El odio multiplicado setenta veces siete, no puede derrotar al pueblo unido que sigue presente en las calles gritando vamos a volver. Cegados, no pueden entender que el amor vence al odio.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Opuesto a lo expuesto en los Evangelios, las oligarquías locales entrelazadas al poder imperial desde la llegada de los españoles a América, continúan ejerciendo la violencia sin límites sobre las clases populares. Un odio mayúsculo que erosiona las instituciones de la democracia, sobre todo en los estamentos de la injusta justicia, condenando a los gobiernos populares, justamente, por darle una vida mejor a los pobres. Algo que los ricos no pueden tolerar y mucho menos, aceptar.
El evangelio según San Mateo invita a perdonar al hermano setenta veces siete, es decir, a tener una actitud piadosa; impregnar de amor nuestra conducta como cristianos en todos nuestros actos. Ver a todos como nuestros hermanos. Algo que siempre irritó a los poderosos que, para mantener sus privilegios, siempre sometieron a las mayorías con expresa voluntad de esclavizarlas.
En nuestra América, desde su llegada los españoles, esclavizaron y exterminaron a los pueblos originarios, sometiendo impiadosamente a los africanos capturados para el trabajo inhumano a que fueron sometidos en las minas del nuevo mundo. Un latrocinio y explotación continuado por las potencias europeas de turno.
Su acción siempre contó con cómplices locales que rodearon a las autoridades coloniales y se perpetuaron luego de la emancipación, boicoteando a las autoridades surgidas en el proceso revolucionario, retardando la declaración de la independencia, como en el caso de las Provincias Unidas del Río de la Plata, las que tardaron seis años en declararla en el Congreso convocado en San Miguel de Tucumán.
A partir de entonces fomentaron el enfrentamiento entre unitarios y federales, una guerra civil que duró más de medio siglo, triunfando la hegemonía unitaria porteña. El odio se ejerció sobre los vencidos de manera aberrante, ejemplificadora, como la muerte del general Ángel Vicente Peñaloza, el Chacho, decapitado y su cabeza expuesta en una pica militar en la plaza de Olta, su pueblo natal de La Rioja y Victoria Romero, su mujer, encadenada, obligándola a barrer la plaza mayor de San Juan, la tierra del maestro de América, Domingo Faustino Sarmiento, encarnizado odiador de los gauchos.
Arrinconados, aniquilados y esclavizados los pueblos originarios por los expedicionarios del General Julio A. Roca en 1879; llevados los caciques y sus familias a ser expuestos en el museo de Antropología de la Plata creado por el Perito Moreno, no les fue mejor a los gobiernos populares del siglo XX. Hipólito Yrigoyen, hasta “el dandy” Marcelo Torcuato de Alvear fueron encarcelados y enviados a la isla Martín García, luego del golpe militar del 6 de septiembre de 1930. Golpe azuzado por la oligarquía vacuna que vio peligrar sus exportaciones al imperio británico, hecho bochornoso que se prolonga hasta el nuevo golpe militar de 1943, donde surge el Coronel Juan Domingo Perón, quien desde la Secretaría de Trabajo y Previsión Social abrirá al Estado a las viejas demandas de los trabajadores, situación que nuevamente irritará a las FFAA y lo mandarán a la isla Martín García, desde donde será rescatado por los trabajadores y descamisados el 17 de octubre de 1945, naciendo el justicialismo o peronismo. Blanco del odio de los sectores conservadores de todos los tiempos y que se repite desde el derrocamiento del segundo gobierno democrático del Gral. Perón en 1955.
Esta semana, al cumplirse 70 años del horroroso bombardeo sobre Plaza de Mayo donde aviones de la Marina arrojaron 14 toneladas de bombas sobre la población civil que esa mañana pasaba por ahí dejando un luctuoso saldo de cientos de muertos y heridos, entre ellos niños que iban en los trolebuses rumbo a escuelas y hogares. Un acontecimiento borrado de la historia, pero grabado en la memoria popular para siempre.
Imposible de borrar en los 18 años que el líder peronista pasó en España y finalmente, viejo, pero no vencido, regresó con 78 años al país. Algo que las FFAA y la oligarquía no pudo impedir. Tuvo que venir el golpe cívico militar eclesiástico de 1976 y dejar 30 mil muertos desaparecidos, dejar el país endeudado, alineado al pernicioso Plan Cóndor que intentó borrar de la faz de la tierra a los movimientos progresistas, no sólo de Argentina, sino de toda región con procesos aberrantes, con la idea de ser ejemplificadores y que los humildes, los de abajo, no puedan acceder a los derechos sociales mínimos que se venían peleando desde la denominada “cuestión social” desde fines del siglo XIX y comienzos del XX.
El odio contenido no les permite razonar, es algo planeado y consensuado con sus amos del norte. Por algo sus embajadas en nuestros países tienen miles de empleados, cuya misión no es colocar sellos en pasaportes, sino permear todas las instituciones civiles estratégicas, donde puedan sacar provecho o vigilar los grandes recursos naturales que ellos suponen propios, de allí su eterna vigilancia.
Todos recordamos la foto triunfal que se sacó la actual ministra del Interior, Patricia Bullrich en la Embajada de EEUU. No es necesario aclarar que desde hace más de 50 años, cuando la Dra. Bullrich era montonera, no ha dejado de estar vinculada a los gobiernos más reaccionarios y represores, desde fines de la década de los noventa y en la crisis del 2001, hasta formar parte del gabinete neoliberal de Mauricio Macri y ahora, mano derecha de Milei y promotora de las represiones a los jubilados.
Desgastadas y desacreditadas las FFAA, en la segunda década del nuevo siglo, el uso de las lawfair, sumadas a las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, los golpes militares se transformaron en golpes blandos. Los gobiernos democráticos fueron derrocados por los fraudes jurídicos, ejemplos tenemos de sobra desde Rafael Correa en Ecuador, Dilma Roussef y Lula en Brasil y, desde luego CFK, cuya condena y prisión domiciliaria despertó la semana pasada el monstruo dormido del peronismo y lo arrojó a las calles, como lo hizo este miércoles 18 de junio, donde alrededor de 700 mil personas se dirigieron a la Plaza de Mayo y en silencio escucharon las palabras de Cristina a través de los parlantes dispuestos allí, hecho repetido y apoyado en las principales ciudades del país. Y desde luego, las visitas a su vivienda, que se ha transformado en el paso obligado de las multitudes agradecidas que le han dado a la morada de la expresidenta, carácter de santuario.
Este viernes, 20 de junio, Día de la bandera, mientras la Policía de la CABA vallaba la vivienda, sita en calle San José 1114, previa colocación de la tobillera electrónica puesta por el personal penitenciario, con claras intenciones de humillarla, mientras que ella soportó calumnias, persecución, la enfermedad de su hija y el horroroso atentado del que salió ilesa. Algo terrorífico dentro de un sistema democrático debilitado y con una justicia totalmente subordinada al poder económico.
No olvidemos que muchos de los jueces y fiscales intervinientes jugaban al fútbol con Macri en su quinta de Los abrojos, donde planeaban sus acciones futuras. Del mismo modo que lo hacían en Lago Escondido en la residencia de Lewis, apoyando al multimillonario en su toma de posición en nuestras zonas estratégicas de frontera, a la vez de una belleza natural envidiable.
En este drástico escenario transformado por las actuales circunstancias, el presidente libertario que ha hecho mutis por el foro en la celebración de nuestra enseña patria, no fue al monumento a la Bandera de Rosario como tenía previsto e hizo el homenaje en el campo de polo de Palermo. Allí sólo se dedicó a felicitar a los soldados que juraban por primera vez su lealtad a la patria, teniendo que vivarla varias veces, sin su acostumbrado cierre, ¡Viva la libertad, carajo!
Cabe acotar que, desde que llegó del exterior, mejor dicho de Israel, estuvo recluido en la residencia de Olivos, seguramente empastillado y estupefacto ante la reacción masiva del pueblo argentino, mejor dicho del peronismo que él creía totalmente derrotado, como el resto de sus seguidores y sus aliados macristas del PRO.
El odio multiplicado setenta veces siete, no puede derrotar al pueblo unido que sigue presente en las calles gritando vamos a volver. Cegados, no pueden entender que el amor vence al odio.
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