Lo que ayer se obtuvo por la vía de la colonización y la estrategia de fronteras flexibles, por el aventurerismo y la conquista militar, aprovechando las debilidades internas del Estado mexicano, hoy avanza por otros rumbos. Son los caminos de la xenofobia y el racismo, los intereses expansionistas e injerencistas de los imperialistas de siempre.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Punta de lanza del expansionismo imperialista de los Estados Unidos hacia el sur de su frontera, Texas y Arizona constituyen territorios en los que se han cultivado y desarrollado tendencias política y culturalmente claves para comprender, con perspectiva histórica, algunas de las dimensiones de la profunda crisis que sufre México en nuestros días.
Desde el primer cuarto del siglo XIX, articulado al crecimiento de la industria algodonera de plantación y su sistema de trabajo -que reclamaba cada vez más tierras y mano de obra esclava-, un paulatino proceso de colonización y conquista furtiva del norte de México fue gestándose con apoyo del gobierno de los Estados Unidos, entre cuyas élites germinaba ya la idea del "destino manifiesto".
Hacia 1835, mientras México padecía las convulsiones del gobierno del presidente Antonio López de Santa Anna, cuya gestión amenazaba la unidad del estado, los colonos norteamericanos proclamaron la independencia de la “República de Texas”, lo que precipitó el conflicto militar con el ejército de Santa Anna.
Una serie de batallas con victorias y derrotas para ambos bandos, entre las que se recuerda la de El Álamo en 1836, culminaron con el triunfo de los separatistas y la captura y rendición del presidente mexicano. En el siglo pasado, Hollywood hizo su parte en las labores de reingeniería de este episodio de la historia: en 1960, John Wayne, el ídolo y pistolero de los westerns, encarnó el personaje de David Crockett en un relato fílmico – The Alamo- que exaltó la épica y el heroísmo texano de los colonos y mercenarios que resistieron en la antigua misión de San Antonio de Valero.
Más tarde, en 1845, se consumó la definitiva anexión de la “artificial República de Texas” a los Estados Unidos. Pero como dice el historiador cubano Sergio Guerra Vilaboy, “la ambición de territorios mexicanos por parte de Estados Unidos no terminó con esta presa”[1]. En 1846, el imperio naciente declaró a México una guerra que, bajo el falaz argumento de la rectificación de la frontera en el Río Grande, llevó a las tropas norteamericanas hasta la ocupación de la ciudad de México, donde izaron la bandera de barras y estrellas en el Palacio Nacional.
Vencido Santa Anna y humillada la nación mexicana, los invasores forzaron una negociación que culminó el 2 de febrero de de 1848, cuando se firmó “el tratado Guadalupe-Hidalgo, que obligaba al país derrotado a aceptar la pérdida de California, Arizona, Texas y Nuevo México (unos 2,5 millones de kilómetros cuadrados), a cambio de una ridícula compensación de 15 millones de dólares”[2].
Desde entonces, estos hechos se convirtieron en símbolo de la amenaza imperialista, no solo para México, sino para toda la América hispana.
Más de 160 años después, la sombra del norte sigue gravitando con fuerza en la realidad mexicana. Según informa la prensa internacional, el Departamento de Seguridad Pública de Texas recomendó a sus ciudadanos no viajar a México durante las vacaciones, debido a que por la crisis de violencia y criminalidad en ese país “no hay garantías de que la violencia relacionada con las drogas no alcanzará a personas inocentes, o de que los delincuentes se abstendrán de atacar a turistas”[3] (La Jornada, 19/12/2010).
Es decir, el estado donde florece la poderosa economía fronteriza de armas, cuyas empresas pertrechan “legalmente” a los cárteles mexicanos del narcotráfico, prefiere “advertir” antes que regular un lucrativo negocio. Aún más: mientras lanzan estas alertas, y reviven el prejuicioso relato de los bandoleros al sur de la frontera, Texas se enriquece con la atracción de capitales y la venta de bienes raíces a familias adineradas de México, actividad que creció en un 100% entre 2009 y 2010[4].
Un destino muy diferente al de estos “migrantes de lujo” le espera a los migrantes pobres, los de abajo, los indocumentados: criminalizados por su origen, su condición socioeconómica y el color de su piel.
Sendas investigaciones reveladas por la National Public Radio y el Center for American Progress Action Fund, demuestran que tras la aprobación de la polémica ley antiinmigrantes de Arizona (ley SB1070) se esconde una amplia red de intereses económicos de la industria carcelaria privada, para generar “ganancias multimillonarias con el negocio de encarcelar migrantes” y recibir hasta 74 millones de dólares anuales “en fondos públicos para administrar centros de detención” de indocumentados. Un modelo de negocio que se promueve también en Tennessee, Florida, Colorado, Oklahoma y Pennsylvania.
Así, lo que ayer se obtuvo por la vía de la colonización y la estrategia de fronteras flexibles, por el aventurerismo y la conquista militar, aprovechando las debilidades internas del Estado mexicano, hoy avanza por otros rumbos. Son los caminos de la xenofobia y el racismo, los intereses expansionistas e injerencistas de los imperialistas de siempre: esos que, más pronto o más tarde, reclamarán como inevitable la intervención norteamericana en México.
NOTAS
[1] Guerra Vilaboy, Sergio (2006). Breve historia de América Latina. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. Pág. 149.
[2] Ídem. Pág. 150.
[3] “Texas recomienda a sus ciudadanos no visitar México”, La Jornada. México: 19 de diciembre de 2010.
[4] “Ricos huyen a Texas por la violencia en México”, La Jornada. México: 19 de diciembre de 2010.
[1] Guerra Vilaboy, Sergio (2006). Breve historia de América Latina. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales. Pág. 149.
[2] Ídem. Pág. 150.
[3] “Texas recomienda a sus ciudadanos no visitar México”, La Jornada. México: 19 de diciembre de 2010.
[4] “Ricos huyen a Texas por la violencia en México”, La Jornada. México: 19 de diciembre de 2010.
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