Este año ha sido testigo de acontecimientos altamente contradictorios
que hacen que la política internacional se polarice cada vez más, lo cual es
hondamente preocupante ya que esa polarización se produce dentro de una crisis
económica surgida en 2008 y que podría agravarse aún más en un futuro muy
cercano.
Arnoldo Mora Rodríguez /
Especial para Con Nuestra América
Los aires fríos de diciembre nos sumergen, no sólo en la Costa Rica
tradicional que evoca esa Navidad impregnada de un ambiente de familia y de connotaciones religiosas entre regalos y
tamales; traen igualmente aparejados sentimientos
encontrados de expectativas impregnadas
de ansiedad que, al mismo tiempo, traen
a la memoria acontecimientos, personales o políticos, que acabamos de vivir y
que todavía no hemos terminado de asimilar; por lo que se impone un ejercicio
de análisis crítico de la realidad en la que estamos inmersos, so pena de que
la historia nos sobrepase y se convierta en un destino ciego y no en un abanico
de posibilidades. El pasado debe servirnos para diseñar el futuro y dar motivos
racionales a los compromisos del presente que den un fundamento racional a la
acción. El pasado es punto de partido y no punto final; el presente es opción
libre y no lanzamiento ciego; el futuro es esperanza y no loca utopía.
De
la ética de inspiración ecológica hemos
aprendido que no todo lo que hoy hagamos, por más buenas intenciones que nos
animen, produce efectos o consecuencias positivas; toda acción humana causa
también consecuencias negativas no previstas, algunas veces ni siquiera
previsibles. Nuestros conocimientos se fundan en la información disponible a
nuestro alcance y en los instrumentos, tanto teórico –metodológicos de que
disponemos, como de nuestra mayor o menor buena voluntad, para asimilar
aquellos acontecimientos de los que, con nuestro consentimiento o sin él, somos
protagonistas. Animado por estas consideraciones he creído oportuno hacer un
muy somero recuento de los principales hechos que, en el trascurso del año que
agoniza, han marcado nuestra época en el campo político, dándole un sesgo que
se me antoja único en la historia reciente de la humanidad.
Si debido a la incontenible y profunda revolución científico-técnica
que vivimos en nuestra época y que por momentos da la impresión de haber desbordado a sus propios forjadores, al
menos en sus implicaciones en el ámbito de lo humano, el mundo actual se
caracteriza por lo que se ha llamado la “globalización”, lo que en el campo de
lo político, no me cabe la menor duda, está llevando al surgimiento de un nuevo
sujeto histórico, que no son los pueblos particulares, ni las nacionalidades,
ni siquiera los bloques de naciones aglutinados en razón de su cercanía
geográfica o sus tradiciones históricas y culturales.
Este nuevo sujeto histórico es la humanidad como un todo; dicho más
dramáticamente, estamos navegando a través
del agitado mar de la historia en una sola y única nave; por lo que si
nos hundimos nos ahogamos todos, por lo que no nos depara una suerte diferente
el hecho de ser tripulantes de primera, de segunda o de tercera clase. La
muerte es el hecho originario que nos hace a todos iguales, lo cual la
convierte en el acto fundante de la democracia.
Por eso, dado que la humanidad ha podido ir superando los flagelos del
hambre y de multitud de enfermedades en los últimos doscientos años, las
distancias abismales entre los pueblos y los sectores sociales al interior de
las naciones son cada vez más inaceptables debido a que ya no se pueden camuflar gracias a la
información que proveen las redes sociales; por lo que se han vuelto políticamente insostenibles, como lo estamos
viendo en una Francia sacudida por una insurrección que se nutre de la
indignación largamente contenida de los sectores medios, que se han visto
marginados debido las políticas neoliberales impuestas desde Frankfurt, capital
financiera de Europa y ejecutadas por una implacable Merkel actualmente en el
otoño de su reino.
De ahí que la democracia representativa, fruto de dos siglos de
revoluciones liberales que culminaron en la Revolución Francesa, sea hoy
insuficiente; debemos escuchar el clamor de los
pueblos que reclaman el derecho de ir
hacia una democracia directa y participativa, que haga realidad los
derechos consagrados en las constituciones y se inspiren en los derechos
humanos. Esa es la revolución que hoy se impone como tarea impostergable a
todos los hombres y mujeres de “buena voluntad”.
Animado no por un estado de ánimo pesimista –que no es mi caso- sino
basado en un análisis de la realidad que arroja la panorámica mundial
actual, he lanzado una mirada
escrutadora a la realidad imperante fuera de nuestras fronteras.
Este año ha sido testigo de acontecimientos altamente contradictorios
que hacen que la política internacional se polarice cada vez más, lo cual es
hondamente preocupante ya que esa polarización se produce dentro de una crisis
económica surgida en 2008 y que podría agravarse aún más en un futuro muy
cercano. La respuesta por parte de los
grandes centros de poder de las naciones capitalistas, a esa crisis financiera
originada en las potencias imperiales pero que tiene repercusiones planetarias,
es atizar conflictos bélicos en todos los rincones del planeta con el fin, no
tanto de mantener una presencia hegemónica que están inexorablemente perdiendo,
sino para obtener grandes ganancias gracias a la venta de un sofisticado
armamentismo. Nunca ha estado la humanidad más saturada de armas que hoy, nunca
ha tenido menos paz que ahora, no sólo por las guerras entre naciones
diferentes, sino porque la sociedad civil vive en medio de un estado virtual de
guerra civil que, para no ir muy lejos en el espacio y el tiempo, en México ha
causado más de 200 mil muertos en los últimos 12 años y ha hecho del Triángulo
del Norte (Guatemala, Honduras y El Salvador) la región más violenta del
planeta.
Pero esta violencia cotidiana
se da igualmente en otros países del mundo. En los Estados Unidos son ya cerca
de 40 mil los muertos provocados por armas de fuego en los últimos años, a
pesar de tener dos millones de presos en las cárceles y ser el país que más
penas de muerte ejecuta en razón del número de habitantes. En Europa el auge
del fascismo ha hecho que los grupos neonazis formen parte del gobierno en
Austria e Italia y controlen países como Hungría, la antigua Checoeslovaquia y
algunas regiones de España como ahora en Andalucía donde tradicionalmente han
gobernado los socialistas; el estado-nación se desintegra en el Reino Unido que
de “unido” ya no tiene más que el nombre, lo mismo que en los Estados Unidos,
donde los estados están cada vez más desunidos, como lo demostraron las últimas
elecciones en que el Norte y el Sur vuelven a tener posiciones antagónicas que
recuerdan los tiempos de Abraham Lincoln.
Otro tanto sucede en Brasil donde el
mulato Noreste es lulista y el Sur de raíz europea apoya al filofascista
Bolsonaro. El mayor contraste se da en Nuestra América, la región más desigual
del mundo, donde las dos grandes potencias de la región y miembros del G-20,
como son Brasil en el Sur y México en el Norte, han tenido elecciones con
resultados diametralmente contrapuestos, por lo que los gobiernos que de ahí han surgido lo
serán igualmente; la derecha extrema ha
ganado en el gigante del Sur, pero en la patria de Juárez y Zapata la izquierda
ha arrasado por primera vez desde los
días ya lejanos del General Cárdenas. Demás
está decir que para los costarricenses
reviste especial importancia el triunfo de Andrés Manuel López Obrador (AMLO)
por la cercanía geográfica que tenemos con México, los vínculos históricos y
culturales que nos unen y por la influencia que ha tenido la Revolución de 1910
en toda la región.
Dentro de este contexto, un país tan pequeño pero situado en una
región geopolíticamente de primera magnitud como es Costa Rica, debe
cuestionarse en torno a qué repercusión
tiene ese panorama mundial en la política interna, a la luz de los eventos domésticos recién
pasados y cuyos efectos apenas comienzan a aflorar. Me refiero en concreto a la
mayor protesta cívica de nuestra historia de las últimas décadas, como es la
llamada “huelga” del sector público que acaba de terminar. Estos son interrogantes que a todos nos
conciernen y que no podemos dejar sin una respuesta digna de nuestros próceres…pero esté será
tema para una próxima reflexión.
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