El predominio de la ortodoxia económica y el conservadurismo moral en la oferta política que se le presenta al electorado costarricense, confirman el triunfo cultural del neoliberalismo, devenido en sentido común de nuestra sociedad.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
El desencanto social que experimenta la población después de confiar su voto durante ocho años al Partido Acción Ciudadana (PAC), con la esperanza de que concretara un cambio de rumbo en la política nacional que nunca llegó; sumado al impacto socioeconómico de dos años de la pandemia del covid19 -aumento de la pobreza, el desempleo y la desigualdad-, revisten estos comicios de una cierta apatía e indiferencia colectiva que, por ahora, no logran remontar las campañas publicitarias de los partidos ni los llamados al ejercicio del civismo por parte del Tribunal Supremo de Elecciones.
Todo esto ocurre, además, en una coyuntura en la que los resabios del otrora exitoso modelo de Estado social de derecho vienen enfrentando -especialmente durante los últimos cuatro años- un furioso ataque de los sectores económicos más privilegiados; un ataque orientado por la lógica de la austeridad fiscal y la sombra del Fondo Monetario Internacional, y cuyos principales blancos han sido los derechos laborales, el empleo público, los presupuestos de las instituciones públicas y la justicia fiscal. No en vano, en un libro de reciente publicación, varios investigadores han calificado al gobierno del presidente Carlos Alvarado como el de la contrarrevolución neoliberal. Como explican los historiadores Iván Molina y David Díaz en el prólogo de la obra, “su administración, con el apoyo entusiasta de los principales medios de comunicación del país, logró romper los límites que las movilizaciones populares y los contrapesos de un Estado democrático impusieron a las más depredadoras políticas proempresariales desde inicios de la década de 1980”.
En estas condiciones, cinco candidaturas se presentan con mayores posibilidades de cara a la cita del domingo 6 de febrero (aunque ninguna alcanza siquiera el 20% de la intención de voto): a la cabeza de las encuestas, dos representantes del statu quo y del viejo bipartidismo derechista, el expresidente José María Figueres (Partido Liberación Nacional) y Lineth Saborío (Unidad Social Cristiana); y en tercer lugar Fabricio Alvarado, del Partido Nueva República, expresión criolla del neopentecostalismo que incursiona en la política de prácticamente toda América Latina. Detrás de ellos, a poco más de 10 puntos porcentuales, aparecen José María Villalta (Frente Amplio), referente electoral de la izquierda desde hace más de una década (ha sido diputado en dos ocasiones), y Rodrigo Chaves, un tecnócrata neoliberal de carrera en el Banco Mundial, quien tuvo un fugaz paso como Ministro de Hacienda en el gobierno de Alvarado.
Cualquier pronóstico sobre los aspirantes que avanzarán al ballotage resulta aventurado en este momento. No solo por el elevado porcentaje de indecisos, sino también por el antecedente del comportamiento de los votantes, particularmente de los sectores medios y jóvenes de la Gran Área Metropolitana del país, quienes en las últimas dos elecciones se inclinaron por dar su apoyo in extremis a candidatos que no se perfilaban como favoritos en las encuestas, y quienes a la postre resultaron electos presidentes en segunda ronda (son los casos del expresidente Luis Guillermo Solís y el actual mandatario Alvarado). El cierre de campaña de Villalta apuntaría a realizar un último esfuerzo por conquistar esos votos.
Lo que no admite margen de duda es el hecho de que el predominio de la ortodoxia económica y el conservadurismo moral en la oferta política que se le presenta al electorado costarricense, confirman el triunfo cultural del neoliberalismo, devenido en sentido común de nuestra sociedad: camaleónico, asume diferentes ropajes partidarios para construir la ficción de la pluralidad de alternativas -mito fundante de la democracia liberal-, una suerte de menú que se despliega en promesas y planes de gobierno de los partidos pero que, en lo esencial, solo difieren en los tiempos y velocidades del que consideran un inevitable ajuste fiscal y estructural del Estado. En definitiva, la nueva vuelta de tuerca que, salvo una sorpresa mayúscula, le espera al pueblo costarricense.
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