Sentí que el corazón se
me agitaba, cuando vi al Presidente de México hincarse ante los representantes
de los pueblos originarios. Y recordé la famosa frase de Raskolnikov en Crimen
y Castigo de Dostoievsky: “No me hinco ante ti, sino ante la humanidad
doliente”.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México
El sábado 1 de
diciembre fue un día extraordinario para México. No solamente para los que
durante 18 años apoyamos a Andrés Manuel López Obrador en su camino hacia la
presidencia de México. También para los que lo obstaculizaron. Porque
partidarios y detractores de Andrés Manuel, presenciaron cómo cientos de miles
de personas se volcaron ese día a las calles de la ciudad de México para
ocupar lugar en el Zócalo de la capital
del país. Para ver pasar el modesto auto blanco que lo condujo de su casa al
Palacio Legislativo, en donde le fue colocada la banda presidencial. Para
agolparse en las afueras de dicho recinto y verlo salir convertido ya en el
Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos. Y en el referido
Zócalo, una densa multitud lo esperó hasta las cinco de la tarde, cuando desde
el Palacio Nacional caminó hacia el templete instalado enfrente de la Catedral
Metropolitana.
Tuve la fortuna de
presenciar de manera directa en la sede de la Cámara de Diputados el acto
mediante el cual, el incansable Andrés Manuel rindió protesta como presidente
de México. Ajeno a este tipo de espacios -hasta dos días antes nunca había
estado en el recinto de la cámara baja- fue una suerte de privilegio presenciar
de cerca un hecho histórico. Lo acontecido el 1 de diciembre, no fue solamente
un acto de alternancia presidencial, sino el inicio de una época distinta en la
historia del país. Se le llama la Cuarta Transformación y será la instauración
de una IV República. El nuevo presidente de México busca sentar las bases de un
cambio que sea irreversible, aun cuando los partidos hoy derrotados vuelvan a
triunfar.
Fue emocionante ver a
López Obrador ceñirse la banda presidencial en ese mismo lugar donde 13 años
antes había sido desaforado para
impedirle ser candidato presidencial. Sentado en una de las galerías del
Congreso, recordé el largo camino que recorrimos los seguidores del tabasqueño
durante muchos años: las manifestaciones de masas, las concentraciones en las
plazas y calles, las decepciones ante los fraudes, las recaudaciones de firmas,
el brigadeo puerta por puerta, las casas del movimiento, la constitución de la
Convención Nacional Democrática, el Gobierno Legítimo ante el fraudulento de
Felipe Calderón. Pero para mí fue más conmovedora la concentración en el Zócalo
y la emotiva ceremonia en la que los
representantes de 62 pueblos indígenas le dieron a Andrés Manuel el Bastón de
Mando.
La inmensa muchedumbre
lopezobradorista levantó sus manos hacia los cuatro puntos cardinales mientras
repetía la oración que pronunciaba uno de los oradores indígenas. Sentí que el
corazón se me agitaba, cuando vi al Presidente de México hincarse ante los
representantes de los pueblos originarios. Y recordé la famosa frase de
Raskolnikov en Crimen y Castigo de
Dostoievsky: “No me hinco ante ti, sino ante la humanidad doliente”. Gobernando
para todos, pero sobre todo para los pobres de un país en donde abundan, el
nuevo gobierno deberá postrarse ante la parte de la humanidad doliente que le
corresponde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario