Ponencia sobre Religión y Revolución, dictada al recibir el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de La Habana, el pasado 30 de setiembre.
Francois Houtart / LA JIRIBILLA
En 1953 subí por primera vez la escalinata de esta Universidad, que fue testigo de tantas luchas estudiantiles y políticas, y en los 55 años que han transcurrido nunca pensé que un día yo regresaría para recibir un doctorado de esta gran institución. De verdad, la Universidad de La Habana ha sido un lugar privilegiado de la tradición intelectual y cultural de la nación cubana. No podemos olvidar que aquí descansa Félix Varela, que el pensamiento de José Martí siempre ha sido promovido, aún en los peores días de la vida política del país y que grandes nombres de la literatura y de la política fueron asociados a su dinámica, para citar solamente los que he conocido personalmente Alejo Carpentier, Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar y Abel Prieto en la literatura; Aurelio Alonso y Fernando Martínez Heredia en la filosofía; Eduardo Torres-Cuevas en la historia; Osvaldo Martínez y Carlos Tablada en la economía; o Ricardo Alarcón y Felipe Pérez Roque y el propio Comandante Fidel Castro en los campos político e intelectual.
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