Hoy, el concepto del buen vivir se está convirtiendo en el horno primigenio, en la reserva cultural, espiritual y civilizatoria para edificar una alternativa real a la crisis del mundo moderno.
Víctor M. Toledo / LA JORNADA
En el mundo moderno, capitalista, tecnocrático, racionalista, antiecológico y patriarcal, se alimenta una ideología basada en el individualismo, lo profano, la competencia, la fe en la técnica y la economía, la verticalidad y el dominio sobre la mujer y la naturaleza. Su ícono o símbolo es la pirámide, pues todas las estructuras que la sustentan (empresas o corporaciones, Estado, Iglesia, partidos, ejército, familia, etcétera) suponen el dominio de unos sobre otros. Su figura ideal es el lobo de Wall Street voraz e insaciable por acumular riqueza o capital. Si el mundo hoy está marcado por la corrupción en todas las esferas de la vida social, ello es resultado del quiebre moral de los triunfadores del sistema, seres soberbios y solitarios, dedicados a comprar y vender. El resultado final es la mercantilización de lo que existe, en el que se sacrifica todo (incluyendo a Dios, la patria y la vida) si ello resulta rentable. Ésta es el objetivo final y profundo de todo ciudadano anestesiado por la ideología neoliberal.
Frente al contexto anterior, resulta de enorme interés el surgimiento, o más bien el redescubrimiento, hace menos de dos décadas, de una idea que los pensadores del mundo moderno habían pasado por alto. Se trata de la filosofía del llamado buen vivir que permaneció oculto por siglos, y que al parecer aparece indisolublemente ligado al mundo tradicional y, más concretamente, al de los pueblos indígenas. Este concepto es intrínseco a los 7 mil pueblos indígenas del mundo, con solamente unos 500 millones de habitantes, pero cuyos territorios, se acaba de demostrar, equivalen nada menos que a la cuarta parte del planeta. Buscar el buen vivir es adoptar una ética de lo colectivo, la comunalidad, la solidaridad y la ayuda mutua, en la que el comportamiento del individuo está marcado por los valores del equilibrio consigo mismo, con los otros, con la naturaleza y con la inmanencia o esencia cósmica. Alcanzar el buen vivir supone una actitud sagrada o espiritual de riguroso respeto a los otros y a la naturaleza, una conducta hacia la convivencia y una ética dirigida al bien común. En México, el estudio del buen vivir se ha realizado en varias culturas, y por pensadores tanto indígenas como mestizos, especialmente en Chiapas.
Hoy, el concepto del buen vivir se está convirtiendo en el horno primigenio, en la reserva cultural, espiritual y civilizatoria para edificar una alternativa real a la crisis del mundo moderno. Comienza a sustituir las ideas de desarrollo, progreso y crecimiento que son los arietes ideológicos del neoliberalismo cada vez menos creíbles. Vivir bien significa aprender a existir en colectividad y en comunión permanente con la naturaleza. Estos dos requisitos inducen una conciencia y un comportamiento en los individuos que los llevan a practicar una política por la vida. De esta forma, tremenda paradoja, el sector tradicional minoritario normalmente dominado y marginado se convierte en el salvador de la sociedad dominante, pero en emergencia, por una sencilla razón: es el que aún posee y practica las modalidades que permitieron a la especie humana sobrevivir y permanecer durante 300 mil años. Y esa fórmula secreta es la que practican los hombres verdaderos: la solidaridad, la comunalidad y la ayuda mutua en sintonía con la naturaleza.
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