sábado, 18 de febrero de 2023

¡Ay Nicaragua, Nicaragüita!

 Lo que vive hoy Nicaragua es una tragedia, y el último acto de destierro de elementos de la oposición un desangramiento que no atañe solo al FSLN y a los nicaragüenses, sino a todos los que la hemos tenido como una referencia de las búsquedas que se han hecho en nuestro continente desde la mitad del siglo XX.

Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica

El título de esta columna hace referencia a la canción de Carlos Mejía Godoy, que casi se convirtió en un himno que se asociaba con todas las esperanzas que despertó en la década de los ochenta la Revolución Popular Sandinista, que acorde con la tradición de lo que debía hacer una revolución popular triunfante en América Latina, apenas llegó al poder llevó a cabo una campaña de alfabetización que puso a miles de jóvenes a los más remotos rincones del país, situó al emblemático poeta Ernesto Cardenal como ministro de cultura y se constituyó en lugar de peregrinaje obligado de la intelectualidad progresista y revolucionaria de todo el mundo.
 
La revolución nicaragüense se preciaba de no ser, como la acusaban sus enemigos, una nueva Cuba, sino una nueva Nicaragua, lo que se concretaba, entre otras cosas, en su elección de un modelo de desarrollo con economía mixta que daba lugar para la existencia de la propiedad privada, y tenía una dirección colectiva que, en la práctica, era la concreción del equilibrio unitario al que habían llegado las distintas tendencias del FSLN, cuya unión había hecho posible el triunfo revolucionario.
 
Asediada cruelmente, desangrada, paupererizada más de lo que ya de por sí había sido siempre, fue a unas elecciones que los sandinistas estaban seguros que ganarían, pero que los sacaron del poder durante diez años en los que la burguesía nicaragüense (si es que se le puede llamar así), echó marcha atrás en los avances sociales que se habían logrado, aún en esas difíciles condiciones, en la década de los ochenta, y aplicó a rajatabla medidas acordes con el modelo neoliberal imperante en la región.
 
El retorno de los sandinistas al poder de la mano de la tenacidad de Daniel Ortega fue producto de la pervivencia del FSLN como núcleo político organizado y una política de alianzas que, en otro contexto y con otras fuerzas políticas, supieron tejer. Esta vez fue con sectores de la burguesía nacional y con los católicos, pero esta vez no de los que abrazaban, como otrora, la Teología de la Liberación, sino con la institucionalidad de una iglesia encabezada por el antiguo contendiente a muerte, monseñor Obando y Bravo. 
 
Esta alianza rindió buenos frutos para la estabilidad del país. Coincidió este período con el ascenso en América Latina de gobiernos progresistas y de izquierda, pero fue de especial importancia para Nicaragua la Revolución Bolivariana, que la incorporó en algunos de sus proyectos emblemáticos que le permitieron invertir en programas sociales que llevaron a que el gobierno tuviera altísimos niveles de aceptación. 
 
Todo ese escenario empezó a deteriorarse a partir de 2015, cuando el entramado internacional ya no permitió que la burguesía “aliada” siguiera beneficiándose de los proyectos que se impulsaban para beneficio general, y los EEUU apretaron las clavijas con sanciones. 
 
Fue entonces cuando surgieron las condiciones para que apareciera un movimiento como en que tuvo lugar en 2018, un movimiento sin mayor dirección, que sorprendió a propios y extraños, al que no hubo movimiento o partido político que le diera dirección. La oposición nicaragüense ha sido, como la venezolana, incapaz de articular un movimiento unitario que eventualmente saque del poder al FSLN, por lo que optan por las estrategias golpistas. 
 
Lo que vive hoy Nicaragua es una tragedia, y el último acto de destierro de elementos de la oposición un desangramiento que no atañe solo al FSLN y a los nicaragüenses, sino a todos los que la hemos tenido como una referencia de las búsquedas que se han hecho en nuestro continente desde la mitad del siglo XX.
 
Hay amigos entre los que ostentan el poder y entre los que son echados, y en el maremágnum se asestan mandobles como si fueran castigo divino (también esta frase es prestada). Si se apuesta por la democracia liberal, como han apostado todos los gobiernos progresistas y de izquierda hoy en América Latina, hay que seguir ciertas reglas, y lo que han hecho no entra en ese repertorio.

6 comentarios:

Carlos Rivera Lugo dijo...

Es que la democracia liberal es el problema, un cuchillo de doble filo que no está fuera de la contradicción entre capital-trabajo, sobre todo en su forma del asedio permanente del imperialismo contra cualquier gobierno realmente del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, o de una efectiva autodeterminación e independencia. El fetichismo del horizonte liberal ha servido para debilitar estratégicamente a una izquierda progresista que ha preferido ignorar que la sociedad capitalista es un orden civil de batalla. Y no se trata de una batalla entre iguales, como quisiera el liberalismo político y jurídico que creyésemos, sino que una lucha o, si se prefiere, una guerra desigual y violenta entre clases. La guerra nos decía Clausewitz es la política por otros medios, y a ello podríamos añadir lo dicho por Maquiavelo sobre la política: es una lucha sin cuartel entre amigos y enemigos, en la que no caben moralismos abstractos y absolutos. A mi también me duele Nicaragua pero me dolería más si no se defendiese de los intentos, nada imaginarios, de Washington por desestabilizarla y someterla a sus dictados. Al fin y al cabo, a Washington no le importa realmente para nada la democracia liberal.

Anónimo dijo...

Bien ligth la posición... un historiador que ignora el despojo de tierras y bienes de los sandinistas a pequeños campesinos y propietarios en los 80s. Que se refiere a los levantamientos del 2018 como resultado de presiones externas contra sandinistas. Vergonzoso! 5 años desde los levantamientos, que leo artículos acaá defendiendo a la dictadura ortega murillo..tendencioso es un piropo

Anónimo dijo...

Así es. La democracia liberal es una camisa de fuerza que impone límites. La pregunta sin embargo es por la posible alternativa en las circunstancias actuales del mundo. Creo que esa es una de las interrogantes omnipresentes en los proyectos progresistas y de izquierda del siglo XXI en América Latina.

Anónimo dijo...

Si me permite, le recomendaría no leernos. Mataría dos pájaros de un tiro: no sé haría mala sangre apenas iniciando el fin de semana, y no tendría problemas de conciencia (porque supongo que alguien tan erudito que de seguro tiene todos esos datos a la mano, ha de hacerse cuestionamientos éticos a sí mismo por escribir desde el anonimato)

Anónimo dijo...

Todo esto ocurre en el aire. Típico asunto latinoamericano, sin que haya el menor hecho de por medio.

Anónimo dijo...

Maduro supo manejar mejor la intromisión Guaidó. La oposición orquestada desde fuera, con apoyo interno, fue metabolizada en Venezuela. Lo de Ortega-Murillo es cavar su propia derrota y expulsión. Ni Humberto Ortega está de acuerdo.