La acción oportuna y
vigorosa de Celac y Unasur ha conducido a un acuerdo beneficioso para Colombia
y Venezuela, imposible de suponer si tal gestión hubiera sido hecha por la OEA,
es decir siendo Estados Unidos un actor protagónico. Esta es una nueva victoria
de nuestros mecanismos regionales de integración que todos deberíamos celebrar.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde La Habana, Cuba
El pasado lunes 21 de
septiembre se realizó en Quito una reunión
promovida por las máximas autoridades de Celac y Unasur, los mandatarios
de Ecuador, Rafael Correa y de Uruguay, Tabaré Vásquez, respectivamente. La
misma, en la que participaron los presidentes de Venezuela y Colombia, Nicolás
Maduro y Juan Manuel Santos buscaba encontrar soluciones a la crisis que vive
la relación entre ambos países.
El cónclave concluyó
con un acuerdo de 7 puntos entre los que destacan el retorno inmediato de los
embajadores que habían sido llamados a consulta por sus gobiernos, avanzar en
la construcción de soluciones a los
problemas de la frontera común, la realización de una investigación profunda de
la situación de la frontera, la reunión de ministros de ambos países para
tratar los temas más sensibles de la zona y la progresiva normalización del
escenario limítrofe que comparten.
Cuando dos o más países
manifiestan diferencias respecto de un tema, o –en caso extremo- cuando tales
discrepancias conducen a un conflicto, existen dos opciones: la guerra o la
diplomacia. En lo que va del siglo XXI, casi todos los conflictos o las guerras
han tenido su origen en la intervención descarada de las potencias o de
asociaciones de ellas. En su mayoría, tales conflagraciones, se han desarrollado
en el territorio de países del sur del planeta. Así mismo, esta centuria ha
sido testigo de la creación de organizaciones y mecanismos regionales de
solución de conflictos, sin la participación de las potencias, las que
generalmente son parte del problema, no de su solución. En el caso de América
Latina y el Caribe, tales estructuras han sido particularmente eficientes y
eficaces, marcando un punto de inflexión respecto de las prácticas diplomáticas
del pasado.
En el asunto que nos
convoca, la acción oportuna y vigorosa de Celac y Unasur ha conducido a un
acuerdo beneficioso para ambas partes, imposible de suponer si tal gestión
hubiera sido hecha por la OEA, es decir siendo Estados Unidos un actor
protagónico. Esta es una nueva victoria de nuestros mecanismos regionales de
integración que todos deberíamos
celebrar.
Sin embargo, desde el
mismo momento de los anuncios, se desató en Bogotá una brutal avalancha de
críticas al acuerdo por parte de los mismos sectores extremistas de ultra
derecha que atacan y rechazan las conversaciones de paz que se celebran en La
Habana. Al establecer un paralelo, entre los dos hechos, es muy fácil apreciar
la manera cómo en el vecino país se ha ido gestando una mafia que ha hecho de
la guerra y el conflicto un instrumento para hacer política.
La oligarquía
colombiana enquistada en el poder, ha construido a través de los años un
sentimiento anti venezolano bajo el paraguas de un pensamiento chovinista y
nacionalista que ha secuestrado la patria y la nación para hacer uso interesado
y particularizado de ella. Vale decir, que el mismo sentimiento anti colombiano
fue incubado por la oligarquía venezolana que usufructuó del poder desde la
Independencia. En esa medida, ambos pueblos, han sido transformados en rehenes
de intereses que no son los suyos, los cuales han hecho del conflicto una forma
de perenne y creciente ganancia transnacional. Ya en 1830, cuando se discutía
el tratado de límites que confirmaría la separación de Nueva Granada y Venezuela y el fin de la
república de Colombia creada por el Libertador, uno de los ignominiosos
acuerdos que tomaran, sin que hubiera ningún atisbo de culpa, fue el de
expulsar al Libertador del territorio de ambos países que surgían. De tal
tamaño es la traición y la vergüenza de estas oligarquías. Difícilmente entonces puede haber sorpresa
ante los exabruptos manifestados por el Acuerdo de Quito.
En este contexto, no
resulta paradójico que el artículo de portada en el número 1742 de la
influyente revista “Semana” de Bogotá, publicada el 20 de septiembre, se
denomine “Patria Boba”. En el subtítulo dice que “La paz se acerca, la economía
está amenazada y las relaciones con Venezuela en crisis. Y la dirigencia
nacional está concentrada en su afán de
protagonismo, intereses mezquinos y debates sin importancia”.
En uno de sus párrafos
el artículo en mención, manifiesta que “En medio de la avalancha de noticias,
de la lógica polarizante de la política y de los intereses particulares de
muchos líderes públicos, la pugnacidad se impone sobre el respeto y la
exageración sobre la realidad. Las voces moderadas están ahogadas por quienes
gritan más duro y se quieren hacer sentir más”. Y agrega a continuación “En
todo esto hay un denominador común. Los que ostentan altas responsabilidades en
el Estado han perdido el sentido de lo público. Quienes deberían dar el ejemplo
con un manejo serio y responsable de las instituciones, actúan como si fueran
feudos particulares”. Sobran los comentarios.
A pesar de ello,
haciendo cumplir los acuerdos de Quito, en fecha tan temprana como el miércoles
siguiente a las conversaciones, se dieron cita en Caracas los ministros de
relaciones exteriores, defensa y energía de ambos países tomándose medidas
concretas para comenzar a implementar el acuerdo presidencial.
Sin embargo, este
importante encuentro, pasó a segundo plano toda vez que simultáneamente en La
Habana se reunieron, el presidente Juan Manuel Santos y el Comandante Timoleón
Jiménez, máximo jefe de las FARC-EP para atestiguar con su presencia la firma
del acuerdo sobre Jurisdicción Especial para la Paz, aprovechando la ocasión para anunciar un
posible fin del conflicto armado en seis meses. De esta manera, en menos de 72
horas los guerreristas y amantes del conflicto, recibieron una segunda dosis de
la misma medicina.
Todos estos eventos
acaecidos en un lapso vertiginoso de tres días, estuvieron acompañados por la
visita del Papa Francisco a Cuba, donde aprovechó para referirse a las
conversaciones de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP. Fue tajante.
Hablando en primera persona dijo “No podemos permitirnos otro fracaso más, en
este camino de paz y reconciliación”.
Los hechos relatados y
la dinámica desarrollada, dan constancia de una idea mayoritaria en Colombia y
en América Latina proclive a solucionar los conflictos por vía de la
negociación y el diálogo. Muestra también las profundas contradicciones al
interior de la sociedad colombiana, aún permeada por un sector guerrerista de
ultra derecha, liderado por el ex presidente Álvaro Uribe, que obliga a
transformar las diferencias internas en política exterior. Por su parte, la
actitud, a veces débil y diletante del Presidente Santos, quien evidentemente
no tiene todos los instrumentos de control ni la autoridad para hacerlos
funcionar, provoca innecesarias situaciones cuya prolongación en el tiempo pone
en evidencia las graves carencias y la crisis social que atraviesa el país. En
el caso del conflicto con Venezuela, esas carencias se pusieron en el tapete
cuando la canciller colombiana María Ángela Holguín refiriera durante su visita
al Arauca, que “Hay que tomar esas
medidas que necesitamos de una vez por todas para que los colombianos vivamos
en Colombia, integrados a Colombia y no sigamos dependiendo de Venezuela”.
Con todo, habrá que
reconocerle a Santos, que en medio del “fuego amigo” de Uribe y sus adláteres,
haya tenido la valentía, -por las razones que sea- de sentarse en menos de 72
horas con el presidente Nicolás Maduro y con el Comandante de las FARC-EP
Timoleón Jiménez, quienes son señalados por los medios de comunicación
tarifados de Colombia como los “principales enemigos del país”.
Un hecho no puede verse
aislado del otro. Lo que está en juego es la paz y la posibilidad de que cada
país pueda desarrollar su modelo político sin interferencias extranjeras y con
la capacidad soberana de tomar las decisiones que considere convenientes para
sus ciudadanos. Las condiciones políticas que se vayan generando irán creando
la correlación de fuerzas que haga posible avanzar hacia soluciones estructurales
que conduzcan a beneficios para la vida de las mayorías. No necesariamente los
acuerdos actuales apuntan en esa vía, ciertas fuerzas políticas e intereses de
clase conducen, -en algunas ocasiones- los diálogos y las negociaciones en
direcciones que se orientan a soluciones sectoriales, no de toda la sociedad.
Pero, mientras esa
correlación de fuerzas no exista, el imperativo de seguir luchando por ella,
estará presente para todos los que sueñan con una sociedad mejor. En ese marco,
en la situación actual, apostar por la paz y por la solución negociada de los
conflictos, es un buen camino para el logro de los grandes objetivos
estratégicos. No se puede obviar que uno
y otro hecho, contaron con la hospitalidad, el impulso y la energía de los
presidentes Rafael Correa y Raúl Castro de Ecuador y Cuba, dos países miembros
del Alba, portadores de una nueva visión de América Latina y Caribe, integrada
y en paz.
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