En tanto nuestras
élites renuncian –casi con alevosía- a pensar y actuar como centroamericanos, la única iniciativa
con ambiciones regionales que hoy está en marcha es la llamada Alianza para la
Prosperidad del Triángulo Norte de Centroamérica, que los Estados Unidos han
lanzado para resguardar la frontera sur del imperio y reforzar su dominio en el
istmo.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Asamblea General de la ONU. |
En un mundo multipolar,
en el que escuchamos con cada vez más fuerza el crujir del hegemonismo hasta
ahora dominante y que se resquebraja lentamente, y en el que la emergencia de
nuevos polos de poder y la construcción de nuevos bloques de países y alianzas
estratégicas definen las principales tendencias, Centroamérica reincide en sus
errores y se muestra incapaz de consolidarse como región y de articular
políticas conjuntas que le permitan defender sus intereses y promover el
bienestar de las grandes mayorías de su población. En este sentido, el
escenario de la 70 Asamblea General de la ONU, celebrada en Nueva York en días
pasados, nos dejó una vez más el triste retrato de nuestra obstinada
fragmentación.
Los discursos de los
presidentes, cancilleres y representantes de los países centroamericanos, más
allá de la retórica y de la reiteración de algunos lugares comunes de la
diplomacia internacional, evidenciaron los puntos de encuentro que existen
entre los gobiernos respecto de los desafíos de la agenda del llamado
“desarrollo” –concepto altamente ideologizado- y en sus enfoques sobre las
causas y consecuencias de los más acuciantes problemas globales. Pero, al mismo
tiempo, quedaron al descubierto vacíos, ausencias imperdonables a esta altura
de nuestra historia centroamericana.
Nicaragua, Honduras y
El Salvador, por ejemplo, expresaron posiciones críticas del (des)orden y de
las lógicas imperantes en el sistema internacional: la delegación nicaragüense censuró “la creciente
codicia del capitalismo global” que provoca guerras, desplazamientos forzados
de poblaciones, siembra fanatismos y terrorismos, y desata “todas las crisis
bélicas, alimentaria, ambiental, laboral, humanitaria, en proporciones y de
consecuencias infinitas”. Por su parte, los salvadoreños llamaron la atención
sobre el impacto negativo de la deuda externa “sobre las necesidades de
desarrollo y sobre el goce efectivo de los derechos humanos”; en tanto que Honduras hizo lo propio
lamentando las condiciones de injusticia que obligan a miles de personas a
“emprender migraciones infamantes por razones de extrema pobreza, de insuperable
situación de violencia”. Posiciones que, sin dificultad, dado su alcance
universal, fueron refrendadas por Costa Rica, Guatemala y Panamá.
Desgraciadamente, en
todas las alocuciones estuvo ausente la idea de la unidad centroamericana, y la
necesidad de impulsar nuevos proyectos conjuntos que apunten hacia ese ideal,
como estrategia política, social, ambiental y económica necesaria para
posicionar a nuestra región en el mundo como un actor soberano y protagonista
de su destino. Solamente El Salvador hizo una mención del papel que hoy cumple
el Sistema de Integración Centroamericana en materia de seguridad –uno de los
pocos ámbitos que concitan a las élites políticas y económicas
centroamericanas-; mientras que Panamá anunció sus avances en la creación de “un
Centro de Seguridad Regional para luchar contra la delincuencia en forma más
coordinada y apoyar a los países de la región en esta lucha”. Una materia en la
que, al menos en los últimos dos lustros, ha sido incuestionable la influencia
del enfoque estadounidense de guerra al
narcotráfico y el crimen organizado en los gobiernos y fuerzas policiales y
militares centroamericanas, con todo lo que esto implica respecto del
sometimiento de los intereses nacionales a los intereses geopolíticos
estadounidenses.
Así las cosas, y en
tanto nuestras élites renuncian –casi con alevosía- a pensar y actuar como
centroamericanos, la única iniciativa con ambiciones regionales que hoy
está en marcha es la llamada Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte de
Centroamérica, que los Estados Unidos han lanzado para resguardar la frontera
sur del imperio y reforzar su dominio en el istmo, al que ya consideran una de
las cinco prioridades globales de la Casa Blanca, junto a Irán, Rusia, China y
el ejército del Estado Islámico.
El patriota cubano José
Martí, alertando sobre las pretensiones del panamericanismo imperialista que
despuntaba a finales del siglo XIX, escribió: “… no sería bien que Centroamérica se dejase unir con cemento de espinas, por la mano
extranjera…” Más de cien años
después, divididos, enemistados y sospechando siempre unos de otros, como es nuestra
actual circunstancia, asoma con dolor el diagnóstico fatal: por ese camino,
jamás dejaremos de ser presa fácil de quienes, desde afuera y con complicidades
internas, no cejan en sus empeños por dominarnos.
¿Será ese ese nuestro
único futuro posible?
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