Hay
en Centroamérica un cuadro político tendencialmente inclinado hacia la derecha,
que la llegada de Andrés Manuel López Obrador en México podría eventualmente
atemperar o, cuando menos, ayudar a introducir un balance menos desfavorable
para las fuerzas progresistas.
Rafael Cuevas Molina / Presidente
AUNA-Costa Rica
Andrés Manuel López Obrador, presidente de México |
México
y Centroamérica tienen lazos estrechos que van más allá de la existencia de las
naciones modernas. Desde los tiempos prehispánicos compartieron el espacio
civilizatorio mesoamericano, el universo del mundo de la milpa y el maíz que
otorgó una cosmovisión común que pervive como sustrato de la vida cotidiana
hasta nuestros días.
Más
tarde, Centroamérica formó parte del Virreinato de Nueva España de forma
bastante autónoma a través de la Capitanía General de Guatemala, y ya
independientes durante algunos años se unió al Imperio Mexicano de Iturbide.
México
es, pues, una presencia cercana. Como “hermano mayor” se le conoce y se le
trata, hermano mayor que muchas veces vuelve a ver demasiado hacia el Norte,
pero que en otras hace esfuerzos por vincularse un poco más estrechamente con
esos “carnales” que comparten con él más que herencia cultural y de sangre.
México
ha sido, también, una presencia solidaria. A él fueron a dar muchos de los que
en sus países eran perseguidos. No hubo dictadura en ningún país de la región
que no tuviera su cuota de exiliados y refugiados allá. Algunos de los más
destacados intelectuales y artistas centroamericanos se mexicanizaron y forman
parte ahora de su herencia común.
Quiere
decir todo esto que su impronta es importante, y en una época de reinstauración
de regímenes de derecha dura en América Latina, eso no es desdeñable. Como
parte del hálito derechoso que recorre el continente, han aparecido en
Centroamérica fuerzas y gobiernos que parecen querer ponerse a tono con ellos.
Esa corriente va de Costa Rica a Guatemala, y en cada país asume
características propias acordes con su propia historia.
En
Guatemala se abre camino la tendencia a darle cada vez más abierto protagonismo
a los grupos más autoritarios, en buena medida afianzados en cuadros
reaccionarios del Ejército, que se empeña en destruir los débiles baluartes del
estado de derecho.
En
Honduras, el estado de cosas abierto con el golpe de Estado al presidente
constitucional Manuel Zelaya polariza a
la sociedad y agudiza las contradicciones, creando las condiciones que llevan a
miles de hondureños a marcharse como migrantes forzados.
En
Costa Rica, una alianza de derecha enrumba la solución de la crisis fiscal en
la que se encuentra inmerso el Estado en dirección de los intereses del
empresariado, y aprovecha la coyuntura para arremeter contra los derechos de
los trabajadores, poniendo en peligro de esa forma el pacto social que le ha
dado al país la estabilidad social y política de la que tanto se precia.
En
Nicaragua, la confrontación política y social promovida por quienes quieren
derrocar al sandinismo continúa, cada vez más apoyada por los Estados Unidos,
quienes aplican las mismas políticas con las que intentan derrocar al chavismo
en Venezuela.
Hay
en Centroamérica, por lo tanto, un cuadro político tendencialmente inclinado
hacia la derecha, que la llegada de Andrés Manuel López Obrador en México podría
eventualmente atemperar o, cuando menos, ayudar a introducir un balance menos
desfavorable para las fuerzas progresistas.
Por
eso, para los centroamericanos es importante que López Obrador se afirme
positivamente como presidente de México, que tenga éxito en sus
emprendimientos, que se gane el favor de sus compatriotas, que de alguna forma
logre ir resolviendo los gravísimos problemas de corrupción, violencia y
desigualdad que padecen. Un efecto de demostración positivo sería de
inconmensurable valor para quienes tienen años de bregar contra corriente, a
quienes les cuesta ver la luz al final del túnel y necesitan un hálito de
esperanza.
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