Los hechos dicen que el
nuevo ciclo de luchas que derribará el modelo está siendo protagonizado por los
campesinos y las comunidades indígenas, seguidos por los pobres de las
periferias urbanas, los jóvenes y las mujeres de los sectores populares.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
La estrepitosa caída en los precios de las
materias primas cierra un ciclo económico, pero también político. La ilusión de
que se tratara de un declive momentáneo va cediendo ante la convicción de que
los bajos precios pueden arrastrarse durante un buen tiempo, hasta 20 años
según especialistas citados por Bloomberg (http://goo.gl/fAFktC).
Las razones de tal declive son discutibles.
Hay quienes atribuyen la caída del precio del petróleo a una maniobra de
Estados Unidos para afectar a Rusia, Venezuela e Irán, mientras otros sostienen
que es impulsada por la monarquía saudita para inviabilizar la extracción por fracking
en aquel país, que amenaza desplazarla como primer productor global. La
menor demanda de China es la explicación más plausible sobre la caída de otras
mercancías, sin descartar la impronta de la especulación financiera con todas
las commodities.
Lo cierto es que el índice del precio de las commodities
elaborado por Bloomberg, que incluye oro, petróleo y soya, ha caído a la
mitad desde su máximo histórico del primer semestre de 2011. La multinacional
Glencore-Xstrata, que controla la mayor parte de la producción de minerales y
de granos en el mundo, registra pérdidas en la bolsa de Londres superiores a 30
por ciento en las últimas semanas, totalizando una caída de 74 por ciento en lo
que va de este año (http://goo.gl/HTi1Wu).
Otras multinacionales del sector enfrentan situaciones similares.
En América Latina este cambio de ciclo
anticipa graves problemas y algunas oportunidades. Todos los países enfrentan
dificultades fiscales y comerciales que los llevan a reducir los presupuestos
del Estado y el gasto público. En algunos países, como Ecuador, se contempla
una reducción de 5 por ciento del gasto, y el presupuesto del próximo año se
calculará con una base de 40 dólares en el precio del petróleo.
Como señala el economista ecuatoriano Carlos
Larrea en reciente entrevista, “todo esto está bien, pero el problema es que es
insuficiente. Esto sería una muy buena estrategia si es que tenemos una
recuperación de los precios del petróleo pronto, pero si eso no se da, como es
bastante probable, entonces esta estrategia no funciona” (http://goo.gl/LFzxYV).
El nuevo ciclo económico ya está afectando
las políticas sociales que fueron posibles gracias a los superávit por los
altos precios de las exportaciones. En varios países, como el propio Ecuador,
ya hubo reducción de funcionarios estatales. En Brasil se aplica un ajuste
fiscal que, en opinión del economista Eduardo Fagnani en la revista IHUOnline
de septiembre, “está provocando una grave regresión social” (http://goo.gl/D9D4oq).
En opinión de muchos economistas la mejor
política social es el empleo. En Brasil el salario mínimo creció 70 por ciento
por encima de la inflación en la última década y el desempleo llegó a mínimos
de 4.8 por ciento en diciembre de 2014. Pero hoy ya se sitúa en 7.5 por ciento
(8.6 millones de desocupados) y se estima que finalizará el año en 9 o 10 por
ciento. En los demás países comienzan a erosionarse los índices sociales, aún
de forma lenta, con aumentos en los niveles de desocupación y pobreza.
Estos son, muy someramente, algunos de los
problemas derivados del cambio en el ciclo económico que se agudizarán si, como
todo indica, la Reserva Federal de Estados Unidos eleva las tasas de interés en
los próximos meses. Estamos ante una crisis que puede tomar dos direcciones:
ajustes fiscales o cuestionamiento del modelo extractivo.
En el primer caso, los gobiernos sufrirán una
fuerte erosión de sus bases de apoyo, ya que buena parte de los sectores
populares que los llevaron al gobierno comenzarán a desertar. Unos pueden
intentar retomar la movilización para presionar por sus demandas, pero otros
pueden apostar por partidos conservadores y de derecha. Algo así parece estar
sucediendo en Brasil, donde el ajuste que impone el gobierno de Dilma Rousseff
ha provocado un agudo descenso de su popularidad, que cayó hasta 7 por ciento
del electorado.
Una situación semejante no puede saldarse, en
el mediano plazo, sino con un triunfo electoral de las derechas, que también
pueden conseguir el desplazamiento de la presidenta por la vía parlamentaria.
Estamos ante una oportunidad para salir del
modelo actual, o sea un crecimiento basado en la exportación de commodities.
Para ello es imprescindible romper con la política de inclusión a través
del consumo, para encarar reformas estructurales que hasta ahora no se han
realizado o han sido demasiado tímidas: reformas tributaria, agraria, urbana,
de la salud y del sistema político, esta última pendiente aún en Brasil.
Pero la salida del modelo extractivo
presenta, en esta coyuntura, dos grandes desafíos.
El primero es que el escenario mundial camina
en una dirección opuesta. Por un lado, las clases dominantes parecen estar
empujando a las sociedades de retorno hacia el siglo XIX, a través de la
desmodernización y la desdemocratización, como apunta Aníbal Quijano, de la
mano del capital financiero que está promoviendo una fuerte reconcentración del
poder global. Por otro, las potencias emergentes como China apuestan al mismo
modelo extractivo que el imperio.
El segundo desafío se desprende del primero:
no hay salida del modelo sin crisis política. Salir del modelo supone derrotar
al capital financiero que lo sostiene y a las élites locales que lo
implementan. Será un conjunto de duras batallas, como lo demuestra el caso de
Perú, donde se produjo estos días una nueva masacre contra comunidades que
resisten la minería, en la región andina de Apurímac.
Los sujetos de la derrota del extractivismo
serán los pueblos y comunidades organizados en movimientos. Los gobiernos y los
partidos están más preocupados por mantener sus privilegios que por encarar la
batalla contra el modelo. Los hechos dicen que el nuevo ciclo de luchas que
derribará el modelo está siendo protagonizado por los campesinos y las
comunidades indígenas, seguidos por los pobres de las periferias urbanas, los
jóvenes y las mujeres de los sectores populares.
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