Queda poco de esa época “heroica”,
que tuvo en Mar del Plata y el rechazo al ALCA un hito que llenó de vigor al
latinoamericanismo. El progresismo, hoy, está a la defensiva, le cuesta
mantener sus posiciones y, aunque se bate a brazo partido, muestra desgaste y
grietas.
Rafael
Cuevas Molina/Presidente AUNA-Costa Rica
Se han levantado voces airadas en
América Latina contra aquellos que ven signos de vientos negativos para el
movimiento nacional-progresista o posneoliberal, como prefiera llamársele, que
tanto protagonismo ha tenido en nuestro continente en las dos últimas décadas.
Una de ellas, la del vicepresidente de Bolivia, Álvaro Linera, les ha llamado izquierdistas
de cafetín, y el brasileño Emir Sader comparte su opinión. En estas páginas de
CON NUESTRA AMÉRICA nos hemos hecho eco de sus reflexiones en días pasados
publicando algunos artículos suyos que tratan el tema.
Hemos publicado, también, las
posiciones opuestas. Un rápido vistazo a nuestros archivos lo deja en
evidencia. Hoy, por cierto, recogemos las ideas de Raúl Zibechi al respecto.
Estamos, ciertamente, en un momento incierto, en el que se multiplica signos
que no son de buenos augurios. Léase el mencionado artículo de Zibechi, que
aparece más abajo, y verán que el uruguayo entiende que el quiebre que lleva
hacia un declive del progresismo se inició no ahora sino hace un par de años.
A lo que él plantea en su artículo
quisiéramos agregar un hecho más, que en nuestra opinión es muy importante: la
muerte de Hugo Chávez. Él, junto a Lula y Néstor Kirchner, los tres en el
poder, conformaron un triplete formidable que posibilitó pensar en un proyecto
continental de largo aliento, fuerte, innovador, nuestro.
Queda poco de esa época “heroica”,
que tuvo en Mar del Plata y el rechazo al ALCA un hito que llenó de vigor al
latinoamericanismo. El progresismo, hoy, está a la defensiva, le cuesta
mantener sus posiciones y, aunque se bate a brazo partido, muestra desgaste y
grietas.
La primera ronda de las elecciones
argentinas del domingo pasado dejó lesiones abiertas y en evidencia. Ahí, la
expresión particular de esta gran tendencia que ha recorrido América Latina en
los últimos años, el kirchnerismo, lame sus heridas después que Daniel Sciolli,
su candidato, apenas pudiera vencer por unos pocos puntos al representante de
la derecha que busca reeditar la noche neoliberal, Mauricio Macri, y se
presenta a la segunda vuelta con un panorama poco halagüeño.
En poco más de un mes, también en Venezuela
se realizarán unas elecciones que parecen pintar desfavorables para el Partido
Socialista Unido de Venezuela. La oposición venezolana, una oposición
“chatarra”, oportunista, desunida y violenta, tienen grandes posibilidades de
desbancar de la mayoría al oficialismo.
Y ni qué decir de Brasil, en donde
el gobierno del PT se encuentra cada vez más a la defensiva ante la oleada de
casos de corrupción y las protestas callejeras.
Es, efectivamente, un mal momento
que no parece ser coyuntural. Los gobiernos nacional-progresistas han perdido
apoyo de los sectores que pusieron en ellos sus esperanzas, y que, incluso,
fueron ayudados a salir del sumidero en el que se encontraban.
Ahora que son “otra cosa”, se
suman a las posiciones de la derecha. No tienen la culpa porque, en última
instancia, el paraíso prometido no era más que el de sumarse como consumidores
“decentes” a la sociedad de mercado y, cuando ese sueño encuentra obstáculos,
viene el enojo.
Hace ya varios años
reflexionábamos al respecto en esta nuestra revista refiriéndonos a Venezuela.
El camino al socialismo no se recorre en un todoterreno en el que el único que
ve hacia afuera es el conductor, mientras el resto de pasajeros tienen fijos
los ojos en alguna pantalla de última generación. En ese sentido, la batalla
cultural la ganó hace tiempos el neoliberalismo.
La última semana de noviembre y la
primera de diciembre serán claves para develarnos en dónde estamos y hacia
dónde vamos. Ojalá nos equivoquemos.
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