Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Un asco la historia reciente de Honduras, acaparada por mafiosos ávidos de enriquecimiento en uno de los países más pobre de América Latina. Pandilleros que se diezmaron entre sí, que se acorralaron mutuamente y se delataron unos a otros tratando de salvar el pellejo cuando los cercaron.
Vergüenza que no haya instancia que los juzgue en su propio país, que tenga que venir la orden de un juez desde alguna corte imperial para que se active el mecanismo que lleva a verlo siendo sacado de su casa como un vulgar criminal. Nadie en Honduras movió ni habría movido un dedo para que eso sucediera, todo el aparato judicial como la pájara pinta: sentadita en su verde limón, con el pico recogiendo la rama y con la rama cortando la flor.
Aparatos judiciales venales y corruptos estos del Triángulo Norte Centroamericano. No vuelven a ver a un personaje como JOH, pero persiguen a jueces y juezas que tienen arrestos de honestidad y dignidad y se atreven a juzgar y condenar a personajes como Efraín Ríos Montt, el genocida, en la vecina Guatemala.
Juan Orlando Hernández fue presidente del país en el que, mientras él, parientes y amigos suyos se hacían millonarios, se asesinaba a Berta Cáceres, y miles y miles de compatriotas suyos salían por la frontera camino al norte. Ahora que lo pienso, no solo vergüenza e impotencia siento, sino también indignación, enojo y rabia de saber que personajes como este hacen y deshacen a su antojo dañando a tanta gente.
Pero ahí está ahora, encadenado, como se merece y siempre se ha merecido, aunque presto a “dar la batalla”, como dijo su abogado, tratando de encontrar una salida que le permita quedar impune. Tiene varias opciones, entre ellas la que le ofrece ser miembro del PARLACEN en su calidad de expresidente: la inmunidad, una de las pocas razones, si no la única, por la que en el vulgo tenemos conocimiento de esta instancia regional que se ha convertido en refugio de tránsfugas y malandrines, algo no muy difícil, por cierto, en una región en la que abundan ostentando la banda presidencial.
Así que, pensándolo aún mejor, no es solo de Hernández de quien siento vergüenza, sino también de esas instituciones centroamericanas en la que se devengan salarios millonarios, algunos más altos que los de funcionarios del primer mundo, que sirven como mampara para que esa casta de pícaros se salga con la suya. Juan Orlando Hernández ni siquiera llegó al acto en el que debía trasladarle la banda presidencial a la nueva presidenta porque ya estaba buscando los subterfugios para poner pies en polvorosa, y no se animaba a dar la cara ni ante su pueblo ni ante la vicepresidenta del país que, unos días después, lo estaría requiriendo como un vulgar criminal.
Tienen razón, entonces, quienes nos miran por sobre el hombre en otras latitudes, utilizan el término de Repúblicas Bananeras para nombrarnos y, de paso, calificarnos. Eso somos, republiquetas de opereta en la que estos bufones mediocres y estentóreos tienen acaparado el escenario. JOH fue payaso protagonista, aunque su show aún no ha terminado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario