Dentro del escenario siempre dinámico de las relaciones internacionales y de la geopolítica global, este mes de febrero de 2023 será recordado como el de la renovada pugna entre Estados y China por la súbita aparición de los globos espías. Un escenario que rápidamente escaló de la mera disputa comercial al conflicto en torno a la seguridad, la soberanía y la defensa de las fronteras.
Daniel Kersffeld / Página12
Este nuevo enfrentamiento tiene lugar cuando se estaba produciendo una mínima distensión en las de por sí tensas relaciones entre las dos potencias, afectadas sobre todo, desde la sorpresiva visita de Nancy Pelosi, la ex presidenta de la Cámara de Representantes, a la isla de Taiwán en agosto de 2022.
En efecto, y una vez que el congreso del Partido Comunista de octubre pasado habilitó a Xi Jinping a un inédito tercer mandato, el poder central en Beijng encausó una batalla interna en contra de aquellos funcionarios conocidos como “Wolf Warriors” (“Lobos Guerreros”), diplomáticos aguerridos y con un fuerte sentido nacionalista que ejercen una lucha sin cuartel contra Occidente y, sobre todo, contra Washington.
El objetivo prioritario de Xi fue nutrir con leales al Comité Permanente del Politburó, el centro del poder político chino, así como también provocar cambios notorios y sensibles en el Ministerio de Relaciones Exteriores, por su impacto y visibilidad hacia afuera.
Así, la guerra interna derivó en el desplazamiento de figuras como Zhao Lijian, el rostro más reconocible de este sector, quien se desempeñaba como vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores y que en Occidente era conocido por ser el autor de la tesis “contratrumpeana” en la que el Covid 19 había sido un virus creado por el Pentágono y propagado por atletas estadounidenses en los Juegos militares de Wuhan de 2019.
Cambios llamativos
Al mismo tiempo, el gobierno promovió cambios llamativos en la Cancillería. De este modo, impulsó la llegada como canciller de Qing Gang, un “Wolf Warrior” que había sido embajador de China en Estados Unidos y, por ende, uno de los principales conocedores de los círculos de poder de Washington.
Los cambios generados en los últimos meses fueron notorios y a nivel de la política exterior, tuvo un primer efecto en el breve diálogo entre Xi y Joe Biden en la última cumbre presidencial del G20 en noviembre. En la agenda, también estaba el interés por mejorar las relaciones con Australia y Japón e, incluso, con la India, otra potencia en ascenso con la que China integra el grupo de los BRICS.
Mientras tanto, la presentación oficial del nuevo rumbo tendría lugar en el foro de Davos, en enero pasado, cuando el viceprimer ministro Liu He, anunció que China estaba abierta y bien predispuesta para encausar negocios y acuerdos comerciales.
Pero hubo un elemento que resultó especialmente valorado en Washington. Justo cuando podría haberse plegado a las directivas emanadas por Vladimir Putin, el régimen comunista chino condenó las amenazas de Rusia de usar armas nucleares en Ucrania. Washington entrevió la posibilidad de comenzar a dialogar con Beijing, para evitar su intervención en un conflicto al que se le está buscando una pronta salida.
Recientemente, Xi recibió al canciller alemán Olaf Scholz, entre otros asuntos, con la intención de mejorar las relaciones con la Unión Europea. La coronación de esta etapa de apertura debía ser nada menos que la próxima recepción en Beijing del Secretario de Estado Antony Blinken.
Todo para atrás
Pero la actual saga de los globos espía terminó por desarmar lo poco que se había conseguido avanzar en los últimos cuatro meses. El gobierno de Biden asumió que lo más probable era que toda esta iniciativa de desplazamientos de los “Wolf Warriors” era sólo una pantalla y que esta corporación estaba volviendo a fortalecerse.
Incluso, con un desafío directo como el envío de globos que, con una tecnología aparentemente rudimentaria, eran especialmente sensibles para detectar e intervenir en todo tipo de comunicaciones que afectaran a la seguridad nacional, especialmente, respecto a un eventual nuevo conflicto en torno a la isla de Taiwán.
En Estados Unidos, la derecha republicana no tardó en capitalizar el problema frente al gobierno de Joe Biden, que desde un inicio fue acusado de debilidad ante China.
Las recriminaciones avanzaron y situaron el nuevo conflicto como un aspecto más de una política exterior y migratoria “fallida” que tuvo como uno de sus principales aspectos la traumática salida de Afganistán en agosto de 2021, y que en los últimos meses vive una etapa de profunda crisis en la frontera sur de los Estados Unidos.
Aun con resistencias iniciales frente al embate promovido por el partido Republicano y por los sectores más conservadores del Demócrata, el gobierno intentó también capitalizar la crisis a su favor en el discurso anual sobre el Estado de la Unión del pasado 8 de febrero.
Así, la renovada amenaza de China y la capacidad de respuesta estadounidense nutrieron un discurso autocelebratorio que, entre otros objetivos, preparó el escenario para una eventual reelección de Biden en las próximas elecciones presidenciales de 2024. Al fin y al cabo, el sentimiento antichino podía convertirse en un motor del nacionalismo justo cuando el frente ucraniano parece empantanarse y generar más dudas que certezas.
Paranoias
Pero la paranoia y los discursos “globofóbicos” no tardaron en irradiarse por todo el mundo, reafirmando así antiguos y nuevos alineamientos geopolíticos.
De este modo, no sólo China acusó a Estados Unidos de enviar toda una serie de globos espías. Por su lado, también Taiwán informó que había sido objeto de docenas de sobrevuelos de globos espía en los últimos años, y Japón inició una investigación para identificar posibles intrusiones chinas en su espacio aéreo. Incluso y, sorpresivamente, Londres planteó que los globos también podían haber cruzado territorio británico.
Fue el secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg, quien observó que este tipo de globos “confirma un patrón de comportamiento chino”, que requiere que los aliados “intensifiquen lo que hacemos para protegernos”.
Por otra parte, la trama de los globos espía se hizo presente en América Latina, una región cada vez más codiciada por sus recursos naturales por las principales potencias y que no podía quedar al margen de todo este nuevo escenario.
Hubo avistamientos de globos sobre territorio de Nicaragua, Costa Rica Colombia y Venezuela. Pese a que Beijing de inmediato reivindicó su origen y que se trataba de artefactos climatológicos salidos de su curso inicial, Washington por el contrario aseguró que se trataba de una nueva muestra del espionaje y de la inseguridad global promovida por China.
El gobierno de Colombia optó por aceptar las razones de Beijing, lo mismo que el de Costa Rica, aunque su presidente, Rodrigo Chávez Robles, se diferenció al plantear su preocupación por este escenario. De Nicaragua y Venezuela no hubo ningún tipo de pronunciamientos, salvo el formulado por Caracas frente al “ataque de Estados Unidos contra una aeronave civil no tripulada de origen chino”.
En medio de las dudas, las preguntas y la incertidumbre que rodean a esta crisis de los globos espías, algo parece seguro. Se trata de una nueva etapa que, luego de un tímido deshielo, vive el fortalecimiento de los discursos y las agendas de los sectores nacionalistas más radicales y ofensivos.
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