sábado, 24 de octubre de 2015

El trazo de nuestro plan

A nosotros nos toca una tarea distinta: la de contribuir a la defensa de la vida frente a la muerte que la circunda, para hacer de la agonía de la civilización que perece el camino hacia otra, en la que el desarrollo de nuestra especie llegue a ser sostenible por lo humano que llegue a ser.

Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá

“A un plan obedece nuestro enemigo: el de enconarnos, dispersarnos, dividirnos, ahogarnos. Por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo, hacer por fin a nuestra patria libre. Plan contra plan. Sin plan de resistencia no se puede vencer un plan de ataque.” José Martí[1]

La ecología política es la disciplina que se ocupa de los conflictos que animan y expresan a un tiempo las interacciones entre los sistemas naturales y los sistemas sociales a lo largo del tiempo. Dicha así, ella nos ofrece la dimensión política de la historia ambiental, en una doble relación de la mayor importancia para ambas. La política, a fin de cuentas, es el medio por el cual nuestra especie construye su propia historia, que es también por necesidad la de sus relaciones con el mundo natural. No lo hace ciertamente a su antojo, sino en el marco de la tradiciones, las restricciones y las opciones creadas por las generaciones precedentes, sea prolongándolas, sea contradiciéndolas y transformándolas.

Vista así, la política también puede ser entendida como cultura en acto, esto es, como una práctica social ejercida desde una visión del mundo históricamente determinada.  La incorporación de lo ambiental a ese ejercicio constituye sin duda una clara y rica expresión de los modos en que las opciones de nuestro tiempo van tomando forma y encontrando sentido en una cultura ambiental nueva. Esa cultura expresa una circunstancia histórica marcada por la eclosión de todas las contradicciones y todos los conflictos acumulados a lo largo del proceso de formación, y de las transformaciones, del moderno sistema mundial.

En este proceso, hoy nos encontramos de nuevo ante un momento en el que – como dijeran Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848 - todo lo que ayer parecía sólido se disuelve en el aire. Sin embargo, carecemos aún de las categorías necesarias para interrogar como quisiéramos a la realidad nueva que emerge. Por lo mismo éste se nos ha convertido en un tiempo de metáforas como las de desarrollo, ambiente y sostenibilidad, que aluden y eluden de manera simultánea la raíz de los problemas que nos aquejan. No se trata, sin embargo, un tiempo de ambigüedades – por más que existan sectores conservadores que las ejercen de manera deliberada para distorsionar y desdibujar los términos del debate. Se trata de que estamos en un momento de polisemia, en el que los problemas son abordados desde múltiples perspectivas de significado no excluyentes entre sí.

Es allí, precisamente, donde cabe buscar la clave de necesidad y de dificultad de nuestra tarea. Todos los discursos de la certidumbre –desde el neoliberalismo hasta el tardoestalinismo– no son sino estertores de un mundo que ha dejado de existir. Hoy nosotros, los humanos, somos muchísimos más y vivimos más años que nunca antes en nuestra historia. Y nuestros modos de estar en el mundo también han experimentado ya cambios de gran complejidad: hemos venido a ser una especie fundamentalmente urbana, que ha estructurado sus relaciones de poder, organización y trabajo a escala planetaria.

Así, la presión de nuestra especie sobre todos los ecosistemas del Planeta ha alcanzado ya –y tiende constantemente a sobrepasar– una escala que ayer apenas podía parecer inimaginable. Pero esa presión opera a través de un archipiélago de enclaves de prosperidad que se sostiene sobre la labor de enormes masas de un proletariado periférico, que trabaja y vive y sufre en condiciones aun peores que las descritas por Charles Dickens y Víctor Hugo para los países centrales del siglo XIX, y por Franz Fanon para el mundo colonial. Las últimas fronteras de recursos de Asia, África y América Latina, se renuevan a escala de ecocidio mediante procesos masivos de transformación en capital del patrimonio natural y la fuerza de trabajo de pueblos que hasta hace relativamente poco vivían en los márgenes de la economía de mercado.

La escala de este drama, y la de sus implicaciones, demanda un abordaje de los conflictos de relación de nuestra especie con el mundo natural desde una perspectiva política, esto es, desde la identificación y la ponderación de nuestras opciones de futuro, en el más activo de los sentidos. Y en el corazón de ese drama está el hecho de que, siendo el ambiente la imagen que la naturaleza nos ofrece de la sociedad que somos, se hace evidente, más allá de toda duda, que sólo tendremos un ambiente distinto en la medida en que seamos capaces de crear sociedades diferentes.

Estrategia es política, decía Martí, y la estrategia exige un plan contra otro plan. Otros, en su infinita necrofilia, han encontrado ya -y promueven– nuevas oportunidades de ganancia en la agonía misma de la civilización de la que surgen los peligros que nos amenazan. A nosotros nos toca una tarea distinta: la de contribuir a la defensa de la vida frente a la muerte que la circunda, para hacer de la agonía de la civilización que perece el camino hacia otra, en la que el desarrollo de nuestra especie llegue a ser sostenible por lo humano que llegue a ser, y podamos finalmente alcanzar “aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas.”[2]

Plan contra plan, en efecto: éste es el trazo fundamental del nuestro. Toca ahora construirlo, y ejercerlo.


NOTAS:

[1] “Adelante, juntos”.[Patria, Nueva York, 11 de junio de 1892] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. II, 15.
[2] Martí, José. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1975. VI, 17: “Nuestra América”. El Partido Liberal, México, 30 de enero de 1891.


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