A nosotros nos toca una tarea distinta: la de
contribuir a la defensa de la vida frente a la muerte que la circunda, para
hacer de la agonía de la civilización que perece el camino hacia otra, en la
que el desarrollo de nuestra especie llegue a ser sostenible por lo humano que
llegue a ser.
Guillermo Castro H. / Especial
para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“A un plan
obedece nuestro enemigo: el de enconarnos, dispersarnos, dividirnos, ahogarnos.
Por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura,
apretarnos, juntarnos, burlarlo, hacer por fin a nuestra patria libre. Plan
contra plan. Sin plan de resistencia no se puede vencer un plan de ataque.”
José Martí[1]
La ecología política es la disciplina que se ocupa de
los conflictos que animan y expresan a un tiempo las interacciones entre los
sistemas naturales y los sistemas sociales a lo largo del tiempo. Dicha así,
ella nos ofrece la dimensión política de la historia ambiental, en una doble
relación de la mayor importancia para ambas. La política, a fin de cuentas, es
el medio por el cual nuestra especie construye su propia historia, que es
también por necesidad la de sus relaciones con el mundo natural. No lo hace
ciertamente a su antojo, sino en el marco de la tradiciones, las restricciones
y las opciones creadas por las generaciones precedentes, sea prolongándolas,
sea contradiciéndolas y transformándolas.
Vista así, la política también puede ser entendida como
cultura en acto, esto es, como una práctica social ejercida desde una visión
del mundo históricamente determinada. La incorporación de lo ambiental a
ese ejercicio constituye sin duda una clara y rica expresión de los modos en
que las opciones de nuestro tiempo van tomando forma y encontrando sentido en
una cultura ambiental nueva. Esa cultura expresa una circunstancia histórica
marcada por la eclosión de todas las contradicciones y todos los conflictos
acumulados a lo largo del proceso de formación, y de las transformaciones, del
moderno sistema mundial.
En este proceso, hoy nos encontramos de nuevo ante un
momento en el que – como dijeran Marx y Engels en el Manifiesto Comunista
de 1848 - todo lo que ayer parecía sólido se disuelve en el aire. Sin embargo,
carecemos aún de las categorías necesarias para interrogar como quisiéramos a
la realidad nueva que emerge. Por lo mismo éste se nos ha convertido en un
tiempo de metáforas como las de desarrollo, ambiente y sostenibilidad, que
aluden y eluden de manera simultánea la raíz de los problemas que nos aquejan.
No se trata, sin embargo, un tiempo de ambigüedades – por más que existan
sectores conservadores que las ejercen de manera deliberada para distorsionar y
desdibujar los términos del debate. Se trata de que estamos en un momento de
polisemia, en el que los problemas son abordados desde múltiples perspectivas
de significado no excluyentes entre sí.
Es allí, precisamente, donde cabe buscar la clave de
necesidad y de dificultad de nuestra tarea. Todos los discursos de la
certidumbre –desde el neoliberalismo hasta el tardoestalinismo– no son sino
estertores de un mundo que ha dejado de existir. Hoy nosotros, los humanos,
somos muchísimos más y vivimos más años que nunca antes en nuestra historia. Y
nuestros modos de estar en el mundo también han experimentado ya cambios de
gran complejidad: hemos venido a ser una especie fundamentalmente urbana, que
ha estructurado sus relaciones de poder, organización y trabajo a escala
planetaria.
Así, la presión de nuestra especie sobre todos los
ecosistemas del Planeta ha alcanzado ya –y tiende constantemente a sobrepasar–
una escala que ayer apenas podía parecer inimaginable. Pero esa presión opera a
través de un archipiélago de enclaves de prosperidad que se sostiene sobre la
labor de enormes masas de un proletariado periférico, que trabaja y vive y
sufre en condiciones aun peores que las descritas por Charles Dickens y Víctor
Hugo para los países centrales del siglo XIX, y por Franz Fanon para el mundo
colonial. Las últimas fronteras de recursos de Asia, África y América Latina,
se renuevan a escala de ecocidio mediante procesos masivos de transformación en
capital del patrimonio natural y la fuerza de trabajo de pueblos que hasta hace
relativamente poco vivían en los márgenes de la economía de mercado.
La escala de este drama, y la de sus implicaciones,
demanda un abordaje de los conflictos de relación de nuestra especie con el
mundo natural desde una perspectiva política, esto es, desde la identificación
y la ponderación de nuestras opciones de futuro, en el más activo de los
sentidos. Y en el corazón de ese drama está el hecho de que, siendo el ambiente
la imagen que la naturaleza nos ofrece de la sociedad que somos, se hace
evidente, más allá de toda duda, que sólo tendremos un ambiente distinto en la
medida en que seamos capaces de crear sociedades diferentes.
Estrategia es política, decía Martí, y la estrategia
exige un plan contra otro plan. Otros, en su infinita necrofilia, han
encontrado ya -y promueven– nuevas oportunidades de ganancia en la agonía misma
de la civilización de la que surgen los peligros que nos amenazan. A nosotros
nos toca una tarea distinta: la de contribuir a la defensa de la vida frente a
la muerte que la circunda, para hacer de la agonía de la civilización que
perece el camino hacia otra, en la que el desarrollo de nuestra especie llegue
a ser sostenible por lo humano que llegue a ser, y podamos finalmente alcanzar
“aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan
todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que
fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas.”[2]
Plan contra plan, en efecto: éste es el trazo
fundamental del nuestro. Toca ahora construirlo, y ejercerlo.
NOTAS:
[1] “Adelante, juntos”.[Patria, Nueva York, 11 de
junio de 1892] Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
1975. II, 15.
[2] Martí, José. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales. La Habana, 1975. VI, 17: “Nuestra América”. El Partido Liberal,
México, 30 de enero de 1891.
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