El último medio siglo, los argentinos hemos vivido puntos de inflexión cuyo fondo ha sido cada vez más profundo, situación no experimentada por millones de jóvenes ilusionados con las propuestas libertarias.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
En matemática, el punto de inflexión de una función, es un punto donde los valores de una función continua en x pasan de un tipo de concavidad a otra. En la vida de las personas o de las comunidades pueden ser eventos clave que modifican trayectorias vitales y cuyo origen radica en diversas situaciones o acontecimientos ocurridos durante la formación.
La vida de las personas y la historia de la humanidad, está llena de estos fenómenos que han desvelado a estudiosos intentando esclarecer infructuosamente sus causas y lo seguirán haciendo como una cuenta pendiente.
Argentina ha ingresado en el séptimo mes de gobierno del presidente Javier Milei, quien se siente orgulloso de haber realizado el mayor ajuste de la historia de la humanidad, lo hace en momentos en que ha vuelto a viajar a los Estados Unidos con el objeto de atraer inversores para desarrollar proyectos que involucren inteligencia artificial.
Un punto de inflexión como otros tantos ocurridos a lo largo de los “ochenta años de decadencia” que esgrime la ultraderecha argentina como justificativo de sus políticas feroces y anti estatistas.
Cuesta imaginar el uso local de dicho prodigio tecnológico, la inteligencia artificial, cuando la mínima muestra de inteligencia humana hace aguas por todos lados. No sólo en el otrora país de las vacas y las mieses, sino en el resto de la región y, sobretodo en el imperio decadente, cuya sucesión presidencial tiene dos candidatos que demuestran serias dificultades personales, cuánto más las poblaciones que dependerán de sus decisiones.
Esta semana vuelve a aparecer un personaje nefasto de los noventa: Alberto Fujimori que a sus 86 años quiere ser candidato a presidente de Perú, cuestión que la justicia y su propia hija Keiko, ven improbable.
Como se viene advirtiendo en este sitio a través de los diversos prestigiosos columnistas que escriben semanalmente, estamos en un punto de inflexión, en una bisagra civilizatoria, donde la pandemia y sus consecuencias actuaron de pivote. Diversas crisis se han desarrollado a partir de entonces de manera vertiginosa y violenta, poniendo de manifiesto la fragilidad e impotencia de la mente humana frente a la incertidumbre de los tiempos.
Un punto de inflexión ha sido la reducción de los seres humanos a un algoritmo, siendo utilizados sus datos y opiniones de sus teléfonos celulares por las grandes empresas comerciales como si fueran conejillos de india, beneficiando al mercado como a los gobiernos por sus opiniones políticas y así inclinar la balanza a su favor.
El odio incubado en años de frustración e impotencia fue canalizado a través de la polarización del pensamiento en términos extremos como blanco, negro, bueno y malo, reduciendo al máximo el pensamiento crítico. Situación que abonó el terreno para el progreso de las derechas extremas.
En los momentos de inflexión aparecen conductas reprobables, deleznables e indignas que, a la sombra del primer magistrado prosperan y ponen de manifiesto su perversidad extrema. Los funcionarios libertarios hacen gala de esa condición, como la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, quien todavía no ha rendido cuenta de las cinco mil toneladas de alimentos que no repartió en su momento ni las frazadas que guarda en sus depósitos, mientras la gente se hiela en las calles. La misma liviandad y desparpajo emplea la diputada Lilia Lemoine, defensora del presidente en el Congreso, o los nefastos personajes que manejan la política económica, haciendo imposible el día a día de la gente de a pie.
Sin embargo, entre ellos compiten en hacer estragos, como lo hace el presidente para arrasar con el premio Nobel de Economía.
Celebración de maldad que impone observar el grado de deterioro y degradación al que se ha llegado: Diego Gabriel Kravetz, es un abogado un año más joven que el presidente Javier Milei, nacido en la década de los setenta del siglo pasado, cuando la dictadura más feroz asoló al país; desde hace meses ocupa la Secretaría de Seguridad de Buenos Aires dentro del gobierno de Jorge Macri, primo del ex presidente Mauricio Macri.
En declaraciones públicas el funcionario expuso que está en contra de que los vecinos le acerquen comida a las personas en situación de calle. “No estoy de acuerdo con que vos como vecina bajes de tu casa con la comida para darle a la persona en situación de calle porque lo acomodás en la pobreza, lo acomodás en el lugar”, continuando, “el parador te desacomoda porque te estructura la vida distinta a la que se acostumbra en soledad”. “Si vos lo ayudás a que esté más cómodo en su pobreza, en la marginalidad y en el sin techo, se va a quedar estancada su vida en ese lugar”.
“Vos te sentís mejor porque le diste un plato de sopa caliente y la persona lo va a valorar pero no lo vamos a poder de ese circuito no virtuoso”,…”la cabeza del cartonero es muy distinta, es muy solitario su modo de pensar”. “El trabajo del cartonero es híper solitario, al igual que las personas en situación de calle, se transforma su cabeza, tienen otra forma de pensar”[1].
Este hombre se formó en la Universidad de Buenos Aires UBA entre 1990 y 1996 e hizo una carrera política exitosa, al igual que el presidente y sus funcionarios más próximos.
El presidente entroniza el mercado, divulga la doctrina de la sobrevivencia de los más fuertes, idolatrando a los empresarios como verdaderos héroes; dentro de esa lógica que no entiende de misericordia ni de amor al prójimo; hace unos meses se lo ha visto llorar en el Muro de los lamentos de Jerusalén, reclamando respeto por su sensibilidad, sensibilidad que no le despierta el dolor de los demás, mucho menos la pobreza, carga pública que quiere exterminar. Un punto de inflexión humano que pone en duda a la humanidad misma, a su lento y penoso discurrir. Fenómeno que prospera no sólo de estas tierras, sino que se extiende al planeta como reguero de pólvora.
Este jueves 18 de julio se han cumplido 30 años del atentado de la Asociación Mutual Israelita Argentina AMIA, que dejó un saldo de 85 víctimas fatales y alrededor de 300 heridos y dos juicios fallidos. Lejos de acompañar silenciosamente en el dolor a los familiares de las víctimas, el presidente JM lanzó declaraciones incendiarias contra Irán, que tuvieron inmediata respuesta del diario, Teherán Time, vocero del régimen de los ayatolas, rechazando las acusaciones de la justicia argentina y condenó la alineación de La Libertad Avanza con Estados Unidos e Israel.
Otro frente de conflicto innecesario en el ámbito internacional propiciada por el mandatario argentino, que se suma a los demás que ha ido planteando a lo largo de su mandato. Su lengua sin filtro no se corresponde con el cargo que los votantes y quienes no le votaron, le confiaron. Las consecuencias la sufriremos todos.
La semana pasada finalizaron los campeonatos de fútbol de las copas de América y Europa, que dieron como vencedoras a las selecciones de Argentina y España con celebraciones multitudinarias en ambos países. Los mejores jugadores de esos dos equipos nacieron en el sometido hemisferio sur. Las estrellas del equipo español descienden de inmigrantes que cruzaron descalzos el Sahara y tuvieron que trepar el muro de Melilla, muro construido en la gestión del conservador José María Aznar.
Diego Maradona jamás olvidó su humilde origen, como Lionel Messi su Rosario natal, cuna también del Che Guevara, ciudad azotada por el narcotráfico desde décadas.
Lamine Yamal, estrella de 17 años del seleccionado español, es hijo de un marroquí y una migrante de Guinea Ecuatorial, creció en el barrio obrero de Mataró, en Barcelona y Nico Williams, de 22 años, es otra gloria española de ascendencia ghanesa, aplaudido por multitudes, esas mismas multitudes que rechazan las pateras cargadas con migrantes africanos que diariamente cruzan el Mediterránea.
Europa continúa con un colonialismo depredador y asesino que le dio y le da inmensas ganancias desde hace más de quinientos años. Sus poblaciones envejecidas se niegan al ingreso de los migrantes que revitalizarían sus poblaciones y harían viables los sistemas de seguridad social. Por el contrario, siguen presionados por Estados Unidos y sus políticas neoliberales que solo conducen a la guerra y sus negocios mortales.
Por último, nada enseña más que el dolor, los infortunios y los fracasos. Siempre es válido el mandato socrático, “conócete a ti mismo”. Los puntos de inflexión son verdaderas escuelas de reflexión, donde nos recluimos, nos replegamos dentro de nosotros mismos a observar detenidamente lo sucedido. Mirar en profundidad el escenario, el momento álgido de lo ocurrido y la conducta de los protagonistas, nos prevendrá de hechos y acontecimientos similares que puedan suceder en el futuro, en conocimiento que, aunque algo se repita, nunca será igual.
Los puntos de inflexión hacen que las aguas vuelvan a su curso natural y, las conductas humanas vuelvan a ciertos principios de comportamiento acordados a lo largo del tiempo. Lo que en esta oportunidad se nos presenta como absurdo, extremadamente irracional y aberrante, tendrá que modificarse; sobre todo el manipulado y bastardeado sentido común de las multitudes que ignoraban hasta qué extremos podía llegar una propuesta política, sobre todo con un personaje que asumió un rol mesiánico emblemático en el mundo occidental capitalista, usando al país que lo había elegido para conducir su destino como tubo de ensayo de sus experimentos económico-sociales, fomentado por el gran capital desde las sombras.
Muchos no salen aún de la perplejidad, como otros tantos siguen alentando la esperanza bajo la ilusoria consigna, “si le va bien a él, le va bien al país.” Cuestión que estos siete meses, desmienten con demasiados datos verificables.
El último medio siglo, los argentinos hemos vivido puntos de inflexión cuyo fondo ha sido cada vez más profundo, situación no experimentada por millones de jóvenes ilusionados con las propuestas libertarias. En su mayoría emprendedores independientes, individualistas y ajenos a cualquier propuesta asociativa, no advierten que están en el mismo punto de partida de hace dos siglos, cuando los obreros industriales europeos comenzaban a organizarse contra las apetencias de un empresariado voraz y esclavista.
El mayor costo que han enfrentado las personas y las sociedades de todos los tiempos, es la ignorancia y, la ignorancia ha sido y es fomentada actualmente desde las redes y las oligarquías dominantes que pretenden abolir el pensamiento crítico.
La zanahoria libertaria ha llevado al hambre y la miseria, pero sobre todo ha convencido a las multitudes que no deben tener una vida digna que comprenda trabajo, acceso a la vivienda, a la educación y la salud. Proclaman los beneficios del mercado, siendo que el Estado es la única organización capaz de poner freno a sus apetencias y excesos. De allí la macabra paradoja que el mayor destructor, el topo, como se autodenomina, sea el propio presidente. El punto de inflexión será librarse democráticamente de esta pesadilla horripilante.
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