Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Los años que siguieron a estos cánticos de victoria han mostrado que lo que seguía no era miel sobre hojuelas. Los Estados Unidos, que creyeron que de ahí en adelante se allanaba el camino para que reinara como única superpotencia mundial per secula seculorum, pronto se encontró con la sorpresa que China le pisaba los talones en el liderazgo económico, y que el mundo parecía estarse encaminando, tendencialmente, hacia la multipolaridad.
En la misma América Latina, usualmente una región sin mayor peso en el escenario mundial, nos dimos cuenta que era posible no solo tener más protagonismo sino, además, que podía ponérsele límites a las que hasta entonces se entendían como omnipotentes fuerzas imperiales norteamericanas. Las políticas integracionistas, lideradas por Hugo Chávez, y respaldadas por una pléyade de líderes fuera de serie como Lula, Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa, institucionalizadas en la ALBA, Unasur y otras, mostraron que unidos no solo se podía frenar la prepotencia norteña, sino que, además, se potenciaban los desarrollos nacionales.
Todos estos procesos deben entenderse, en nuestro criterio, en la profunda dinámica de trasformación, que podría caracterizarse como de transición hacia un nuevo orden mundial. Pareciera evidente que el fin de la historia fue un fuego de artificio cuya enunciación y su eco fue posible solamente porque sus chispas resplandecieron sobre un fondo nocturno muy oscuro.
También fue efímera la ilusión del imperio norteamericano de que de ahí en adelante reinaría en solitario. Nada terminó con el destramamiento del campo socialista, sino que más bien fue solo un punto culminante de un proceso que está demostrando ser de largo aliento y en el cual aún nos encontramos imbuidos.
Creemos que ese es el marco general en el que deben ser entendidos los acontecimientos, aún en desarrollo, que tienen lugar en Ucrania. En ellos intervienen una serie de factores que muestra los síntomas de esta coyuntura de largo aliento: las dificultades de Estados Unidos para lograr consensos a sus políticas agresivas; el debilitamiento y la pérdida de una política autónoma de Europa, tanto en relación con los Estados Unidos como con China; la no desaparición de Rusia como gran potencia militar que tiene intereses geoestratégicos claros que defiende de forma activa.
Todos factores que, en última instancia, lo que nos muestran es un tablero en el que el mundo que hasta ahora conocimos se está reconfigurando. En esta oportunidad estamos presenciando cómo esa reconfiguración se expresa en un punto caliente de Europa, en donde se tocan las fronteras calientes de los intereses de Occidente y Rusia; pero esos puntos calientes existen, con igual y, tal vez a veces, más intensidad, en otras esquinas del mundo, sobre todo en aquellas zonas que se encuentran próximas a China, potencia que se avizora como el gran rival a vencer por el dominio del mundo. No nos extrañe presenciar acontecimientos similares en el Estrecho de Taiwán, en las Islas Curiles, en las repúblicas exsoviéticas de Oriente, como Chechenia, todas ubicadas en ese arco que pretende erigir regímenes adversos a Pekín y zonas de amenaza constante que no lo dejen respirar.
Con la espada de Damocles pendiendo sobre la cabeza de la humanidad por la amenaza de la debacle ambiental, lo que menos deberíamos estar haciendo es enfrascarnos como especie en este tipo de conflictos.
¿Duraremos menos que los Neandertal sobre la faz de la Tierra?
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