La esfera institucional y los medios de Estados Unidos han exhibido su proclividad a convertir casi cualquier cosa en amenaza a la seguridad nacional y han mostrado hasta qué punto la propaganda oficial y las historias de Hollywood son capaces de retroalimentarse con visiones tan apocalípticas como falsas.
16 de febrero de 2023
Tras las sobredimensionadas reacciones de las autoridades de Estados Unidos ante el sobrevuelo de un globo chino, que a decir de Pekín era de observación meteorológica y que, según Washington, realizaba labores de espionaje, el gobierno que encabeza Joe Biden ha venido informando de episodios similares: tras el derribo de ese artefacto por un avión de combate estadunidense, el pasado 4 de febrero sobre aguas del Atlántico, aeronaves militares hicieron otro tanto el viernes en Alaska y en el último fin de semana derribaron otros dos objetos voladores de gran altitud en zonas fronterizas con Canadá, sin especificar si se los adjudicaban o no a China.
El primero de esos incidentes desató una crisis diplomática entre los gobiernos chino y estadunidense y acentuó las tensiones entre ambas potencias, en una coyuntura mundial de suyo volátil que tiene como telones de fondo la guerra en Ucrania y los crecientes gestos de hostilidad entre Taipéi y Pekín.
Por otra parte, la aparición de los artefactos y su destrucción por la fuerza aérea de Washington dio margen para una epidemia de avistamientos de objetos volantes no identificados que se extendió por Sudamérica, España y la propia China.
En tanto que los adeptos a la ufología han aprovechado la circunstancia para regalarse un banquete mundial de sensacionalismo, la esfera institucional y los medios de Estados Unidos han exhibido su proclividad a convertir casi cualquier cosa en amenaza a la seguridad nacional y han mostrado hasta qué punto la propaganda oficial y las historias de Hollywood son capaces de retroalimentarse con visiones tan apocalípticas como falsas.
En efecto, el asunto del globo chino y de los objetos volantes que le siguieron parece el prolegómeno de una de esas cintas de catástrofe, tan populares en el país vecino, en las que una súbita y desconocida amenaza irrumpe de pronto en la vida apacible de los estadunidenses, la trastoca de golpe y coloca a su país –y, de paso, al resto del mundo– ante una perspectiva de inminente destrucción.
Por lo que puede concluirse de las declaraciones de altos funcionarios de la administración Biden, el objeto derribado el 4 de febrero, fuera científico o de espionaje, no representó en ningún momento una amenaza significativa para la seguridad de Estados Unidos.
Sin embargo, el mero hecho de destruirlo desde una aeronave militar era ya un acto de desmesura que fue acompañado por discursos paranoicos igualmente desmesurados.
El riesgo de exagerar los riesgos de lo que pudo ser un globo meteorológico extraviado, o bien un esférico espía enviado deliberadamente sobre territorio de Estados Unidos, es que hipérboles de esta clase suelen ser tomadas al pie de la letra, y luego magnificadas, por sectores de la sociedad estadounidense que de por sí viven en estados de permanente agitación y temor por amenazas extranjeras ficticias y hasta por lo que perciben como tiranía de su propio gobierno, como en el caso de los grupos survivalists, los cuales viven preparándose para alguno de los muchos posibles fines del mundo del catálogo hollywoodense. Y tales sectores suelen coincidir, en lo general, con tendencias políticas de extrema derecha, como las que encarnan Donald Trump y las turbas variopintas que fueron azuzadas por éste para que asaltaran la sede del Poder Legislativo en Washington el 6 de enero de 2021.
Sería recomendable, por ello, que la Casa Blanca adoptara actitudes más prudentes y contenidas y que, en lugar de asustar a la opinión pública de su país con pretendidos amagos en el cielo, se dedicara a explicar y a tranquilizar.
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