sábado, 16 de agosto de 2014

Nihilismo y política

Las guerras imperiales son la expresión más siniestra del nihilismo, por lo que se convierten  en un  genocidio donde las principales víctimas son los civiles. Cuando niños, mujeres y ancianos son aniquilados bajo una lluvia de bombas, se buscan pretextos indignantes  con el maquiavélico fin de hacer cínicamente victimarios a las víctimas.

Arnoldo Mora Rodríguez* / Especial para Con Nuestra América

El cambio de época que estamos  viviendo se refleja en profundas e irreversibles transformaciones geopolíticas.  Esas transformaciones están a la raíz de la horrenda ola destructora  que azota actualmente a buena parte de la humanidad. Lo más angustiante de esa espantosa violencia es su carácter nihilista. Por “nihilismo” se entiende aquella actitud teórica y práctica que supone y acarrea la destrucción de todos los valores fundantes de eso que entendemos por  “humanidad”. A diferencia de otras manifestaciones de la vida, la humana no se define tan solo por su condiciòn biológica, si bien siempre la presupone. Lo “humano” es, ante todo, una actitud y un comportamiento práctico que parte de una conciencia de los valores. “Los valores” pertenecen a mundo de los ideales, sin los cuales carece de sentido hablar de “humano”. Los valores no son una realidad sino una exigencia de la acción, pertenecen al ámbito  de la ética. Por el contrario, el  nihilismo es una concepción teórica que funda y justifica (¿!) una actitud práctica que solo admite la fuerza bruta, lo cual acarrea la destrucción de todo valor humano.

En eso ha parado la “cultura”  occidental. Cuando vemos  las política que han promovido las potencias occidentales  en las últimas décadas, por no hablar de la guerras que han llenado el siglo pasado, las mas mortíferas de la historia, debemos preguntarnos con angustia adónde llegará la capacidad destructiva de la revolución científico-técnica que, en manos de políticos inescrupulosos, ha creado el sofisticado armamento actual que, al pisotear el derecho internacional y el derecho humanitario, ha conducido a la negación de todos los valores.

Las guerras imperiales son la expresión más siniestra del nihilismo, por lo que se convierten  en un  genocidio donde las principales víctimas son los civiles. Cuando niños, mujeres y ancianos son aniquilados bajo una lluvia de bombas, se buscan pretextos indignantes  con el maquiavélico fin de hacer cínicamente victimarios a las víctimas. Las guerras de este tipo que lanzó Hitler y que hoy llevan a cabo quienes fueron sus víctimas, lo mismo que las fuerzas de la  OTAN, solo buscan la destrucción por la destrucción.

Pero gracias a la mas reciente  tecnología de la comunicación, ya no es tan fácil engañar  y manipular a la opinión pública. Al convertir en cadáveres ensangrentados a miles de niños, enfermos, ancianos y mujeres indefensos e inocentes, hacinados en hospitales con bandera de las Naciones Unidas, esas bombas están socavando también los valores fundamentales de la convivencia civilizada, porque, como en toda manifestación inequívoca de  fascismo, no es mas que la aplicación de un terrorismo de Estado. Es el imperio del nihilismo en el que ha parado la decadencia de Occidente. Hoy nuestro duelo y nuestro dolor no debe ser solo por las víctimas de esta barbarie, sino por la humanidad entera. Por eso, nuestra solidaridad no debe reconocer fronteras.

*El autor es filósofo y escritor costarricense. Fue Ministro de Cultura de Costa Rica de 1990 a 1994.

9 comentarios:

Sergio dijo...

Acuerdo con algunas de las cosas que afirma y, sobre todo, con "el espíritu" de cuanto afirma. Sólo lamento que la idea de "nihilismo" que vierte sea tan simplificada, tan sin aristas como las propias de la complejidad misma en que surge. Extraño que el autor se haya dedicado a la filosofía. ¿No leyó a Nietzsche (por fuera, claro, de la operación de nazificación a que fue cometido y de las múltiples lecturas para consumo ideológico inmediato de que fue objeto, a Bourget (su fuente, por decir apenas lo principal en materia de fuentes del concepto? Frente a conceptos tan ricos y peligrosamente frecuentados, como ante la realidad misma, tan complejos ambos, debería un intelectual ser cauto, estar atento a los matices. Esa cautela y esa atención no lo privarán de expresar sus ideas todo lo militantemente que desee. en cambio, le permitirán ser veraz y dar algo más rico a sus lectores.

Sergio dijo...

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Sergio dijo...

Acuerdo con mucho de lo que afirma y, sobre todo, con "el espíritu" de cuanto afirma. Sólo lamento que la idea de "nihilismo" que vierte sea tan simplificada, tan sin aristas como las propias de la complejidad misma en que tal fenómeno surge y se propaga. Se podía afirmar cuanto afirma sin usar ese concepto. Es extraño que el autor se haya dedicado a la filosofía. ¿No leyó a Nietzsche (por fuera, claro, de la operación de nazificación a que fue sometido y de las múltiples lecturas para consumo ideológico inmediato de que fue objeto), a Bourget (su fuente)?; ¿no conoce exposiciones autorizadas como las de Franco Volpi, que ilustran sobre esa complejidad; buenas exposiciones actuales del tema, que advierten sobre los usos “precipitados” y demasiado periodísticos tan frecuentes? Frente a conceptos tan ricos y peligrosamente frecuentados, como ante la realidad misma en que vivimos, tan complejos ambos, debería un intelectual ser cauto, estar atento a los matices, no hacerse cómplice de la simplificación periodística que menosprecia a los lectores tomándolos por meros consumidores de bagatelas simplistas. Esa cautela y esa atención no lo privarán de expresar sus ideas todo lo militantemente que desee. En cambio, le permitirán ser más veraz y dar algo más rico a sus lectores.

Sergio dijo...

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Sergio dijo...

Por impericia, el comentario que subí antes no fue con la redacción definitiva. Ahora sí.
Acuerdo con mucho de lo que afirma y, sobre todo, con "el espíritu" de cuanto afirma. Sólo lamento que la idea de "nihilismo" que vierte sea tan simplificada, tan sin aristas como las propias de la complejidad misma en que tal fenómeno surge y se propaga. Se podía afirmar cuanto afirma sin usar ese concepto. Es extraño que el autor se haya dedicado a la filosofía. ¿No leyó a Nietzsche (por fuera, claro, de la operación de nazificación a que fue sometido y de las múltiples lecturas para consumo ideológico inmediato de que fue objeto), a Bourget (su fuente)?; ¿no conoce exposiciones autorizadas como las de Franco Volpi, que ilustran sobre esa complejidad; buenas exposiciones actuales del tema, que advierten sobre los usos “precipitados” y demasiado periodísticos tan frecuentes? Frente a conceptos tan ricos y peligrosamente frecuentados, como ante la realidad misma en que vivimos, tan complejos ambos, debería un intelectual ser cauto, estar atento a los matices, no hacerse cómplice de la simplificación periodística que menosprecia a los lectores tomándolos por meros consumidores de caricaturas. Esa cautela y esa atención no lo privarán de expresar sus ideas todo lo militantemente que desee. En cambio, le permitirán ser más veraz y dar algo más rico a sus lectores.

Sergio dijo...

Por impericia, el comentario que subí antes no fue con la redacción definitiva. Ahora sí.
Acuerdo con mucho de lo que afirma y, sobre todo, con "el espíritu" de cuanto afirma. Sólo lamento que la idea de "nihilismo" que vierte sea tan simplificada, tan sin aristas como las propias de la complejidad misma en que tal fenómeno surge y se propaga. Se podía afirmar cuanto afirma sin usar ese concepto. Es extraño que el autor se haya dedicado a la filosofía. ¿No leyó a Nietzsche (por fuera, claro, de la operación de nazificación a que fue sometido y de las múltiples lecturas para consumo ideológico inmediato de que fue objeto), a Bourget (su fuente)?; ¿no conoce exposiciones autorizadas como las de Franco Volpi, que ilustran sobre esa complejidad; buenas exposiciones actuales del tema, que advierten sobre los usos “precipitados” y demasiado periodísticos tan frecuentes? Frente a conceptos tan ricos y peligrosamente frecuentados, como ante la realidad misma en que vivimos, tan complejos ambos, debería un intelectual ser cauto, estar atento a los matices, no hacerse cómplice de la simplificación periodística que menosprecia a los lectores tomándolos por meros consumidores de caricaturas. Esa cautela y esa atención no lo privarán de expresar sus ideas todo lo militantemente que desee. En cambio, le permitirán ser más veraz y dar algo más rico a sus lectores.