Falsamente aprisionada entre la necesidad de su autonomía o su subordinación a Estados Unidos, en realidad Europa se debate entre la eclosión que ha producido el abandono del Estado de bienestar y el gran esfuerzo por sostener una importante inversión social durante la mayor parte del siglo XX como necesidad de confrontar a la Unión Soviética durante la guerra fría.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra América
Desde Caracas, Venezuela
Cónsono con esta situación, se impuso también el supremacismo racista que persigue a las minorías y declara indeseables a los millones de migrantes que abandonaron sus países por las guerras coloniales e imperiales que la propia Europa desató y/o promovió. Ven con horror que en algunos años más serán un continente con mayoría de negros, árabes y ciudadanos del sur de Asia y que su religión predominante será la musulmana.
En este contexto, Europa se ve obligada a enfrentar los extremos que rompen los propios esquemas organizativos de su alianza. El caso más descomunal y desatinado es Polonia, país en el que un importante sector de la población posee sentimientos anti europeos. La reelección en julio del presidente Andrzej Duda fortalece la corriente neofascista que ya gobierna en Hungría. Sin embargo, el peso político de Polonia es muy superior en su calidad de quinto país más poblado de la UE, ejerciendo una poderosa influencia en una deriva anti rusa que arrastra a Ucrania y a los países bálticos hacia una alianza que hace frotarse las manos de la OTAN.
Este grupo de países en los que la religión católica tiene una importante presencia en Polonia, Lituania y Letonia, configuran la nueva punta de lanza de la organización atlántica contra Rusia. Por supuesto, Estados Unidos aúpa el conflicto, creándole a Europa un nuevo dilema que no ha podido resolver.
La dependencia europea de energía que puede ser suplida de forma segura y mucho más barata por Rusia enfrenta la resistencia en forma de presiones, amenazas y chantaje de Estados Unidos. El 16 de julio, el ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, Heiko Maas, manifestó que su país rechazaba las amenazas de sanciones hechas por el secretario de Estado de Estados Unidos Mike Pompeo, relacionadas con la construcción del gasoducto Nord Stream 2. Maas afirmó que: "Con sus anuncios de medidas, que amenazan con sanciones también a las empresas europeas, el gobierno de Estados Unidos ignora el derecho y la soberanía de Europa para decidir por sí misma dónde y cómo recibimos nuestra energía", y agregó que: "la política energética europea se implementa en Europa, no en Washington" anunciando su rechazo a las sanciones extraterritoriales. Esta declaración resulta muy curiosa si se observa que es lo mismo que hace la UE con otros países. Parece poco creíble que lo que es atentatorio de la soberanía europea, sea válido cuando son ellos los que la aplican en otras regiones del mundo y sobre todo cuando lo hacen, precisamente acatando decisiones de Estados Unidos que no le debieran incumbir.
Como es sabido, el gobierno de Estados Unidos amenazó a los contratistas del gasoducto de Alemania y otros países europeos con "consecuencias de gran alcance por su futura participación en el proyecto". Además de eso, a principios de agosto, tres senadores estadounidenses enviaron una carta al alcalde de la ciudad alemana de Sassnitz donde se encuentra el puerto de Mukran en la isla de Rügen, último tramo del ducto que conducirá el gas a Alemania, exigiendo que paralice las obras del gasoducto y amenazando que, de lo contrario, la ciudad podría ser objeto de sanciones que la llevarán a la "ruina financiera".
Según señala el destacado periodista brasileño Pepe Escobar lo que habría en el trasfondo es el interés de “un importante operador energético mundial [quien] se acercó a Rusia con una oferta para desviar a China no menos de 7 millones de barriles diarios de petróleo más gas natural. Pase lo que pase, la sorprendente propuesta todavía está sobre la mesa de Shmal Gannadiy, un importante asesor de petróleo/gas del presidente Putin”.
Esta propuesta -en caso de concretarse- le proporcionaría a China la satisfacción de todas sus necesidades energéticas desde Rusia, y para este país significaría” “eludir las sanciones alemanas cambiando sus exportaciones de petróleo a China, que desde el punto de vista ruso está más avanzada en tecnología de consumo que Alemania”.
Esta situación cambiaría en el caso de ejecución del Nord Stream 2. En este sentido, analistas de inteligencia contratados por empresarios alemanes de la industria, evaluaron que si Alemania llegara a perder su fuente rusa de energía y ante un eventual conflicto bélico en el que el Estrecho de Ormuz sea cerrado por Irán como consecuencia de un ataque estadounidense “la economía alemana simplemente colapsaría” como sucedió durante la segunda guerra mundial.
En este marco de coacciones a Europa y en particular a Alemania, por la necesidad de Estados Unidos de redistribuir sus tropas y acercarlas a la frontera con Rusia, Pompeo firmó un nuevo acuerdo con Polonia para ubicar tropas estadounidenses extraídas de Alemania. Aunque el argumento utilizado fue el descontento de Trump con la política de defensa de Berlín, en realidad con este movimiento, Estados Unidos logra dos objetivos: por un lado, fortalecer la dislocación de tropas en el frente noreste de Europa esencialmente conformado por países anti rusos y por otro, presionar a Alemania ante la debilidad y sumisión de sus autoridades que no pasan de una retórica soberanista.
El acuerdo inicial llevará 5.500 soldados desde Alemania a Polonia para unirlos a los 4.500 que ya se encuentran en el país, aunque el ministro de defensa polaco, Mariusz Blaszczak aseguró que el contingente “podría aumentar rápidamente a 20.000 si una amenaza lo justificara”.
En esta lógica se puede entender la nueva revolución de colores que Occidente intenta en Bielorrusia, país cuya captura cerraría el gran frente oriental anti ruso de la OTAN. La reciente aglomeración de fuerzas de la alianza atlántica en la frontera de Polonia y Lituania con Bielorrusia es expresión del gran movimiento estratégico que se ensaya como expresión geopolítica de los intereses de Estados Unidos en el que Europa queda atenazada ante la debilidad de sus líderes que han preferido plegarse a la lógica imperial norteamericana que asumir una identidad propia.
Cubriéndose las espaldas, Berlín criticó con dureza las elecciones presidenciales en Bielorrusia. El portavoz del Gobierno alemán, Steffen Seibert, afirmó que los comicios no cumplieron con los estándares democráticos mínimos y lamentó que las autoridades bielorrusas no aceptaran la solicitud de la Unión Europea de permitir observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Lo particular es que la UE y Alemania no dijeron lo mismo de los horrendos fraudes electorales en Honduras, Colombia o México en 2006 y avalaron los golpes de Estado en Bolivia, Paraguay y Brasil. Ni que decir de su sociedad con las monarquías medievales de Asia Occidental donde no existen elecciones, ni partidos políticos ni parlamento ante la mirada cómplice de la vieja Europa: una política de doble rasero que la hace poco creíble como instancia neutral. Mucho menos como árbitro electoral. Con esto protegen a estas monarquías que con el aval occidental desatan furiosas guerras coloniales y sirven de refugio a monarcas europeos corruptos.
Europa cree que puede seguir viviendo de las glorias pasadas cuando hoy no es más que un apéndice de la política exterior de Estados Unidos. Es sabido además que la UE no es homogénea y que al finalizar la guerra fría la derechización de la social democracia la ha conducido a constituir un bloque en materia de política exterior con la derecha auto asumida como tal y con sectores fascistas y neonazis presentes en los parlamentos a imagen y semejanza de lo que ocurre en Estados Unidos, donde el bipartidismo juega a la democracia en política interna mientras conciertan el intervencionismo y la agresión en el resto del mundo. Al parecer, Europa no quiere ser menos. Eso, sin hablar del mantenimiento de su vocación colonial en África y el Asia occidental, superando incluso a Estados Unidos en ese talante.
En el análisis regional del desafío por la hegemonía interna no resuelta en la UE, vale recrear un artículo de la analista andaluza Carmen Parejo, directora de la revista “La Comuna” que con el sugestivo título de “La UE debe morir para salvar Europa” expone que durante la crisis del Covid-19 las dos principales potencias europeas parecían no mostrar una visión única de cómo enfrentar la pandemia: mientras Francia “se alineaba con Italia y el Estado español”, Alemania se acercaba a Holanda. Este “conflicto” que se vendía como un enfrentamiento de carácter ideológico en el que Francia exponía un ideal solidario mientras que Alemania se mostraba como defensora de la armonía económica, en realidad era expresión de la diferencia de opiniones respecto de cómo sostener una estructura para seguir beneficiándose de ella.
Parejo evalúa que al crearse la UE, ambos países ya poseían divergencias de opinión, sobre todo en lo referente al uso y manejo de la moneda única. De esta confrontación de la que Alemania salió victoriosa, Francia no quedó “mal parada” al conseguir su objetivo final de crear una moneda diferente al dólar, al mismo tiempo que evitaba la imposición del marco alemán. Parejo asegura que: “En cualquier caso ninguno de los planteamientos tiene nada que ver con la Europa de los pueblos ni con la solidaridad”.
En el plano de la restructuración global, Pepe Escobar asegura que un grupo de presión en “los más altos niveles del gobierno ruso” apunta a consolidar una alianza euroasiática sobre un eje conformado por Beijing, Moscú y Berlín, la cual podría ponerse en efecto una vez que Merkel abandone el poder el próximo año. Hasta ahora, este evento está detenido por la posibilidad de pérdida del mercado estadounidense para vehículos alemanes, pero incluso esta situación está variando, por ejemplo el 40% de los coches vendidos por Volkswagen en 2018 fueron al mercado chino. También se evalúa que el 60% de las exportaciones alemanas van a países de la UE.
Según el analista brasileño, también es posible un tratado entre Alemania y Rusia que lleve a Beijing a incorporarse posteriormente, con lo que la Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda se podría concretar en todo el espacio euroasiático toda vez que sería incuestionable que tras Alemania, marcharan Francia e Italia. Por otra parte, si se considera que el acuerdo chino-ruso de intercambio multidimensional ya está en curso el “eslabón perdido” en esta gran alianza es el acuerdo Berlín-Moscú.
Este sería el mayor de todos los vía crucis de Europa, ante la cual tiemblan Estados Unidos y Gran Bretaña. ¿Podrá consumarse? ¿Cambiará el eje de la geopolítica global?
Escobar recuerda que en 1360 la peste negra estaba presente en todos los rincones de Europa y Asia desde el Atlántico al Pacífico y desde el Mediterráneo al Báltico, muriendo 100 millones de personas que representaban alrededor del 60% de la población europea. Tal hecho habría retrasado el Renacimiento en 100 años.
Sin querer comparar el Covid-19 con la peste negra, se pregunta: “¿Qué Renacimiento podría estar retrasando?”. Y él mismo se responde afirmando que en realidad lo que podría estar ocurriendo es el Renacimiento de Eurasia.
Es Europa la que debe decidir sobre su futuro, aproximarse exitosamente a él o hundirse junto a Estados Unidos en el momento en que está implosionando lentamente en medio de la pandemia reciente y de una crisis económica que aunque se ha intentado mantener oculta, transcurre sin pausa desde hace 40 años.
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