La concepción de
instaurar una zona de “exclusividad geopolítica” que integrara a Canadá, EU y
México, tuvo como primer paso la aprobación del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN). Y desde la entrada en vigor de éste, el primero de
enero de 1994, EU ha venido desplegando una renovada estrategia de apropiación
neocolonial de territorios y refuncionalización del espacio a escala mundial.
Carlos Fazio / LA JORNADA
I.
Hace 20 años, la mañana
del 23 de octubre de 1995, el jefe del Pentágono, William Perry, dijo
ante la plana mayor del Ejército Mexicano que entre Estados Unidos (EU) y
México existían fuertes lazos políticos y económicos, pero que faltaba un
“tercer vínculo”, el militar. A partir de entonces, promovida por Washington,
la sana distancia entre las fuerzas armadas de ambos países comenzó a
acortarse. Para justificar una mayor injerencia militar, la táctica
estadunidense fue jalar de los hilos de la corrupción, el narcotráfico, el
lavado de dinero, la deuda externa y los créditos condicionados del FMI y el
Banco Mundial −como perros guardianes del Departamento del Tesoro−, con la
finalidad de provocar una desestabilización de México.
Mucho antes de que se
conociera en el mundo la llamada “globalización económica” neoliberal, la
apetencia de EU por los hidrocarburos y otros minerales estratégicos mexicanos
había quedado asentada en documentos oficiales de la Casa Blanca. Como parte de
la conformación de América del Norte en un espacio geopolítico integrado además
por Canadá, el proceso de integración silenciosa de México a EU estuvo fundado
en una estrategia económica dictada por los intereses corporativos y de
seguridad nacional estadunidenses. Mediante instrumentos “no militares”, como
el espionaje telefónico y microfónico sobre la cúpula político-económica
mexicana (corrupta o susceptible de corrupción, enredada como ya estaba en un
entramado de vínculos ilícitos de tráfico de influencias y narcotráfico), la
diplomacia de Washington comenzó a cultivar “relaciones personales” y a
recurrir de manera cada vez más metódica y frecuente a los instrumentos
políticos, sicológicos, económicos y financieros, a fin de explotar las
“vulnerabilidades individualizadas” del liderato mexicano, siempre con la mira
puesta en los hidrocarburos, la privatización de Pemex y una reconfiguración
espacial del territorio de México.
II.
La concepción de
instaurar una zona de “exclusividad geopolítica” que integrara a Canadá, EU y
México, tuvo como primer paso la aprobación del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN). Y desde la entrada en vigor de éste, el primero de
enero de 1994, EU ha venido desplegando una renovada estrategia de apropiación
neocolonial de territorios y refuncionalización del espacio a escala mundial.
México no escapó a esa lógica. Como las dos caras de un mismo proyecto
hegemónico, el reposicionamiento militar estadunidense llegaría acompañado de
una serie de planes y megaproyectos, como los contenidos en el TLCAN, que
vinculó a México de manera asimétrica y subordinada a EU, a los que seguirían
después el Plan Puebla Panamá (PPP, 2001); la Alianza para la Seguridad y la
Prosperidad de América del Norte (Aspan o TLCAN militarizado, 2005), que
contiene una redefinición de facto de la frontera entre ambos países, de
acuerdo con los objetivos de seguridad de Washington y en detrimento de la
soberanía mexicana, y la Iniciativa Mérida (o Plan México, símil del Plan
Colombia, 2007), que implicó una acelerada readecuación y penetración de las
fuerzas armadas y las distintas fuerzas policiales mexicanas por asesores e
instructores de operación e inteligencia estadunidenses.
III.
La Aspan incluyó una integración
energética transfronteriza subordinada a Washington y megaproyectos del capital
trasnacional que subsumen los criterios económicos a los de seguridad
−justificando así acciones que de otro modo no podrían ser admitidas por ser
violatorias de la soberanía nacional− y una normativa supranacional que hace a
un lado el control legislativo, mientras se imponen leyes contrainsurgentes que
criminalizan la protesta y la pobreza y globalizan el disciplinamiento social.
IV.
Diseñada por EU, la
guerra asimétrica de Felipe Calderón tuvo por objetivo destruir mediante la
violencia y el terror el tejido social comunitario y generar desplazamientos
forzosos de población en amplias zonas del país consideradas económicamente
estratégicas por el gran capital, como paso previo a una reconstrucción y un
reordenamiento territorial y poblacional que, con base en la aprobación de la
cuarta generación de medidas neoliberales durante el mandato de Enrique Peña
Nieto −en particular la contrarreforma energética−, diera paso a una posterior
enloquecida carrera trasnacional para el despojo.
V.
La dinámica
desordenar/destruir/reconstruir/reordenar iniciada por Calderón, tuvo su
continuidad en el Plan de Desarrollo 2013-2018 de Peña Nieto, y fue
reconfirmada en sus 10 medidas de acción en materia de legalidad y justicia
anunciadas por el jefe del Ejecutivo en noviembre de 2014, donde se establecía
que el gabinete de seguridad implementaría un “operativo especial” en la zona
de Tierra Caliente de Michoacán y Guerrero, y una estrategia de “desarrollo
integral” en Chiapas, Guerrero, Oaxaca y Michoacán, consistente en crear tres
zonas económicas especiales: 1) el corredor industrial interoceánico en el
Istmo de Tehuantepec (que conectará al Pacífico con el Golfo de México); 2) Puerto
Chiapas, y 3) Puerto Lázaro Cárdenas, en los municipios colindantes de
Michoacán y Guerrero. Con financiamiento de la banca de desarrollo y el sector
privado, las inversiones previstas incluyen autopistas (como la que conectará
Michoacán con Puerto Chiapas), la modernización de Tuxtla Gutiérrez y obras de
infraestructura y gasoductos (como el del eje Salina Cruz-Tapachula, que
permitirá introducir gas natural por primera vez a México).
Salvo Puebla, la
iniciativa oficializada por Peña Nieto en Puerto Chiapas el 29 de septiembre de
2015, incluye a los otros ocho estados del Plan Puebla Panamá original.
Publicitado como un “plan innovador de desarrollo”, la iniciativa evidencia que
la nueva fase de desposesión o despojo tiene como blanco prioritario territorios
ricos en recursos naturales y materias primas, donde están asentados pueblos
originarios y existen proyectos de resistencia contrahegemónicos y autonómicos.
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