Después de los años noventa del siglo pasado, en el Perú persisten las luchas por la democratización del Estado, con resultados esquivos. En el 2021, en un contexto electoral, nuevamente el Perú se encuentra con esas tensiones, asociadas con el factor racial, curiosamente en el año del bicentenario de la independencia.
Rosell Laberiano Agüero* / Para Con Nuestra América
Desde Perú
Estos sectores en permanente lucha por una sociedad y Estado más democrático se encuentran en todo el país, incluso en zonas de actividad minera moderna que no se han visto favorecidos por la redistribución de la riqueza. Tanto así, que una de las candidatas en el proceso electoral de 2021, enarboló la promesa de distribución del canon en las áreas de influencia de estos proyectos.
Las luchas se aglutinan sin plataformas sostenidas en el tiempo, con posibilidades de ser capitalizadas por personajes coyunturales sin identificación genuina con aquellas. En la Amazonía peruana, las luchas han logrado mayores niveles de articulación y generación de discursos de democratización social; sin embargo, con escasos vasos comunicantes para enarbolar una ruta de acción de alcance nacional, con menores niveles de éxito como los ocurridos en los vecinos países de Ecuador y Bolivia.
Después de los años 90s, esas luchas se ha desarrollado en varios momentos, principalmente asociados a los procesos electorales nacionales, ante el vacío de opciones sociales y políticas alternativas sostenibles. En el 2020, diversas organizaciones sociales también se han manifestado, pero de manera atomizada en varias partes del país ampliando sus demandas locales por demandas democratizadoras del Estado, que se han atenuado y debilitado en un contexto de pandemia.
La lucha contra la sociedad y Estado oligárquico tomó varios años. Posiblemente la lucha contra el Fujimorismo también tome mucho tiempo, porque esta se “reinventa” constantemente. La oligarquía y el Fujimorismo tienen elementos comunes, hasta parece ser esta última su continuidad en algunos aspectos. La lucha contra la oligarquía dejó resquicios que aparentemente el Fujimorismo retomó y reconfiguró en un escenario neo-
liberal. “El antiguo régimen ya estaba en crisis desde los años 60. Es esa antigua crisis políticamente no resuelta la que produce a Fujimori” (Quijano Obregón, 1995, p. 27).
Además, como señala Quijano, “Antes de la Segunda Guerra Mundial, era el Estado de los “patrones”. Ahora, es el Estado de los capitalistas, no siquiera del capital” (Quijano Obregón, 1995, p. 8).
En esas luchas, asociadas algunas a procesos electorales, están la “marcha de los cuatro suyos” en el 2000, que evidenció y desbordó las demandas contenidas por la democratización del Estado, capitalizada por Alejandro Toledo, con resultados esquivos para avanzar con la democratización del Estado durante su gestión. Nuevamente, en el año 2011, el voto popular volvió a insinuar esta demanda democratizadora a través de Ollanta Humala, también con resultados esquivos durante su gestión. La más reciente fue la movilización contra el efímero gobierno del Manuel Merino de Lama con resultados favorables en el corto plazo que permitieron su dimisión inmediata en noviembre de 2021. Todos estos intentos, con resultados adversos o favorables, pero efímeros en el tiempo, están vigentes y lo seguirán estando, como placas tectónicas en desnivel.
Las luchas son recurrentes en el país y son mostradas como situaciones aisladas sin mayor trascendencia, cuando no es así. Los grupos de poder encuentran su plataforma más lograda en el Fujimorismo, para maximizar la consecución de sus intereses. El Fujimorismo impulsó no solamente el modelo económico neoliberal en el Perú sino también se impregnó en la intersubjetividad de sectores que no se beneficiaron ni se benefician, ni se beneficiarán directamente de ella. Esa impregnación se sustenta en programas sociales, conservadurismo religioso, miedo, entre otros factores vueltos al escenario después de la colonia.
Las demandas democratizadoras del Estado fueron bloqueadas o reconfiguradas permanentemente por los grupos de poder después de los 90s, con o sin el Fujimorismo. Incluso el expresidente Martín Vizcarra fue un estorbo en su camino. Ese bloqueo encontró eco en algunos sectores de la población que han asumido un discurso que no les pertenece. Es la paradoja que permite la continuidad del Fujimorismo a pesar de sus crisis. Se ha revitalizado muchas veces. En la intersubjetividad de algunos sectores marginalizados se ha impregnado el miedo proyectado de los grupos de poder ante cualquier resquicio de cambios profundos en el país que alteren la estabilidad. Como señala Quijano, al referirse al Fujimorismo de mediados de los noventas, que “la estabilidad es un miedo, no una expectativa” (Quijano Obregón, 1995, p. 22). Son miedos que no han logrado el efecto esperado por el Fujimorismo, dado el desborde de otros miedos expuestos durante la pandemia.
Esas demandas democratizadoras vuelven en el escenario de las elecciones de 2021, ésta vez canalizadas por un candidato rondero, sindicalista y campesino. En este escenario vuelven nuevamente los temores de los grupos de poder, y el Fujimorismo sale a defenderlos. Sus temores son proyectados a los sectores populares y clases medias principalmente urbanas y limeñas durante el proceso electoral con estigmatizaciones y relatos sin mayor sustento, con trasfondos raciales. Ese facto racial que está subyacente unas veces y otras claramente manifiestas; vuelve a expresarse como una amenaza, con estigmatizaciones asociadas a la formación académica, modo de hablar, lugar de nacimiento, pensamiento y otros “rasgos” del candidato. Es el temor a ser gobernados por algún representante excluido, porque se considera en esa subjetividad que es incapaz de gobernar, porque podría desencadenar furias y resentimientos guardados por siglos, porque podrían resquebrajarse las bases de su poder actual. Cuando las percepciones de amenaza a la estabilidad del patrón de poder se juntan con los factores raciales, los miedos de los grupos de poder se convierten en pánico y pueden habilitarse en represión, como ya pasó en varios países como Haití, que hasta hoy vive sus consecuencias.
Los grandes retos de estas luchas en el Perú son imaginar, pensar, sentir y construir una sociedad y Estado más democrático, no solamente en períodos electorales; por cierto muy complejos. Ese análisis que se desarrolló en varios momentos del siglo pasado requiere retomarse en un escenario de crisis climática y pandémica. Como señalaba Quijano, “La nacionalización de la sociedad quiere decir aquí literalmente la descolonización del poder, la democratización de la sociedad y de su vida cotidiana, que van a expresarse en formas nuevas de autoridad y de representación” (Quijano Obregón, 1995, p. 25).
Son algunas reflexiones recordando el tercer año de la partida de Aníbal Quijano.
Bibliografía
Quijano Obregón, A. (1995). El Fujimorismo y el Perú. Lima: SEDES. Este texto reúne varios artículos, entrevistas y reflexiones, cuya edición estuvieron a cargo de Marco Mallqui y Ramón Pajuelo.
* Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), con estudios de maestría en sociología en la especialidad de estudios políticos de la UNMSM; asimismo, con estudios de maestría en sociología de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP). Actualmente trabajo en el Ministerio del Ambiente.
[1] Quijano señala que el Fujimorismo es una “coalición de poder integrada por la facción dominante del ejército, una reducida tecnocracia política –encabezada por Fujimori- junto con algunos técnicos y empresarios, sobre todo de origen japonés, y el Servicio e Inteligencia Nacional”. Además, Fujimori es solo “un peón de oscuros intereses” (Quijano Obregón, 1995,p. 23-24).
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