sábado, 11 de febrero de 2023

La construcción de la memoria histórica en Guatemala

No es cierto que el guatemalteco ha sido un pueblo dormido, como se escucha decir en nuestros días frecuentemente, todo lo contrario: el sacrificio de vidas, desarraigos masivos, rupturas del tejido social que ha tenido que pagar por su acción contestaria es inmenso, y la situación del presente es producto de esa historia dramática.

Rafael Cuevas Molina
Presidente AUNA-Costa Rica

El historiador guatemalteco Arturo Taracena acaba de publicar su estudio titulado Yon Sosa, Historia del MR13 en Guatemala y México, seguida de las memorias militares del comandante guerrillero bajo el sello editorial de la UNAM de México, de 837 páginas. Anteriores investigaciones suyas realizadas, como esta, con el apoyo del Centro Peninsular de la UNAM con sede en la ciudad de Mérida, han sido tenidas en alta estima, al punto que en 2014 le fue conferido el Premio Nacional en Historia Francisco Xavier Clavijero, y en 2016 se le integró como miembro pleno a la Academia Mexicana de Ciencias.
 
Taracena ha hecho también importantes aportes, desde su formación como historiador, a la historia contemporánea de Guatemala. Entre 1997 y 1999 trabajó en el equipo de historiadores de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico de Guatemala (CEH), y años antes, cuando vivía en París, había tenido participación protagónica en la formulación del testimonio que luego se conocería con el nombre de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia que ganó el Premio Casa se las Américas en género testimonio en 1982.
Basten estas pocas referencias para dar cuenta de la talla del autor que se encuentra tras el voluminoso libro que hoy nos ocupa, que está fundamentado en un aparato bibliográfico, documental y de entrevistas que dan clara muestra de la acuciosidad con la que abordó nuestro autor la tarea de investigación historiográfica que se propuso.
 
Taracena aborda una temática sensible de la trayectoria de la izquierda guatemalteca, el momento de la génesis de su expresión armada en la década de los sesenta -que él llama “primer ciclo revolucionario”-, que ha sido objeto de discusiones y apreciaciones cargadas de subjetividad y análisis que, en su opinión, son tributarios de sesgos ideológicos y personales que no permiten apreciar la justa dimensión de esta etapa de la vida política de la izquierda guatemalteca.
 
Nuestro historiador no pretende, sin embargo, la objetividad. Parte de la idea de Pierre Nora según la cual la función del historiador no debe ser perseguir la objetividad, porque esta no existe en términos absolutos, sino la honestidad y la ética en el uso de las fuentes y el análisis. Esa honestidad es la que le lleva incluso a cuestionarse sus propias posibilidades de aproximación a su objeto de estudio cuando hace ver que él mismo, como antiguo militante de la izquierda, tiene influencia en su propia memoria de los avatares de ese momento histórico y se pregunta, al haber concluido su trabajo, si la labor que realizó fue más propia de un militante que de un historiador.
 
Sus intereses más generales son contribuir, en primer lugar, a la reflexión sobre el hecho que la sociedad guatemalteca contemporánea es resultado de lo que ocurrió durante los años de la guerra y, en segundo lugar, a la discusión del vínculo entre historia y memoria.
 
Este segundo objetivo presenta importantes obstáculos por la escasez y dispersión de las fuentes de las cuales dice que solo quedan “migajas”. Yo mismo fui testigo de su acuciosidad en la búsqueda de testimonios cuando, en Costa Rica, lo aproximé a alguno de los lugares en donde haría entrevistas a ex militantes que muchas veces eran reticentes a las entrevistas, con lo que adquirió conciencia de que, como dice Henry Rousso, este es un “pasado que no pasa” a pesar de la distancia temporal. Ese pasado que sigue viviendo en el presente es lo que impide que brillen en su verdadera dimensión la diversidad de memorias y de discursos que se dieron durante el conflicto armado que ese país vivió durante casi cuarenta años. 
 
Estas no son más que escuetas reflexiones sobre un libro que amerita un estudio profundo. Un esfuerzo de este tipo como el que acomete Arturo Taracena ameritaría serías discusiones políticas y académicas públicas que, aunque eventualmente no se produzcan ahora, se irán desgranando con el tiempo cuando lo expuesto en él vaya siendo asimilado.
 
Los esfuerzos por una Guatemala con un perfil distinto al que existe actualmente son múltiples, van desde la organización de los sectores populares, pasando por la denuncia de los atropellos que sufren, hasta esfuerzos como este, que contribuyen a construir la conciencia de los enormes esfuerzos y el tributo que ha tenido que pagar el pueblo para tratar de desembarazarse de esa clase política mafiosa que lo gobierna desde 1954. 
 
No es cierto que el guatemalteco ha sido un pueblo dormido, como se escucha decir en nuestros días frecuentemente, todo lo contrario: el sacrificio de vidas, desarraigos masivos, rupturas del tejido social que ha tenido que pagar por su acción contestaria es inmenso, y la situación del presente es producto de esa historia dramática. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si nuestro pueblo no a sido un pueblo dormido son 500 años de lucha en todas las epocas an ávido luchas en la época de Rafael Ese dictador cuantos jóvenes se sacrificaron con ubicó contra Justo Rufino Barrios un asesino y ante todo contra esos gobienos opresores que hemos tenido después de la colonia y en la colonia también se dieron luchas

Anónimo dijo...

Pues no es un pueblo dormido, sino que lo han dormido, sometido, y lo moldeado clientelarmente, ya que el proceso revolucionario no es orgullo sino más bien, se esconde. Lo que debemos recordar que la causa del movimiento revolucionario es producto del malestar adentro de las filas del ejército, y que luego se configuro hacia una proceso social.
Lo cierto es que la construcción de la memoria es vital para forjar una nueva cultura social