Este miércoles, 22 de febrero, Día de la Antártida Argentina, el presidente Alberto Fernández dio un discurso desde la Base Marambio en el continente blanco. Hecho trascendental que marca un antes y un después.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Desde esta columna venimos insistiendo en lo que no se quiere ver, respecto de los elevados porcentajes de pobreza infantil nacionales, como paradoja cumplida desde que el nobel de economía, Paul Samuelson, hiciera aquella clásica distinción de países desarrollados, subdesarrollados, Japón y Argentina.
No queremos o no quieren ver también que, en estos años de neoliberalismo, llegamos a una deuda externa, cuyo pago condiciona los salarios y las políticas sociales, sobre todo, cuando la Auditoría General de la Nación se ha expedido contra el ilegítimo préstamo solicitado al FMI, instando a los responsables a hacerse cargo del pago con sus propios bienes. Dictamen que el blindaje judicial impide que se cumpla.
Con todo, con esos extremos deplorables, seguimos siendo un país desconocido para nosotros mismos, seguimos creyendo que la extensión continental es de cinco mil kilómetros desde Usuahia a La Quiaca y de 1.200 kilómetros en la parte central. Desconocemos que somos un país bicontinental, que abarcamos dos continentes: el americano y bajo el mar, se prolonga en el polo sur, el continente Antártico. Hecho que viene desde el fondo de la historia, desde la construcción del imaginario colectivo que representó imponer el estado moderno, desde la Generación del 80 del siglo XIX en adelante.
El país de los granos y las vacas del exitoso modelo agroexportador, tuvo como eje de desarrollo la inmensa pampa húmeda, ese mar interno que dio la espalda al inmenso litoral marítimo de cinco mil kilómetros de costa. Para ello se avanzó sobre las tierras ocupadas por los pueblos originarios, se los exterminó y expulsó, hasta ocupar la Patagonia.
El extremo sur del continente, el denominado fin del mundo por los positivistas que siguieron, fue conquistado a través del mar, como lo habían hecho los navegantes europeos del siglo XVI. Entonces fueron tomando posesión de los archipiélagos australes alrededor de Malvinas.
La exploración a la Antártida comienza a principios del siglo pasado por motivos científicos, un hecho desconocido por la mayoría de la población y desde luego, no trasladado al sistema educativo nacional, sesgando el imaginario identitario del país. Insisto, si no sabemos cuál es el tamaño de nuestro dilatado país, poco y nada podemos hacer por defenderlo. Cuestión que, la hegemonía mediática opositora, ha hecho lo imposible para ocultar tanto esta importante noticia – la visita del presidente a la base austral –, torpemente tapada por las disputas entre los futuros candidatos, como minimizando la presencia extranjera en territorio argentino estratégico.
El 22 de febrero de 1904 se tomó posesión e izó la bandera argentina en el Observatorio Metereológico en la Isla Laurie, Orcadas del Sur, luego llamada Base Orcadas. Desde entonces, Argentina mantiene una presencia permanente e ininterrumpida en el continente antártico, mucho antes de la llegada del explorador noruego Roal Amundsen al polo sur en diciembre de 1911.
Bajo la órbita de la Cancillería, el Instituto Antártico Argentino IAA, lidera desde su creación en 1951, los avances científicos en el continente, incrementando el conocimiento de la región y dando así mayor sustento, a nuestra reivindicación territorial. Fue el primer instituto científico a nivel mundial dedicado exclusivamente a la investigación científica que planifica, coordina, ejecuta y controla los proyectos científicos de nuestro país en la Antártida. Esta actividad cuenta con el apoyo logístico del Ministerio de Defensa a través del Comando Conjunto Antártico COCOANTAR.
La ciencia antártica argentina constituye el eje central de nuestra política antártica y la actividad científica contribuye a nuestros derechos de soberanía en la Antártida.
A partir de la firma del Tratado Antártico, en 1959, la Argentina consolidó también su rol como actor central del acuerdo internacional que reserva el continente para la paz y la cooperación internacional, y resguarda adecuadamente – en su Artículo IV – nuestra reivindicación soberana sobre el Sector Antártico Argentino. A su vez, ratificó su compromiso con la protección al medio ambiente antártico, cuando en 1991, firmó el Protocolo al Tratado Antártico sobre Protección del Medio Ambiente, que vela por la protección de los ecosistemas antárticos y, entre otras cosas, prohíbe la exploración minera en el continente antártico.[1]
El presidente Alberto Fernández es el cuarto mandatario argentino que viaja a la Antártida; primero fue Arturo Frondizi en 1961, luego Raúl Lastiri en 1973 y, finalmente, Carlos Saúl Menem en 1997.
Razón suficiente para destacar su visita. Aunque livianamente se la podría enmarcar dentro de la campaña electoral del presente año, sería demasiado torpe no poner de manifiesto su vocación pacifista en momentos en que la guerra de Ucrania está por cumplir este viernes, 24 de febrero, un año desde su espantoso comienzo, cuya duración el presidente Joe Biden con su visita reciente, el 20 de febrero, alarga peligrosamente. Que no abuse el tío Sam en su obsesión por el negocio de la guerra, que el oso ruso no duerme y su reacción puede ser impredecible.
Situación prevista en el discurso presidencial: “El mundo de hoy observa una guerra desatada en Europa sin conocer hasta dónde llegarán los daños que ella provoque. La amenaza nuclear vuelve a asomar ante una humanidad que mira impávida como se expande la violencia y la muerte en un mundo que acaba de sobrevivir a una pandemia. Pareciera que los muertos en Hiroshima y Nasgasaki no pesan en la conciencia de los agresores.
La paz mundial es para nosotros un imperativo. Preservar la paz depende de todos y cada uno de los que habitamos el planeta.”[2]
Idéntica postura a favor de la paz, mostró el presidente brasileño, Inácio Lula da Silva en su entrevista con su par estadunidense, Joe Biden, en su reciente visita al país del norte.
El jefe de Estado viajó acompañado por los ministros de Defensa, Jorge Taiana; de Relaciones Exteriores, Santiago Cafiero; de Ciencia, Daniel Filmus; de Educación, Jaime Perczyk; de Obras Públicas, Gabriel Katopodis; y de Ambiente y Desarrollo Sustentable, Juan Cabandié.
A ellos se sumaron las ministras de Desarrollo Social, Victoria Tolosa Paz; de Salud, Carla Vizzotti; la portavoz de la Presidencia, Gabriela Cerruti; la secretaria Legal y Técnica, Vilma Ibarra; y el secretario general de la de la Presidencia, Julio Vitobello.
También lo acompañan el vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos; el secretario de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur, Guillermo Carmona; y la presidenta del Directorio de Télam, Bernarda Llorente.
Asimismo, participan del actividad el jefe del Estado Mayor Conjunto, Juan Martín Paleo, y los jefes de los Estados Mayores Generales del Ejército, Guillermo Pereda, de la Armada, Julio Horacio Guardia, y de la Fuerza Aérea, Xavier Julián Isaac.
Viajaron también los diputados nacionales Marcelo Casaretto, Aldo Leiva, Aldo Leiva y Eduardo Toniolli, y las diputadas Mara Brawer y Agustina Propato.
Un nutrido grupo representativo del poder ejecutivo, legislativo, de las FFAA y la prensa que, con su presencia respaldaban la posición simbólica y efectiva del Estado frente al abnegado grupo de profesionales que año a año se desempeña allí.
Más adelante en su discurso, el mandatario expuso: …”estamos construyendo el futuro de nuestra Patria. No esperemos el futuro. Hagámoslo hoy.
El año pasado conmemoramos los 40 años de la guerra de Malvinas y fue muy conmovedor escuchar a millones de argentinos y argentinas recordar a nuestros combatientes durante los festejos del mundial. Es hora de volver a poner la vista en el sur.
Malvinas es una causa actual y es más que la memoria de la guerra.
Malvinas es una causa nacional, porque el Atlántico Sur y, sin dudas, nuestro territorio antártico es un enclave vital de nuestra soberanía territorial y política.
Recorriendo las estaciones científicas radicadas en la Antártida, observando la tecnología que han desplegado, viendo las actividades que día a día aquí se desarrollan, no podemos más que pensar en el futuro. En nuestros mares del Sur está el futuro y la Antártida parece convertirse así en ese horizonte de proyección en donde el futuro nos espera.”[3]
La superficie del Sector Antártico Argentino es de aproximadamente 1.461.597 kilómetros cuadrados, de los cuales 965.314 kilómetros cuadrados corresponden a tierra firme.
Nuestro país fundamenta su reclamo sobre este Sector en virtud de múltiples elementos, entre los que se destacan la contigüidad geográfica y continuidad geológica con el territorio argentino; la instalación y ocupación permanente de bases antárticas y el desarrollo de actividad científica por más de un siglo; y la herencia histórica de España, entre otros. El Sector Antártico Argentino forma parte del territorio de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur (Ley 23.775), aunque está sujeto al régimen del Tratado Antártico, firmado en 1959. En aquel momento, siete de los doce signatarios del Tratado, incluida la Argentina, sostenían reclamos de soberanía en distintos sectores de la Antártida.[4]
La inmensa mayoría de los argentinos desconoce el país, su visión es acotada y por lo tanto desconoce su grandeza, grandeza que también debería obligarnos a pensar en grande, en un destino mucho más venturoso que el penoso y estrecho presente por el que transitamos.
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