En los últimos meses,
diversos analistas políticos de la región se han embarcado en la tarea de
intentar caracterizar a la nueva etapa que atraviesa América Latina, luego de
las profundas transformaciones operadas por el “cambio de época” en
nuestros países.
Hugo Chávez en la Cumbre de Pueblos contra el ALCA, Mar del Plata, Argentina, 2005. |
Juan Manuel Karg / ALAI
Una parte de estos
intelectuales, a contramano de lo que indican las urnas, se atreven a
caracterizar el “fin de ciclo” de los gobiernos posneoliberales.
Otros, con audacia pero sobre todo con datos empíricos, dan cuenta que ello no
es así. El objetivo de este artículo es plantear algunos puntos particulares al
debate ya enunciado, para enriquecer el mismo, contextualizando la coyuntura
latinoamericana actual con el décimo aniversario de la derrota del ALCA.
1) Es importante
analizar la vigencia político-electoral de los procesos de cambio en la región.
Hay que partir de este
punto: en 2014, seis de cada diez bolivianos eligieron al Movimiento al
Socialismo, y cinco de cada diez uruguayos y brasileños hicieron lo propio con
el Frente Amplio y el Partido de los Trabajadores, respectivamente. En
este 2015, el FPV argentino ha logrado una victoria holgada en las PASO, lo que
abre la posibilidad de un triunfo en primera vuelta. Algo similar podría
ocurrir con el PSUV venezolano, en caso de que la amplia votación interna -más
de 3 millones de votantes- se expanda en las elecciones legislativas de
diciembre próximo. Por ende, el primer rechazo al hipotético
“fin de ciclo” regional estaría dado por las propias herramientas
político-electorales que estos movimientos nacional-populares, progresistas y
de la izquierda regional construyeron.
2) El
reacomodamiento discursivo de las derechas expresa precisamente que no hay
“fin de ciclo”.
Hay que prestar atención
particular a este dato: son justamente los sectores más conservadores de la
región los que intentan reacomodarse ante el nuevo escenario, luego de una
década que los encontró desorientados ante el avance de los diversos procesos
de cambio. ¿Por qué Mauricio Macri intenta defender a la Asignación Universal
por Hijo o las políticas de nacionalizaciones/estatizaciones llevadas adelantes
por los gobiernos de Néstor y Cristina Fernández? Porque sabe que estas
políticas tienen una extendida simpatía popular, y que sin aquellas sería
imposible siquiera intentar arribar a la Casa Rosada. ¿Por qué Henrique
Capriles afirma que mantendría las Misiones Sociales del chavismo en caso de
llegar a Miraflores? Porque entiende que sin construir una mayoría popular es
imposible confrontar con el propio chavismo. ¿Por qué Aecio Neves no confronta
abiertamente con el programa Bolsa Familia? Porque, en definitiva, sería un
suicidio político contrariar al programa que ha beneficiado a más de 50
millones de brasileros -con énfasis particular al nordeste del país-.
3) El
“fin de ciclo” regional tampoco se expresa en las instancias
internacionales y en el discurso del Papa
Pretendemos ahora abordar
un nuevo punto: el de las relaciones internacionales. ¿Se expresa allí,
finalmente, el “fin de ciclo” latinoamericano? Es decir: ¿aparecen
nuestros países aislados ante el contexto internacional? La respuesta, a juzgar
por lo que viene sucediendo con el G77+China en el marco de la Organización de
Naciones Unidas, es claramente no a ambos interrogantes.
Un ejemplo concreto: el
Papa Francisco llevó a la Asamblea General de la ONU su preocupación sobre la
desigualdad global. Esto fue retomado por los presidentes posneoliberales de la
región, particularmente Cristina Fernández de Kirchner, quien destacó
que “el 1% de la población concentra el 50% de la riqueza a nivel
global. ¿Cuánto tiempo puede sostenerse un mundo con tanta inequidad?”.
La “agenda política
papal” no va a trasmano de los gobiernos del “cambio de época” sino más bien lo
contrario: aquel discurso es contraproducente para las políticas neoliberales,
que extendidas en el mundo provocan una situación de inestabilidad global, como
se puede evidenciar en los países de la periferia europea. Y, justamente, son
los presidentes de la región los que, en conjunto con sus pares de los BRICS,
conducen instancias como el G77+China, que precisamente ponen en cuestión el
orden financiero y económico internacional, promovido decisivamente por el
hegemón en declinación (EEUU) y sus socios de la UE y Japón.
4) Para construir un
mundo multipolar, América Latina debe seguir con hegemonía posneoliberal
Emir Sader caracterizó a
nuestra región como un “oasis antineoliberal” en un mundo cada vez más
liberalizado. Algo de real hay en esas palabras: si bien la aparición de los
BRICS en el escenario internacional y el propio discurso antineoliberal del
Papa plantean una creciente puja con el status quo, lo cierto es que la firma
de un acuerdo como el reciente TPP significa que EEUU y sus socios continuarán
dando la pelea para seguir impulsando el librecambismo.
¿Puede la región tomar
“medidas anticíclicas” en este contexto global? Sin dudas. En primer lugar,
fortaleciendo las instancias de integración autónoma: Unasur, CELAC, ALBA y Mercosur
-repotenciado-, cuestionando desde allí los TLC que los países de la Alianza
del Pacífico (cuando no, aquellos que también firmaron el TPP) emprendieron con
EEUU.
En segundo lugar,
sosteniendo a los gobiernos posneoliberales ante el intento de “restauración
conservadora” que denunciara Rafael Correa. Como vimos, las estadísticas
electorales favorecen con creces para desmentir el supuesto desmoronamiento de
los gobiernos del cambio de época. Sin embargo, el cambio discursivo de las
derechas regionales también puede significar un desafío potencial a mediano
plazo.
Por último, la región
deberá mantener el nivel de intercambio y vinculación -estratégica- con los
países de los BRICS, quienes a pesar de estar en la actualidad enfrentando una
verdadera guerra de divisas, serán los motores del crecimiento de la economía
mundial de acá a las próximas cinco décadas.
En definitiva, asistimos
a un mundo cada vez más pluricéntrico y multipolar, cuya construcción también
se define en la región. Por ende, para constituir un mundo que no se defina
sólo en Washington y Bruselas, América Latina deberá seguir aportando con la
acertada actuación internacional de los gobiernos del cambio de época regional.
Sólo de esa se podrá verificar un “fin de ciclo”: el del hegemón reinante desde
la caída del Muro de Berlín.
- Juan Manuel Karg
es Politólogo UBA / Analista internacional. @jmkarg
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