Panamá cayó bajo la lupa de unos investigadores de
la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) que incluyeron el país en su informe
sobre la libertad de expresión. La SIP no es una organización muy santa
para andar investigando la situación de la prensa en los países de la región.
Pero tiene mucha experiencia ya que lo viene haciendo desde hace casi 70 años.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Pero antes de entrar en la materia que vincula a
Panamá, es necesario hacer algunas distinciones sobre la libertad de expresión.
La libertad de expresión es una reivindicación de todos los pueblos del mundo.
La historia así como en el presente, organizaciones sindicales, gremiales,
asociaciones de todo tipo luchan por el reconocimiento de su derecho a decir
sus verdades. La lucha, incluso, se puede documentar a nivel de individuos,
decididos a hacer respetar su derecho a vocear sus sentimientos.
Para los eurocentristas (que estudian la historia
desde la prisma de los avances tecnológicos de la región del norte del
Atlántico: Europa occidental y EEUU), la humanidad dio un gran paso con la
Revolución francesa que proclamó la libertad de expresión como un derecho
humano. El decreto fue desconocido por las potencias europeas de la época y
Napoleón en su momento lo borró de los códigos franceses.
Una vez que se asentaron las cenizas de la
destrucción generada por la Revolución industrial a mediados del siglo XIX, la
libertad de expresión perdió todo ímpetu entre las fuerzas que lo habían
promovido en el siglo XVIII. Sólo los obreros, artesanos, pequeños comerciantes
(‘shop-keepers’) y otros, en pleno auge, reclamaban la libertad de expresión.
Sus periódicos eran agredidos, quemados y prohibidos por las autoridades. Sus
luchas por la libertad de expresión son heroicas y la historia las recoge.
‘La libertad de prensa’
En las cúpulas de las sociedades también hay una
lucha por la libertad de expresión. Pero es de otro tipo. Tiene que ver con la
capacidad para conquistar nuevos mercados, territorios ‘salvajes’ llenos de
bosques, minerales preciosos y tierras fértiles y pueblos con mano de obra
barata. Las empresas periodísticas son un instrumento importante en estas
batallas. En el caso de Panamá, tenemos el clásico ejemplo de la pelea entre
los imperios periodísticos de Pulitzer (San Luis, EEUU) y Hearst (Nueva York).
Los enfrentamientos entre los magnates de la prensa
de ayer y de hoy se parecen mucho. Las técnicas y las personas (corporaciones)
han cambiado. La libertad de prensa es una faceta de la libertad de expresión.
En el caso de la prensa, son empresarios o corporaciones que se pelean el
control de la comunicación y, también, de la información. Responden a los
intereses políticos que en la mayoría de los países actualmente se organizan –
en forma elástica – en torno a partidos que responden a los grandes intereses
económicos del momento.
Cuando emerge un nuevo grupo económico, los diarios
de los otros sectores se quejan por la falta de libertad de prensa. En otras
palabras, protestan porque son ‘expropiados’ de su monopolio sobre la
información y sistemas de comunicación. Es una lucha constante que no termina.
En ese mundo se olvidaron de los periódicos que circulan entre personas con
intereses comunes y que son ahogados por los grandes intereses. El diario
comunitario, gremial, religioso o estudiantil ha desaparecido a escala mundial.
Para estas iniciativas no hay ‘libertad de prensa’ y menos libertad de
expresión.
Las empresas periodísticas tienen que organizarse
como cualquier otro negocio. Tienen que pagar rentas para su establecimiento
(impresora, computadoras, etc). Tienen que comprar materia prima (papel, tinta,
etc). Lo fundamental, también tienen que comprar (negociar contratos con)
hombres y mujeres entrenados y preparados para sacar un periódico todos los
días del año. Es una tarea titánica. Ese personal que llaman periodistas son
una especie muy especial. Trabajan con asistentes, ayudantes y trabajadores
manuales.
El ejercicio del periodismo
A pesar de ser una especie especial, el periodista
tiene necesidades humanas y hace demandas reivindicativas a la empresa o
corporación dueña del periódico. Es un derecho humano. Sin embargo, cuando la
empresa percibe que el periodista se está organizando pega el grito al cielo:
‘¡Quieren acabar con la libertad de prensa!’ Saben perfectamente que una
reivindicación no choca con libertad alguna. Sin embargo, politizan el derecho
humano del periodista.
La historia de la SIP
La historia de la SIP es precisamente acabar con
las organizaciones de los periodistas para garantizar las ganancias de las
empresas. La SIP nació después de la II guerra mundial como iniciativa de la
gran prensa norteamericana que vio en América latina un enorme mercado para
incrementar sus ganancias. La SIP creó un monopolio en torno a las materias
primas y, sobre todo, la comunicación e información que alimentaba a los
periódicos. Posteriormente, a la radio y, sobre todo, a la televisión. Gracias
a la Associated Press (una red de periódicos de EEUU que cooperativisan
las noticias) los principales medios de comunicación de la región sólo reciben
una versión de todas las noticias (importantes y menos importantes) que se
producen en el mundo.
Ataques a Panamá
El presidente de la comisión de libertad de prensa de
la SIP, el periodista Claudio Paolillo, aprovechó en el marco de su examen de
la situación regional, de inmiscuirse en una iniciativa legislativa panameña
que pretende regular el ejercicio del periodismo. Paolillo alega que ”es
contrario a la libertad de expresión la pretensión de que todos los periodistas
tienen que estar colegiados, o tener un carné expedido por un organismo público
o privado, tal como lo dispone la iniciativa”. Como hemos visto, la SIP
confunde libertad de expresión y libertad de prensa. Siempre lo ha hecho y lo
seguirá haciendo. Un periodista es un trabajador, igual que un ingeniero o un
médico, que tiene que tener una identidad clara y precisa.
Agregó que “los periodistas no somos los únicos
titulares del derecho humano a expresarnos libremente, y por tanto, todos los
ciudadanos pueden ser periodistas”. Es verdad todos somos periodistas, al igual
que todos somos médicos o ingenieros. Pero tenemos responsabilidades y derechos
y éstas deben ser reguladas.
Eduardo Quirós, de La Estrella de Panamá,
aclaró muy bien la situación: El comentarista puede sentar su opinión en un
medio de comunicación sin ser periodista, expresa sus opiniones por la libertad
que le extiende la empresa que publica los artículos. Cuando la empresa
considera que sus contribuciones no son oportunas lo indica y deja de
expresarse por ese medio. Para la SIP, es la libertad del dueño del medio que
está en juego, no la libertad de expresión.
Varela y Moya
El diputado Juan Moya, proponente del proyecto de
ley se limitó a declarar que se trata de mejorar las condiciones laborales de
los periodistas”. Allí el meollo del asunto. La SIP es una organización que
sólo responde a los intereses de los dueños de los periódicos sin pensar en las
necesidades de los periodistas. En Panamá un periodista reportero puede ganar
menos de 300 dólares al mes, salario por debajo de la línea de la pobreza. La
ley pretende solucionar ese problema. A su vez, por razones coyunturales
también quiere proteger al periodista nacional.
El presidente Juan C. Varela fue vago cuando se le
preguntó sobre la andanada que recibió de la SIP: “El proyecto de ley de periodismo es (algo) aislado de un diputado… Se
dejó claro que estamos en total desacuerdo con ese proyecto y fuimos muy claros
con eso”. Desautorizó a su diputado copartidario y los periodistas tendrán que
cambiar al Plan B (si lo tienen) para hacer pasar su proyecto por la Asamblea.
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