El Congreso de la República del Perú, y los últimos vergonzosos acontecimientos, en donde hablar de reforma es igual a blindaje de la institucionalidad de la corrupción, es una suerte de santuario zoo-antropológico en donde la única especie existente es el camaleón (salvo muy honrosas excepciones).
José Toledo Alcalde / Para Con Nuestra América
He allí el dato clave para ubicar el perfil del camaleón, la capacidad de cambio como herramienta de adaptación. Cortina basa sus reflexiones de la Moral del Camaleón – no es nuestra intención hacer ningún análisis más allá de un comentario anexo a la presente – la cual toma la metáfora nietzscheana sobre la moral sumisa y obediente del camello el cual dice “yo debo” para pasar a la del león que dice “yo quiero” para continuar con la del niño (sic) quien dice “yo soy”. Cortina añade a la lista nietzscheana la moral del camaleón quien dice “yo me adapto”.
Y, esa es la arquitectura moral a la cual nos han acostumbrado: sobrevivir por medio de la adaptación. Ya Charles Darwin sostenía que la especie que llegué a sobrevivir será aquella que reúna dos capacidades: solidaridad y adaptación. Lo que no podemos olvidar es que estas afirmaciones las realizó observando el mundo del reptil. Vale decir, la más arcaica estructura de nuestra naturaleza animal. Pareciera ser que esa es la estructura embrionaria que impera en el mundo distorsionado de la política en donde la ley del más fuerte o el más listillo es el credo confesional del modus operandi político.
En el mundo político, la lógica del transfuguismo es lo que mejor describe esta variopinta estructura del comportamiento humano. Aquel acto en el cual una persona pasa de una ideología o colectividad a otra ó quien ocupando un cargo público no abandona este al separarse del partido que lo presentó como candidato.[2] Para Carlos Fayt, este fenómeno al cual denominados camaleonismo, tiene que ver con la pérdida de legitimidad de los partidos políticos y de los candidatos frente a la población, por los que los políticos se sienten cada vez menos obligados a pensar en la sociedad que en sus propios intereses.[3]
El camaleón no tiene límites ni autocensura. Lo que importa al artístico reptil es el fin, los medios son sólo eso: herramientas al servicio del destino ulterior. La supremacía del “yo me adapto” se impone a toda estructura de valores y principios del “yo sirvo”, del “yo solidaria/o” o del “yo justa/o”. El transfuguismo político – lo cual no es igual a Política – por su naturaleza desleal y fraudulenta no entiende ni comprende de virtudes. La traición es la mejor asociación a este método de sobrevivencia – a favor de una supuesta defensa de honestidad e integridad – la cual hace de la ideología, política, ética y moral prendas de intercambio.
La naturaleza individualista reptiliana – del sálvense quien pueda – legitima la política como empresa lucrativa antes que como vocación de servicio orientada a la satisfacción del bien común.
Como Ligia Blanco lo describe:
El transfuguismo descarado e inescrupuloso […] deteriora al sistema, pues los electores votan por una organización política, no por el representante. Por lo tanto, al migrar a otro partido, traiciona en alguna medida la voluntad popular expresada en las urnas. En este sentido, el cambio de partido es una suerte de fraude para con los electores, ya que se alteran correlaciones de fuerza que no son producto de las elecciones sino de los juegos políticos, haciendo aun más difícil que las y los ciudadanos se sienta identificados o representados con el actuar de sus representantes.[4]
Esa ausencia de moral y ética individual – entendiéndolo como todo aquello que se refiere al carácter o modo de ser – se mueve dentro de una lógica de caos institucional el cual impregna toda lógica de servicio al interior y exterior de la administración pública.
Entonces, ¿qué se puede esperar del orden establecido de la corrupción, el imperio de la estafa y la mentira y el estado de violación de derechos fundamentales como pilares de un sistema construido y avalado por poderes económicos y su respectivo sequito camaleónico de en las diferentes instituciones del Estado?
Según Adela Cortina: […] es preciso complementar una ética de la buena intención individual con una ética de las instituciones y las organizaciones, ya que, en definitiva, nuestras acciones se mueven en el ámbito de la acción colectiva. [5]
El camaleonismo político, concepto que desde la poética de Julio Cortázar surge de la famosa “carta del camaleón de John Keats”, es el fiel reflejo de la ausencia de identidad y la sobreabundancia de capacidad negativa la cual permite al sujeto camaleónico romper o interrumpir – como parte de un proceso cuasi fisiológico como respirar oparpadear – con procesos mentales de racionalidad que separan al sujeto del objeto.[6]
Vale decir, esta ausencia de identidad – cual poeta que es poseído como por arte de magia por diversas personalidades – hace que la ausencia de identificación entre sujeto y objeto, ese quiebre entre el objeto al cual se prodigó lealtad absoluta con el nuevo objetivo/destino de lealtad (persona, organización, partido político, ideología, consigna, proyecto, cargo, etc.) se convierta paradójicamente en la “camaleónica identidad” del “profesional político”.
Distorsionada actividad pública en donde – desde Parménides de Elea (530 a.n.e – s. V a.n.e) – todo principio de identidad es destruido. La persona no es idéntica a sí misma sino al personaje que toca representar. Desde este fraudulento modus operandi se puede ser y no ser al mismo tiempo. Se puede mentir y decir la verdad en el mismo discurso. Se puede delinquir y justificar la acción con las más púdicas intenciones. Se puede confesar inocencia rogando, al mismo tiempo, a todos los secuaces de las instituciones públicas que quemen todo archivo que los pueda delatar.
Paradójicamente, la actriz o actor que más camaleónico logre ser será el que se lleve el premio mayor en el cual se le entregará toda la confianza para que vuelva a estafar y a delinquir jurando lealtad a la nación. Como ejemplo, la constelación camaleónicamente delincuencial de ex presidentes peruanos llegó a palacio gracias a las buenas intenciones del voto de la izquierda.
A diferencia del mundo reptiliano, el ser humano no nace camaleón. El camaleonismo es una construcción basada en opciones. No es producto de la casualidad, estatus socio-económico, género, etnia o confesión de fe. Es la deformación refleja de la crisis y pérdida de identidad de individuos y estructuras institucionales que se alían al mejor postor o postora usufructuando la confianza del objeto de su razón política (el pueblo) con fines mezquinamente personales.
La mercantilizada comprensión del poder detona las bases de la conciencia bajo cualquier pretexto expuesto como válido. Como consecuencia, el camaleonismo llega a traicionar por unas monedas o plato de lentejas a quien le prodigó admiración, lealtad e incondicionalidad el día anterior. La pérdida patológica de la empatía y relación sinérgica entre sujeto y objeto lleva al pragmatismo clientelista a su máxima expresión el cual ha sumergido, y sigue sumergiendo al Perú en el peor capítulo de su historia.
Ahora, intentando romper con la lógica aristotélica en donde las preposiciones o son A (bueno) o B (malo) – coloquialmente dicho o chicha o limonada – ensayamos una suerte de punto de inflexión reflexiva con una tercera opción (necesario) desde las preguntas de Rafael Rodríguez Campos: ¿Qué ocurre cuando un partido gana una elección con un discurso de izquierda pero luego gobierna con un programa de derecha? ¿Acaso los parlamentarios izquierdistas no tienen el derecho de defender la promesa electoral por la que fueron votados abandonando al partido que traicionó la confianza de sus electores?[7]
Pero más allá de defensas de principios y coherencias programáticas, lo que vemos hoy es el imperio de la ley del mercadeo de votos y posiciones al mejor postor. Cualquier remiendo, cualquier intento de reforma, rasga aún más la estructura corroída de una nefasta Carta Magna que sólo es el reflejo de 500 años de vejamen, saqueo y traición a la fe pública. Seudo democracia venida a luz sobre el fundamento anti ético e inmoral de una cultura colonialista –del “criollismo individualista” – basada en la informalidad, improvisación y demagogia revestida y transvestida de política adquiriendo el color dependiendo de la camaleónica ocasión que toque representar.
El Congreso de la República del Perú, y los últimos vergonzosos acontecimientos, en donde hablar de reforma es igual a blindaje de la institucionalidad de la corrupción, es una suerte de santuario zoo-antropológico en donde la única especie existente es el camaleón (salvo muy honrosas excepciones). Recinto de la ausencia – o distorsión – de identidad en donde la actividad histórica no sólo ha sido el arte del transfuguismo partidario sino de la hipoteca y venta de ideales y principios a los cuales se juró defender y esto desde la delincuencial corte de virreyes, corregidores, encomenderos (s.XVI), y toda suerte mercaderes públicos y privados, hasta nuestros días.
Durante siglos, todos los disfraces camaleónicos a la orden del día, dentro y fuera del Estado: tráfico de influencias, crimen organizado, nepotismo, abuso de autoridad, cohecho, fundamentalismo religioso, misoginia, homofobia, aporofobia, etc. A la república del bicentenario y colonia del quinto centenario no le falta nada para considerarlo lo peor que le ha podido suceder a nuestro pueblo.
Y, lamentablemente estos vicios, deformaciones de compresión del mundo, distorsiones de personalidad y de comportamiento, es la herencia sembrada en el profundo inconsciente de las nuevas generaciones que aprendieron las mañas del negocio de la venta de ideas y productos como la absurda paradisiaca nación sin pobreza, pero donde reine la riqueza. Debería implantarse exámenes psicológicos y psiquiátricos como requisito indispensable para acceder a funciones públicas y esferas privadas que pretendan negociar con el Estado.
Finalmente, consideramos que existen valiosos cuadros de juventudes lamentablemente excluidxs por una colonialista herencia patriarcal, heteronormativa, burguesa y adultocéntrica. Pero también existen aquellos cuadros, dogmáticos y sin posibilidad de cambio, por la tóxica cultura del urbano criollismo político, abundante en antivalores, que no podemos permitirnos siga infectando cualquier pretensión – no camaleónica – de refundación de la república hacia un Nuevo Perú con predisposición para el derecho, la equidad y la justicia como pilares fundamentales de cualquier nación que se precie de libre, digna y soberana.
¡El pueblo tiene la razón!
[1] Cortina, Adela. La moral del camaleón. Madrid: Ed. Espasa Calpe, 1991.
[2] Real Academia Española. Tránsfuga. En: Diccionario de la lengua española Dirección URL: https://dle.rae.es/tr%C3%A1nsfuga. Revisado: 13/07/20.
[3] Cf. Fayt, Carlos S. Sufragio, representación y telepolítica. Buenos Aires: La Ley, 2008. Citado por Florencia Soto Pareira en El Transfuguismo Político en el Derecho Comparado. Cámara Nacional Electoral. Estudios de Derechos Comparados, s/l, p. 3, s/f.
[4] Blanco, Ligia. El transfuguismo, una práctica adversa a la democracia. En: Plaza Púbica. 27 de mayo de 2011. Dirección URL:https://www.plazapublica.com.gt/content/el-transfuguismo-una-practica-adversa-la-democracia. Revisado: 13/07/20.
[5] Cortina, Adela. El mundo de los valores. Ética y educación. Santafé de Bogotá: Editorial El Buho LTDA, p. 107, 1997.
[6] Cf. Hernández, Ana María. Camaleonismo y Vampirismo: La poética de Julio Cortázar. The City University of New York, s/f. En: Revista Iberoamericana. Universidad de Pittburgh, Pensilvania. s/f.
[7] Rodríguez Campos, Rafael. El transfuguismo en el Perú. Una estrategia para sobrevivir en política. 11/10/13. En: Lamula.pe https://agoraabierta.lamula.pe/2013/10/11/el-transfuguismo-en-el-peru/rafaelrodriguez/. Revisado: 13/07/20.
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