres que se imponen por su fuerza o por su habilidad.”

 

Historiador próximo al revisionismo y amigo y lector de José María Rosa, no obstante su método debe rastrearse en lo que hace a  la aproximación al hombre lugareño y al paisaje del noroeste argentino -que Gentiluomo menciona técnicamente como el terreno y el teatro de operaciones-, en la intuitiva sociología de Sarmiento presente en el Facundo al destacar las habilidades criollas de los gauchos de Güemes. Lejos de las levas obligatorias descriptas en el Martín Fierro en la no tan popular lucha contra el aborigen, prueba la deserción del propio Fierro,  Gentiluomo subrayará luego, y es de deducir que ello constituye  una marca característica de una guerra popular: “El reclutamiento es un simple levantamiento en masa  de toda la población y de carácter no permanente. Cuando el enemigo amenaza, los hombres se reúnen rápidamente para concurrir a la lucha. Cuando el peligro se aleja vuelven a sus tareas habituales.” 

 

En sucesivos capítulos aborda la preparación, los medios, el desarrollo de la campaña y el problema estratégico de la Guerra Gaucha para concluir que la identificación del Caudillo con su tropa -en sus palabras: “su influencia decisiva sobre los hombres”-,  permitió conducirlos a la victoria y erigirse Güemes ante la posteridad como el “Guerrillero Genial”.

 

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El coronel Federico A. Gentiluomo, ascendido post morten a general de brigada en 1973, nació el 14 de febrero de 1912 en la ciudad de Buenos Aires y en 1932 egresó del Colegio Militar con el grado de subteniente del arma de infantería. A iniciativa suya, la Dirección General de Propaganda del Ejército que tuvo a su cargo en 1951, pasó a llamarse Dirección General de Difusión. Los destinos castrenses cumplidos antes en distintas provincias le permitieron conocer in situ el país, advertir las deficientes condiciones de vida de los sectores más humildes de la población y buscar la forma de modificarlas. Su creciente prestigio como historiador y publicista le valió que en 1955 se lo designara representante del Ejército ante la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos. Erudito investigador sanmartiniano publicó en 1950: “San Martín y la Provincia de Cuyo. Precursores de la Nación en Armas”. En tanto que, al Congreso Nacional de Historia del Libertador, reunido en Mendoza el mismo año, presentó las ponencias premiadas: "San Martín ante la posteridad" y "Los planes de las operaciones del General San Martín”. En otro libro enfocó la personalidad militar de Mariano Necochea y en “El visionario de la Patria”, biografió a Manuel Belgrano. Entre otros Roberto Etchepareborda cita sus ensayos historiográficos en el libro “Historiografía Militar Argentina” publicado por el Círculo Militar en 1984.  Aunque no solamente abordó temas del pasado sino también publicó volúmenes sociológicos y políticos, así “Perón, el ejército y la iglesia” y “Desafío a la Revolución Argentina”. De verdadero espíritu humanista fue poeta, escultor y autor de libretos cinematográficos sobre personajes históricos como Macacha Güemes.

 

Testigo y víctima de los desencuentros entre argentinos, sufrió prisión durante la Revolución Libertadora –en la Resistencia Peronista coordinó las tareas de sus compañeros desde el Servicio de Inteligencia Peronista- y más tarde volvió a ser detenido bajo el gobierno de Frondizi. La inspiración poética lo confortó y ya en su primera reclusión pudo volcar en sugerentes endecasílabos sus irrenunciables afanes de justicia social y bien común enraizados en su humanitarismo cristiano: “No me espanta el idioma de las rejas/ en su rudo monólogo de espectro;/ ni me apena la luz de alguna estrella/ que en la noche se filtra hasta mi lecho./ Lo que rompe mi tensión a golpes,/ lo que crispa mi sangre y mis entrañas,/ es la impotencia de llevar mi aporte/ a la lucha por ellos empeñada./ Por ellos, mis hermanos de la plebe,/ de la chusma bendita de Almafuerte,/ que, oprimida en mil garras, se estremece/ ansiosa de cambiar su aciaga suerte.” Su hija Estela Alicia Gentiluomo de Lagier, rescató este poema y lo incorporó a su “Reseña Biográfica del Coronel Federico A. Gentiluomo” (Buenos Aires, 1970).   

 

Federico A. Gentiluomo falleció el 5 de junio de 1970. En 1965 sicarios de los servicios asesinaron a su esposa, la también militante justicialista Lastenia Fulvia Antoni, a quien llamaban “La Gringa”. Fue arrojada al vacío desde un décimo piso; un método similar al que emplearía la represión “occidental y cristiana” en la noche del 24 de marzo de 1976 con el mayor Bernardo Alberte.                                                                                                                                                                                                                        

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