En los últimos meses, ha hecho erupción nuevamente el sentimiento libertario de los pueblos; una nueva ola democratizadora, popular y antineoliberal está cruzando todas las latitudes de Nuestra América.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
No es viable establecer generalizaciones para todos los países. Cada cual tiene su propia historia, idiosincrasia, práctica organizativa y experiencia en las luchas populares que hacen inútil copiar modelos y métodos de acción. Los pueblos, a partir de su ejercicio propio, irán señalando el derrotero que debe seguir el camino de la liberación.
Las fuerzas democráticas, progresistas y revolucionarias (que no son las mismas) forjaron coaliciones a finales del siglo posado que llevaron al gobierno a líderes populares que en casi todos los casos no provenían de los partidos tradicionales. Las organizaciones y los militantes sobrevivientes de las luchas de la segunda mitad del siglo XX se incorporaron como furgón de cola de estos avasalladores procesos que irrumpieron en la región tras el triunfo electoral del Comandante Hugo Chávez en 1998.
La izquierda en el gobierno en varios países de América Latina durante los primeros quince años de este siglo produjo profundas mutaciones políticas, económicas y sociales que coadyuvaron al mejoramiento de las condiciones de vida de millones de ciudadanos…pero no accedieron al poder. Con todo, es indudable que el saldo de esos tres lustros es altamente positivo en materia de avances democráticos, redistribución más equitativa del ingreso, defensa de la soberanía, inclusión y participación social.
Pero no pudieron superar algunas lacras del capitalismo enquistadas culturalmente en la psiquis y la conciencia de muchos que llegando a cargos públicos, no establecieron claras diferencias con el pasado. La burocracia, la ineficiencia administrativa, el nepotismo, la mediocridad gubernamental en algunos casos y sobre todo la corrupción, permearon y minimizaron la gran obra transformadora que hicieron en cada país, y como un todo dieron a América Latina y el Caribe la posibilidad de ser un actor protagónico presente y actuante en la dinámica internacional por primera vez en la historia.
No se debe olvidar que, frente a la imposibilidad de competir en condiciones de igualdad con la derecha por su abrumador poder económico, militar e institucional, el arma más poderosa que ha esgrimido la izquierda por décadas es su inigualable talante ético, su superioridad moral y su elevada conciencia política que permite hacer extraordinarios sacrificios, sin pedir nada material a cambio.. Cuando se pierden estas virtudes, quedamos desarmados.
No subestimo la labor de zapa que realizan Estados Unidos y las potencias, pero no se puede suponer que sea posible realizar un proceso de transformación de la sociedad contando con el visto bueno imperial. Ello sería hasta peligroso. En su ADN, Estados Unidos trae su vocación injerencista e intervencionista. El que asuma la causa de los pueblos ante el sistema de dominación, debe saber que se va a enfrentar a la reacción brutal de quienes pretenden mantener el sistema de predominio y control a cualquier costo.
En los últimos meses, ha hecho erupción nuevamente el sentimiento libertario de los pueblos; una nueva ola democratizadora, popular y antineoliberal está cruzando todas las latitudes de Nuestra América. Sería un error querer caracterizar los acontecimientos actuales a partir de valores y categorías del pasado.
Toda juventud es esencialmente transformadora. Salvador Allende lo dijo de forma terminante: “Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica”. En esa medida los jóvenes son eterna y naturalmente incomprendidas cuando asumen – a su manera- la conducción de los procesos sociales. Siempre ha sido así, la diferencia con lo que ocurre hoy es que la evolución e innovación tan profunda y acelerada de las comunicaciones y las tecnologías ha hecho que esa distancia se haga más abrumadora.
No se trata de plantearse la lucha emancipadora en términos generacionales, ni caer en los extremos de desechar a los mayores o, lo que es peor, ser un veterano que promueve a los jóvenes despreciando a otros iguales. El que sea verdaderamente revolucionario lucha por su espacio y se va a imponer si sus ideas son justas, y correcto el análisis que hace de la situación concreta. Es normal que lo arcaico se resista a los cambios y que lo nuevo quiera avasallar a todo lo que se le enfrenta, pero peor es la inmovilidad, la parálisis en la acción y el letargo acomodaticio para ostentar mejores posiciones de poder.
Lo complicado es encontrar la justa medida entre una y otra cosa. Los países asiáticos y los pueblos originarios en nuestra región hacen práctica cotidiana de esta aparente contradicción. Aunque son los jóvenes los que toman las decisiones, nunca desechan a los viejos porque consideran que son portadores del conocimiento y la sabiduría ancestral tan necesarios para la correcta toma de decisiones.
Hace unos días, escuché una interesante entrevista realizada por la radio argentina FM de la Azotea de Mar del Plata al pre candidato presidencial chileno Daniel Jadue, actual alcalde de la comuna de Recoleta de la capital ese país. Esta entrevista se suma a otras en las que he escuchado a Jadue con atención, resultando positivamente sorprendido al descubrir en su discurso respuestas a varias de las inquietudes expresadas anteriormente.
Aunque Jadue rebasó ya los 50 años, percibí en él, una retórica fresca que va desgranando con meticulosidad quirúrgica las preguntas del periodista sin eludir ninguna de ellas. Eso no sería tan relevante si no fuera porque encontré una mirada dialéctica frente a temas que rebasan los estrictos márgenes de Chile y sus avatares.
En primer lugar y ante los evidentes éxitos de su gestión municipal, Jadue evade el autoelogio tan propio de los burócratas “profesionales”. Una y otra vez se asume como parte de un colectivo de alto nivel político y elevada capacidad profesional y técnica que ha logrado construir un modelo de desarrollo popular y anti neoliberal, lo que se creía imposible en Chile. En la misma tónica, rechazando protagonismos individuales y caudillismos de cualquier índole, le atribuye el mérito del momento político de flujo que vive su país al pueblo chileno, sus organizaciones populares y sociales. No me creo confundirme, tengo muchos años para no ser capaz de distinguir al charlatán populista de quien -como Jadue- con argumentos aporta a favor del verdadero sentido de lo popular en el quehacer cotidiano de la política.
En otro plano, refiriéndose a la realidad actual. Daniel Jadue rechaza la idea de “estallido” y de que todo comenzó el 18 de octubre de 2019 cuando los estudiantes se saltaron el torniquete del transporte público subterráneo para manifestar su rechazo al aumento de dicho servicio. Explica con muchos detalles históricos y con apasionada vehemencia que estos hechos vinieron a hacer patente un largo proceso de acumulación de fuerzas que inicia tras el golpe cívico-militar fascista de 1973. Con esto, interpreta el sentir de los que lucharon y combatieron de diferentes formas a la dictadura, los que resistieron la ofensiva neoliberal y anti popular en los 30 años de gobiernos de las dos derecha del duopolio de poder que dio abrigo y sostenimiento al modelo gestado por Pinochet y su camarilla y, por supuesto, a los que se enfrentan hoy a la expresión más feroz de ese modelo que estando en el gobierno o en la oposición, aspiran a darle continuidad.
En este sentido, y tal vez sin proponérselo, Jadue se transforma en una bisagra que articula la lucha de diferentes generaciones que poseen miradas disimiles frente al devenir de los probables acontecimientos. No se cierra a la participación de nadie, le concede un papel protagónico a los movimientos sociales dando respuestas precisas a las interrogantes del periodista en torno a cuáles deberían ser las medidas que tendría que tomar un gobierno de orientación distinta para darle viabilidad a un modelo alternativo para este Chile que fue presentado como el súmmum del éxito neoliberal.
Y aquí se revela otra muy interesante faceta que emerge de su extraña formación profesional que imbrica su condición de arquitecto y sociólogo. El actual alcalde de Recoleta expone un alto nivel teórico en cuanto al manejo moderno de la ciencia y la tecnología puestas al servicio de la administración pública Así, agrupa bajo una misma mirada los aspectos científicos y técnicos en cuanto a su necesaria vinculación con lo social.
Para finalizar, otro aspecto que me parece reconfortante al estudiar el discurso de Jadue, es encontrar un político de su tiempo, pero también el que enlaza el ayer con el hoy para proyectar el mañana al exponer los aspectos de la política en todos sus niveles. Ante preguntas del periodista, Jadue profundizó en su conocimiento de la administración local, lo que -sin embargo- no fue óbice para que explicara con lujo de detalles la forma en que planea ampliar tales aprendizajes exitosos a todo el país –si llega a ser elegido presidente- sin recurrir a enrevesadas fórmulas inentendibles, o peor, irrealizables. Con un lenguaje llano demuestra la factibilidad de demoler el modelo neoliberal para hacer de Chile nuevamente un país democrático y solidario.
En el plano regional y global, el candidato –sin ambages- asumió las banderas de la izquierda, sin dudas, sin cuestionamientos, con espíritu crítico pero respetuoso de las experiencias anteriores, pero con una firmeza que denota su voluntad de poner a Chile -otra vez- en la senda de la integración con su pares latinoamericanos asumiendo los principios de no injerencia, no intervención en los asuntos internos de otros países y respeto a la soberanía y al derecho de auto determinación.
Hace diez años cuando me iniciaba en estas lides de escribir periódicamente, a la luz de lo que en esos días ocurría en el país austral mi primer artículo se tituló “´Por la razón o la fuerza`, Chile está vivo”. Lo iniciaba diciendo: “Sin registro electoral alguno, Pinochet impuso fraudulentamente la Constitución que legalizó su modelo político autoritario de economía neoliberal de mercado. La constitución pinochetista encadenó un entramado jurídico antidemocrático que consagró un modelo gatopardiano en el que todo debía cambiar para que todo siguiera igual”.
Y finalizaba: “Hoy, los jóvenes están en las calles y luchan por sus derechos. Han comenzado a hacer válido el lema del escudo de Chile, “Por la razón o la fuerza”. Toda la fuerza de la juventud chilena en favor de su lucha junto al pueblo. Chile está vivo”. Cuanta felicidad me produce testificar que tal convicción de hace una década, señala hoy un camino de victoria.
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