Dentro
del ámbito de EE.UU., si ayer cayó Detroit, mañana puede caer Puerto Rico, su
estado ‘asociado’. Lo cierto es que si se siguen quitando viviendas y empleos,
ya no habrá quién pague impuestos. No se puede ‘salvar’ a todos y el efecto
dominó obligará a tomar medidas al estilo de Islandia.
Fander Falconí /
El Telégrafo (Ecuador)
Detroit
quebró en 2013. Su decadencia bien podría llamarse El otoño del patriarca, o
quizá Un Sur aparece en el Norte. Detroit todavía es la ciudad más poblada en
la frontera estadounidense con Canadá y la 14ª de Estados Unidos; aunque, en
determinado momento, llegó a ser la cuarta del país. Hace más de 100 años
empezó a crecer aceleradamente, debido a la instalación de la primera fábrica
de automóviles Ford en 1903. Por si fuera poco eso, la época de la prohibición
del alcohol (1920 a 1933) la convirtió en el centro del contrabando de licores
canadienses.
Cuando
parecía que ya se frenaba su crecimiento, sobrevino la II Guerra Mundial y
Detroit se convirtió en el primer proveedor de vehículos para los Aliados,
incluyendo a la Unión Soviética. Entre 1941 y 1943 llegaron 400.000
trabajadores desde el sur de EE.UU. a esta ciudad; 50.000 de ellos eran
afroestadounidenses y empezó un conflicto racial que duraría 30 años, hasta la
posesión del primer alcalde afroamericano en 1973. Desde 1993 comenzó a decaer
el patriarca del automóvil, en parte por la crisis de la industria automotriz
estadounidense, ante la competencia de Japón y Corea, y por otras causas
relacionadas. Un otoño que anuncia un invierno cruel.
El
desempleo disminuyó la población, muchos obreros se fueron a buscar trabajo en
otras ciudades y la clase media emigró a los alrededores. La ciudad se quedó
solo con los desempleados, con los trabajadores temporales y mal pagados. Entre
edificios abandonados, algunos impresionantes, como la Estación Central de
Ferrocarriles, y hasta entre vecindarios fantasma, ha florecido la
delincuencia. Ahora los carteros de la otrora próspera ciudad sufren más de 50
ataques anuales de los 20.000 perros callejeros que deambulan por el centro de
la urbe. Parece una ciudad ‘tercermundista’, dicen algunos estadounidenses
cuando hablan de Detroit. Es un pedazo del Sur, incrustado en el Norte. La crisis
económica también afecta a los países ricos.
La
bancarrota municipal de Detroit de 2013 se entiende en el contexto del abandono
de las viviendas que nadie quería comprar en una ciudad de desempleados. Los
que se fueron a buscar empleo ya no pagan impuestos prediales, hasta hubo
algunos que se fueron a otros estados, para no pagar impuestos atrasados.
Mientras tanto, el otro gigante automotor (General Motors) se estaba
recuperando y en diciembre de 2014 anunció su primer año sin pérdidas. Este
aviso fue un respiro para una ciudad donde se puede comprar una casa con lo que
se paga al año por un seguro de automóvil. No obstante, la recuperación apenas
llega hoy al 20% de la población. El resto, mayoritariamente afroamericano,
sigue viviendo en pésimas condiciones; lo más grave es la carencia de
transporte público, para ellos; para el Municipio, lo grave es que no hay de
dónde cobrarles impuestos.
Muchos
países pobres están en ruinas, mientras algunas naciones europeas casi han
quebrado, como Grecia. España fue ‘salvada’ de la quiebra, pero no su gente,
que permanece en malas condiciones. Dentro del ámbito de EE.UU., si ayer cayó
Detroit, mañana puede caer Puerto Rico, su estado ‘asociado’. Lo cierto es que
si se siguen quitando viviendas y empleos, ya no habrá quién pague impuestos.
No se puede ‘salvar’ a todos y el efecto dominó obligará a tomar medidas al
estilo de Islandia.
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