El homo sapiens es la única especie que debe construir su futuro en base a sus decisiones políticas del presente; nuestras decisiones de hoy son las que nos permitirán definir, no sólo el tipo de futuro que tengamos, sino la existencia misma de un futuro, cualquiera que éste sea.
Arnoldo Mora Rodríguez / Para Con Nuestra América
La historia, especialmente desde la moderna revolución científico-técnica que se ha desarrollado exponencialmente desde sus inicios en el Renacimiento, ha demostrado que somos la especie de mamíferos más exitosa; ninguna especie de mamíferos había logrado hasta ahora, no sólo sobrevivir, sino también mantener cerca de 8 mil millones de ejemplares vivos al mismo tiempo. Pero esto lo ha logrado recurriendo a métodos que hoy se tornan en su contra; constituyen una deuda con la Naturaleza que hoy ésta nos la cobra con intereses. La especie sapiens ha obtenido este éxito clamoroso desencadenando una implacable guerra “de todos contra todos” , como la caracterizaba Hobbes; el matricidio contra la Naturaleza y el fratricidio entre nosotros mismos, han sido la constante de una historia que hoy podría llegar a su fin, sea porque la especie se empeñe en seguir así y desemboque inexorablemente en el suicidio, sea porque forje otros métodos para avanzar en el tiempo que no sean el recurso a la guerra generalizada; porque ha llegado el momento en que, el recurso a cualquier violencia que no sea estrictamente defensiva, se convierte en suicido.
En consecuencia, lo que corresponde ahora es convivir si queremos sobrevivir, dejando de tratar como enemigos a la Naturaleza y a nuestros semejantes. El homo sapiens es la única especie que debe construir su futuro en base a sus decisiones políticas del presente; nuestras decisiones de hoy son las que nos permitirán definir, no sólo el tipo de futuro que tengamos, sino la existencia misma de un futuro, cualquiera que éste sea. Debemos regresar a la casa materna; hacer de nuestro planeta un hogar para todos y no considerar que vivimos en un exilio, o en un compás de espera al pie del cadalso ( Sartre hablaba de ”surcis”). Allí está en juego nuestra sobrevivencia. Para lograr eso, debemos cambiar; el quehacer de los científicos debe estar inspirado en valores éticos y humanísticos; el mayor de estos valores es la vida no sólo humana, sino en toda su multifacética manifestación. La matriz de los valores son la justicia y el amor; la justicia es el reconocimiento del otro como persona, es decir, como sujeto de derechos. Lo dicho sólo tiene sentido si la justicia se ve como el ejercicio de los derechos del pueblo y de los deberes de los que ejercen el poder en representación suya. Sólo de esta forma tiene sentido hablar de libertad. Invocar la libertad o la democracia para imponer un régimen político opresor de las mayorías, es mantener la violencia o la guerra generalizada de que hablaba anteriormente. Eso es particularmente vigente en Nuestra América, considerada la región más desigual del planeta y donde, no por casualidad, la Covid-19 causa los mayores estragos. Todo lo cual se debe al poder despótico, que tradicionalmente han ejercido despiadadamente las oligarquías criollas en connivencia con e capital trasnacional. En consecuencia, la crisis sanitaria actual pone de manifiesto, hoy más que nunca, la impostergable tarea de cambiar el rumbo de la historia, convirtiendo a nuestros pueblos en sujetos de la misma, en dueños de sus recursos naturales, que nos haga hermanos de todos los hombres y mujeres que pueblan la tierra e hijos de nuestra Madre Naturaleza, lo cual implica, demás está decir, un cambio radical en las relaciones sociales. Sólo allí se encuentra la medicina que, junto a los avances gigantescos y esperanzadores de la ciencia, erradicará este mal que hoy pone en trance de agonía a toda nuestra especie. Para ello, la humanidad actual debe redescubrirse-repensarse-reinventarse.
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