Nuestra pequeñez es un reto para acercarnos a enfrentar la arrogancia
de los poderosos, la letra corriente en las retóricas internacionales y hemisféricas.
Conocernos e integrarnos y no simplemente cooperar, para enfrentar el reto, con
el diálogo permanente pueblo a pueblo y de intelectuales diversos, con respeto
a las múltiples diferencias; en fin, el diálogo que supera el hablar sesgado e
interesado que pueda darse entre las cúpulas políticas y empresariales.
Jaime Delgado Rojas / AUNA-Costa Rica
Exposición
hecha al II Encuentro de Relaciones Internacionales Centroamérica-Caribe, Costa
Rica, 2015, celebrado en Heredia los días 5, 6 y 7 de octubre 2015.
Para esta exposición no voy a aludir a los procesos de integración SICA
y el CARICOM por separado, ni de su institucionalidad, o de la situación de
cada uno en la actualidad. Abordaré la
situación de la integración en el Gran Caribe, como procesos histórico sociales
que llevan su marcha.
El Caribe es ese espacio por donde llegó Colón, a saber el naciente
capitalismo de Europa que se tornó en salvaje 500 años después; por aquí
entraron los esclavos de África que con su trabajo crearon capitales, nos
dieron el color de la piel, su santería y el carnaval; por el Gran Caribe
transita el petróleo y también los migrantes, los grandes cruceros, los buques
de guerra, el café y el banano, pero también las drogas. Ahí llegaron los
misiles que hicieron crisis en 1963 la que nos hizo reflexionar en la necesidad
de la desnuclearización y en la zona de paz.
Lo que ahora integran 25 estados independientes, más una serie de islas
y territorios en condición colonial, aunque se les llame eufemísticamente
territorios de ultramar o estado libre asociado, fue el escenario de encuentros
y confrontaciones. El calificarnos como diferentes para disgregarnos ha sido
útil para las potencias, el encontrarnos para “andar juntos”, como lo
recomendara Martí, nos autoafirma ante los hegemones.
La primera llamada de atención del Caribe insular hacia el istmo y
hacia todo el Continente fue la lucha haitiana por la liberación de la
esclavitud de 1791 a 1804 y su independencia. Luego en setiembre de 1810
vendría el grito del cura Miguel Hidalgo en Dolores, México, inicio del proceso
por la emancipación en Mesoamérica, en paralelo a lo sucedido en mayo de ese
año en el Río de la Plata y que influenciaron en todo el continente. A partir
de entonces nuestra historia regional es marcada por estos temas: libertad de
la gente y autodeterminación nacional, como expresiones de una misma utopía. En
el istmo, la historia del México nos acompañara permanentemente. Mientras la
política haitiana, cruel con su pueblo se nos hizo distante, lo que más bien
nos acercara al otro de La Española, los dominicanos, independizados de la
república haitiana 40 años después. Ahora la República Dominicana forma parte
del Sistema de Integración Centroamericana (SICA).
Nuestra experiencia reciente de integración ístmica, inquebrantable por
la historia y pulverizada por el realismo de la política internacional, arranca
junto a México y otras colonias de la Monarquía Española, cuando participáramos
en las Cortes de Cádiz en 1812.
La del istmo, mal integrado y con el nombre de Capitanía General de
Guatemala, viene de 1821, en el acta de su independencia y de 1823-1824 cuando
se crea la Federación Centroamericana en un Congreso Constituyente cuyo texto
constitucional es expresión de lo más avanzado de su época: ahí queda abolida
la esclavitud, se da igualdad de derechos a los indios, se reconocen como
iguales los hijos nacidos fuera de matrimonio y se establece el derecho de
asilo; además se derogan los títulos de nobleza. Avanzado los ochocientos, en
el 87 se firma el Acuerdo de paz, amistad y comercio que profundiza aún más la
retórica unionista y el espíritu integrador de la región en legislación,
comercio, servicios y otros derechos ciudadanos. Este antecedente fue muy
cómodo para la creación en 1907 de la primera experiencia supranacional en el
istmo, que llegó a ser la primera del continente y la primera de la humanidad:
la Corte de Justicia Centroamericana (CJC). No obstante los 5 se miraban de
soslayo y preferían conversar con más entusiasmo con el amo del Norte, como lo
señalara Martí en Nuestra América.
La primera parte del Siglo XX exhibe sueños unionistas y dictaduras
balcanizadoras. La experiencia de los 40, colmada de movilizaciones sociales e
impregnada de una reforma constitucional en Costa Rica, culmina con una guerra
civil matizada por la guerra fría, en la que participaron combatientes de
países vecinos que querían seguir su lucha contra los dictadores de la región:
se llamaron Legión del Caribe, contaban con el apoyo de Arbenz en Guatemala y
acompañaron a Figueres en su aventura político-militar en Costa Rica, esta
experiencia fue dramática para los comunistas costarricenses y para el
movimiento popular clasista, no solo por la cárcel y el exilio a dirigentes y
sindicalistas, sino por su terror expresado en el crimen del Codo del Diablo. Y
Figueres, ya en el poder, abandonó a los legionarios en su lucha contra Somoza,
Carías y Trujillo.
Este ambiente de guerra fría no diezma la ilusión unionista: más bien
se promueve el acercamiento de Panamá, pues en la Carta de San Salvador de 1962
firmada en Panamá se le invita a su incorporación. No se puede obviar que antes
de la primera de 1951 cuando se crea la Organización de Estados
Centroamericanos (ODECA) había destacados acercamientos de los 5: el Consejo
Superior Universitario Centroamericano (CSUCA) fue creado en 1948 en calidad de
órgano de integración universitaria y a partir del 51 se incentiva la creación
de otros organismos de integración regional que acompañaron el encuentro de
personeros de los 5 países en proyectos e iniciativas: las negociaciones para
el libre comercio y el desarrollo equilibrado culminaron con el Tratado
Multilateral de Libre Comercio e Integración y con el Régimen de Industrias de
Integración, ambos de 1958 y con el Tratado General de 1960; la transferencia
de soberanía a órgano comunitario se realizó sin impactos dramáticos aunque
algún país (Costa Rica) no tuviera cláusula constitucional habilitante para
ello. En visión retrospectiva se vilipendia la Industrialización por
Sustitución de Importaciones con una injusta crítica de lo abonado bajo la
inspiración de la CEPAL, pero lo logrado en los 60 hizo de Centroamérica un
ejemplo de integración económica para el mundo: notable el estudio de Joseph
Nye sobre las experiencias de integración de Europa, África Oriental y Centroamérica
que data de 1969. Aunque en tamaño no sean comparables, en profundidad y
aciertos, Centroamérica supera en mucho la otra experiencia latinoamericana
surgida en 1960: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC). De la
crisis de esta y su disolución, más la emergencia en su seno de la Asociación
Latinoamericana de Integración (ALADI) en 1980 hay avance.
La relación con Belice, puerta hacia el Caribe anglófono, inicia también en los 60s, aunque vistos como malos vecinos, pues los militares guatemaltecos interpretaron su independencia como una agresión británica a su soberanía y a ello se le sumaron los militares de El Salvador, que pretendían expulsar a los caribeños residentes para poblarla con salvadoreños. Incluso hay acuerdos regionales de respaldo a la demanda guatemalteca; y una cláusula de reserva en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) de 1947 que indicaba que “Guatemala pueda hacer valer sus derechos sobre el territorio guatemalteco de Belize, por los medios que estime más convenientes…”.
Su reconocimiento como estado independiente se da en 1981, pero no será sino hasta los 90 cuando se empieza a construir con Belice un istmo de 7 naciones integradas.
Con el Caribe hispanoparlante la relación cultural y de fraternización viene desde finales del siglo XIX. Recordamos la ruta de Martí por el istmo y su estadía en diferentes espacios con demandas de apoyo a la causa independentista de Cuba y Puerto Rico y, en particular, sus señalamientos señeros sobre la balcanización de Centroamérica estampados, particularmente en sus escritos sobre el Congreso de Washington.
Pero además está el aporte de los pobladores del Gran Caribe: el ir y
venir de hombres y mujeres, fue dejando señales en el mundo simbólico que han
marcado nuestra diversidad cultural y étnica que nos hermana profundamente: en
el color de la piel, en los credos, en las manifestaciones artísticas, en la
comida y el vestido; el carnaval caribeño es parte de esas expresiones que
hacen que El Caribe afrodescendiente también viva con nosotros.
En la década de los 60 surgieron las pequeñas naciones del Caribe
inglés: Jamaica y Trinidad y Tobago quiebran el proyecto británico de la
Federación de las Indias Occidentales. Es la misma década en que se pone a
prueba la experiencia cepalina de integración centroamericana, cuya inspiración
también dejó su huella en el mundo Andino donde 5 estados suscribieron el
Acuerdo de Cartagena de 1969: en su profundización, también crearon
supranacionalidades y, aunque al igual que en Centroamérica, algún país
(Bolivia) no tenía cláusula constitucional habilitante, la necesidad de
integración pudo más que sus restricciones formales.
En esos años se nos invadió con el discurso de la diplomacia hegemónica
con la ilusión de la Alianza para el Progreso (ALPRO) anunciada en 1963, un
antídoto con muy poco efecto, al terror que le provocara al imperio la amenaza
de contagio de la Revolución Cubana, pero con repercusiones dramáticas en
República Dominicana en 1965. La crisis de los misiles en 1963 hizo temblar la
casa blanca y nos llevó a reflexionar entre nosotros mismos nuestra condición
de patio trasero de juegos de guerra: el Tratado de Tlatelolco se constituyó en
este ejercicio de autoafirmación contra la producción, resguardo, circulación y
experimentación de armas nucleares y en zona de paz, a partir de 1969,
antecedente de mérito de otras zonas de paz en el continente y en el mundo.
La retórica de la ALPRO, con anticomunismo incluido, facilitó el
impulso de reformas modernizadoras en algunos estados, pero también, el
fortalecimiento de los aparatos militares en contrainsurgencia y acción cívica,
lo que estimuló en Centroamérica el Consejo de Defensa Centroamericano
(CONDECA) y en diversos países dictaduras militares y violaciones flagrantes a
los derechos humanos y a procesos de participación democrática.
Mientras el istmo se rebalcanizaba violentamente en los 70 como efecto
de la inequitativa distribución de los beneficios del Mercado Común
Centroamericano (MERCOMUN): a saber, por el fracaso social de la integración
económica, marcado por la guerra entre El Salvador y Honduras, en el Caribe
nacían nuevas naciones, algunas con poblaciones que no alcanzaban el número de
habitantes de algunos municipios de este lado, pero también nuevas relaciones
regionales: en 1965, como herencia autóctona de la pretensión colonialista,
surge la Asociación Caribeña de Libre Cambio (CARIFTA) la antesala de la
Comunidad del Caribe (CARICOM) de 1973. En
1981 los pequeños estados crean la Organización de Estados del Caribe Oriental
(OECO), mediante
el Tratado de Basseterre, capital de San Cristóbal y Nieves e integrado
por Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, Santa Lucía, San Cristóbal y Nieves,
San Vicente y las Granadinas, Montserrat (una
dependencia del Reino Unido) y como asociados, Anguila e Islas Vírgenes Británicas. Lo
irónico es que cuando Estados Unidos invadió Grenada en 1983, se amparó en la
OECO, por el peligro inminente de la expansión cubana en la región: la isla
invadida solo contaba con 110.000 habitantes.
El CARICOM, creado por el Tratado de
Chaguaramas (Trinidad y Tobago), es una organización de 15 naciones del Caribe y dependencias británicas: es
toda una maraña institucional con presencia en diversas islas y con compromisos
supranacionales. En esto hay similitudes con la institucionalidad del SICA y
con la Comunidad Andina. Los 11 países
angloparlantes son miembros plenos, más Haití y Surinam. Monserrat también miembro pleno es una
dependencia británica, lo que pone en discusión el carácter autonómico y
soberano de su participación. Las Bahamas
pertenecen a la Comunidad pero no al mercado común. Las Islas Vírgenes
británicas, Anguilla, Bermudas, Caimán, Turcas y Caicos son miembros asociados,
Aruba, Curazao, Puerto Rico y Sint Maarten, junto a México, Colombia y
Venezuela son observadores, al igual que República Dominicana, que se le
rechazó su ingreso como miembro pleno en respaldo a una demanda por el trato a
migrantes haitianos; Cuba tiene estrechas relaciones diplomáticas y comerciales
con todos los países y sus órganos regionales.
Es notorio como las propuestas de solución a la guerra en Centroamérica
y su impacto en El Gran Caribe se enfrentaran de manera disímil según de donde
emane la iniciativa: por un lado los acuerdos regionales y los encuentros de
países vecinos habían generado instrumentos de cooperación valiosos como la
Organización de Países Exportadores de Banano (OPEB), la Naviera Multinacional
del Caribe (NAMUCAR), el acuerdo petrolero de San José de 1980 que favoreció a
naciones ístmicas e insulares y el Diálogo de San José en calidad de
Conferencias Ministeriales entre europeos y centroamericanos que a partir de 1984
discutían la situación bélica y compartían méritos en los esfuerzos de
pacificación con el Grupo de Contadora (Panamá, México, Colombia y Venezuela,
los 4 del Gran Caribe) y su Grupo de Apoyo (Brasil, Uruguay, Argentina y Perú),
antecedentes meritorios del Grupo de Río y la Comunidad de Estados de
Latinoamérica y El Caribe (CEELAC). Por la parte hegemónica, al contrario, se
impulsó como mecanismo de beneficios y sanciones la llamado Iniciativa de la
Cuenca del Caribe (ICC)que se tornaría en la excusa y amenaza para que se
ratificara el aun hoy discutible Tratado de libre Comercio entre USA,
Centroamérica y República Dominicana (USA-DR-CAFTA) a partir del 2004.
Volviendo a las islas. Cuando en los años 90 se hizo necesario el voto
de las pequeñas naciones nos dimos cuenta del tamaño poblacional y territorial
de estos pequeños estados; que Dominica no es lo mismo que República Dominicana
y que Antigua y Barbuda es la nación con menos población del hemisferio y, en
su momento, con una deuda externa per cápita que superaba a cualquier país de
la región.
Las relaciones diplomáticas y comerciales de los años 90 estuvieron
matizadas por el entusiasmo del multilateralismo. En el año de 1994 se culminó
la Cumbre Uruguay del GATT y se firmó el Acta de Marruecos que crea la
Organización Mundial de Comercio (OMC). A su lado entró en vigencia el Tratado
de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), suscrito dos años antes y se
convocó a las 34 naciones capitalistas del hemisferio a iniciar las
negociaciones hacia el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) (aquí
Cuba no estaba invitado). Para este entonces los 25 estados del Gran Caribe
crearon la Asociación de Estados Caribeños (AEC), un espacio de diálogo
diplomático y cooperación regional (aquí Cuba si es integrante). El proceso
hacia el ALCA puso a las pequeñas naciones en la mesa de las pequeñas economías
que sesionó en las cumbres ministeriales preparatorias sobre todo en Bello
Horizonte y San José.
No debemos obviar la ALADI, no como plataforma agresiva de libre
comercio con plazo de cumplimiento, como lo fue su antecesora la ALAC, sino
como acuerdos preferenciales de comercio muy tolerantes a ritmos, diferencias y
procesos, ahora no son solo los 11 originarios de los cuales integraban, del
Caribe México, Colombia y Venezuela, sino que en su mesa de negociaciones
participa Cuba desde 1998 y Panamá con una militancia más reciente.
También en los años 90 se abre el espacio de las conferencias
Ministeriales SICA-CARICOM, como encuentro diplomático, fotografía y
declaratoria; pero que tiene la virtud del encuentro y el reconocimiento en
cuanto partes del diálogo; para este Siglo se abren en Cumbres SICA-CARICOM de
las que se está convocando la IV con buenas señales en su agenda. Un plan de
acción del 2007 constituye una “hoja de
ruta para el fortalecimiento de las relaciones entre ambos bloques regionales
de integración”; más un compromiso de revisión y actualización del proceso
para este año 2015: los temas son los de rigor: desarrollo humano, salud,
vivienda, pobreza, medio ambiente, desastres naturales, coordinación de la
política exterior, comercio e inversión, seguridad, lucha contra la corrupción,
transporte, turismo y no puede obviarse, el intercambio cultural.
En la III Cumbre de los 25 de la AEC, celebrada en la Isla Margarita en
el 2001 el Presidente Chaves anuncia su iniciativa del Alternativa Bolivariana
de Nuestra Américas (ALBA), una nueva forma de ver la integración
latinoamericana, al margen del manual de la OMC y sin el protectorado norteamericano.
Aquí inicia el fracaso del ALCA pero no del aperturismo del capitalismo salvaje
comandado por las potencias hegemónicas, las transnacionales y la gran banca
internacional. Este sigue con su manual de “alquitas”
bilaterales, trilaterales y subcontinentales, lo mismo que en la Alianza del
Pacífico (AP). En la otra acera, el ALBA, iniciado como acuerdo bilateral entre
Cuba y Venezuela en el 2004: un acuerdo de alcance parcial entre dos socios de
la ALADI, cosecha avances en los países de menor desarrollo relativo tanto en
el Sur del Continente (otros de ALADI) como en el Caribe y Centroamérica donde
han sido beneficiados con diversos proyectos, Antigua y Barbuda, Dominica,
Granada, Nicaragua, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Surinam, Guyana
y Haití.
Hay que señalar que los encuentros y cumbres se
multiplican a partir del 90: las iberoamericanas que no incorporan al mundo
anglófono y que suma a la Península Ibérica, las de Tuxtla Gutiérrez que más
parece vincular esfuerzos en el corredor comercial y cultural de Mesoamérica.
Están las amparadas a la UNESCO dedicadas a la Cultura y con mayor
convocatoria, de las cuales en la región se han celebrado en México, Cuba y
Haití; las de la AEC que integran los 25 estados señalados; las del Grupo de
Río que se fue ampliando en membresía más allá de los 8 socios originarios y,
más recientemente las de del CELAC con 33 miembros que venía constituyéndose
desde el MERCOSUR, la UNASUR y el ALBA y cuya reunión de la Habana 2014 marca
un quiebre significativo, no solo en esa capacidad de convocatoria, en el
objetivo estratégico de vernos juntos sin el hegemón del hemisferio, sino
también en los temas que se involucran, los resultados y las expectativas.
El hecho de que esta región sea declarada Zona de
paz, profundizando los contenidos definidos en el Tratado de Tlatelolco de
1969, llama a la reflexión pues la realidad es diversa y mucho más compleja: un
contexto mundial que anuncia por muchos lados confrontaciones y conflictos y
una región, definida en la posIIGuerra como el “patio trasero” del hegemón
continental, hoy constituido en el espacio de producción, circulación y consumo
de drogas, con las consecuencias dramáticas que esto conlleva. Así dice la
“Declaración de La Habana 2014”:
“53.
Nos comprometemos a seguir trabajando para consolidar a América Latina y el
Caribe como Zona de Paz, en la cual las diferencias entre las naciones se
resuelvan a través del diálogo y la negociación u otras formas de solución
pacífica establecidas en el Derecho Internacional.”
En la “Proclama de América Latina y El Caribe como Zona de
Paz” de CELAC 2014, reafirma, amparándose
en todos los instrumentos subregionales que refieren a la paz, incluido el del
SICA:
“5. El compromiso de los Estados de la América Latina y el Caribe de respetar
plenamente el derecho inalienable de todo Estado a elegir su sistema político,
económico, social y cultural, como condición esencial para asegurar la
convivencia pacífica entre las naciones;
6. La promoción en la región
de una cultura de paz basada, entre otros, en los principios de la Declaración
sobre Cultura de Paz de las Naciones Unidas”.
En esta ya no solo se habla de zona de paz, sino
de cultura de paz. En este aspecto, la declaración aludida de las NNUU refiere
a las relaciones entre las personas, lo que es el contenido mismo de la cultura
de paz.
Pareciera que la pequeñez hace cómodo el manejo de los números de los
actores internacionales y la capacidad de control radial de sus relaciones;
pues no solo juegan por su pequeñez geográfica y poblacional, sino por el
tamaño de su economía, su sentido de marginación y periferización.
Nuestra pequeñez, al contrario, es un reto para acercarnos a enfrentar
la arrogancia de los poderosos, la letra corriente en las retóricas
internacionales y hemisféricas. Conocernos e integrarnos y no simplemente
cooperar, para enfrentar el reto, con el diálogo permanente pueblo a pueblo y
de intelectuales diversos, con respeto a las múltiples diferencias; en fin, el
diálogo que supera el hablar sesgado e interesado que pueda darse entre las
cúpulas políticas y empresariales.
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