El film de 30 minutos de duración muestra imágenes de la imponente ceremonia, del vasto despliegue de tropas ordenadas como parte de los honores de Jefe de Estado que recibió Evita, de la imponencia de la marcha de antorchas, del acto de la explanada del Congreso Nacional, y de los homenajes realizados en el Hogar de la Empleada y en la sede de la Confederación General del Trabajo CGT.
Es un testimonio elocuente de lo sucedido aquel momento, sin duda el más triste de aquella Argentina poblada por 14 millones de almas.
Su velorio duró más de dos semanas, donde multitudes acongojadas y llorando despidieron a Eva.
También se estrenó la serie Santa Evita, basada en el best seller escrito por Tomás Eloy Martínez y publicado en 1995; allí, el autor de La novela de Perón, elabora una metáfora sobre la enfermedad y la trayectoria de su cadáver embalsamado, violado y oculto por los militares que dieron el golpe de Estado en 1955.
Esa mujer inigualable, ese ser maravilloso, cambió la historia argentina para siempre en tan sólo siete años. Por eso fue amada y odiada. Por eso se la recuerda con tanta pasión después de siete décadas del luctuoso deceso.
Tenía 33 años, como Jesús al morir en la cruz. Dato que me llevó al Evangelio según San Mateo, en el que Pedro se acerca y dice a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?”
Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”[1], tanto para dar título a este artículo, como para reflexionar sobre todos los agravios que padecieron los restos hasta ser devueltos y depositados en el mausoleo de la familia Duarte en el Cementerio de la Recoleta, y el perdón que esos millones de seres humillados y desplazados han hecho durante tantos años; cercanos a las siete décadas cumplidas.
Difícil de entender el odio – no ese sentimiento humano contrario al amor con el que toda persona nace y practica durante su existencia –, sino el odio arrasador de los fascismos y que la pandemia desinhibió en extremo y que los medios reproducen en extremo también para reconfigurar a cada instante la subjetividad pública.
Sólo esa lógica perversa explica lo sucedido con el peronismo como movimiento a través de tantos años de represión y persecución. Tanto que cuando se vuelve a recorrer ese largo camino, siempre se encuentran nuevos testimonios de odio, como el monumento al descamisado, ideado por Evita – al que también hace referencia la serie basada en el libro de Martínez – que los militares arrojaron al Riachuelo o, lo que hicieron con la Fundación Eva Perón fundada también por Evita y a la que le dedicó su tiempo, su vida, y que llevó al presidente Perón a enviarla de gira a Europa para que descansara un poco, ya que la consumía, como si presintiera su precoz final.
El proyecto refería a un monumento de 138 metros de altura, el doble del Obelisco, con ascensores, un mirador y una cripta subterránea para Evita que, el 26 de julio de 1953, al cumplirse el año de su fallecimiento, se inauguró en el ministerio de Trabajo una maqueta de la obra coronada por el gigantesco descamisado 60 metros de alto, con un rostro muy parecido al del General Perón, realizada por el escultor italiano Leone Tomassi.[2]
“Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?” Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Ni intentar imaginar ese número cercano al medio millar, mucho menos la omnipresencia de ese perdón. No obstante… levantarse una y mil veces después de tanta ofensa.
La desperonización del golpe de 1955, estuvo a cargo del coronel Ernesto Alfredo Rottger – nombre que, como el de los verdugos encapuchados, nadie recuerda –, él ocuparía el cargo del doctor Ramón Castillo. El hombre, curiosamente nacido un 26 de julio de 1904, (48 años antes de la muerte de Eva) entonces tenía 51 años; saqueó la casa de Castillo el día anterior de asumir de facto, la Dirección de Sanidad desde donde se llevaría sus laureles por destruir decenas de pulmotores, carencia que cobraría la vida de infinidad de niños en la epidemia de poliomielitis.
Seguramente la Providencia le concedió longevidad para que meditara en soledad su malvada tarea de arrasar la Fundación Eva Perón, ya que murió en 1999 con 95 años.
Lo secundó la asistente social Marta Ezcurra, quien en su juventud, en 1931, había fundado la Acción Católica y electa presidenta de la Asociación para la lucha contra la parálisis infantil ALPI, entre 1944 y 1950.[3]
Doña Marta, tan estudiosa y dedicada al servicio social y los preceptos eclesiásticos, seguramente sabía qué función cumplían los pulmotores en la poliomielitis, aunque sus impulsos la llevaron por el camino opuesto.
Egresada del Colegio Sagrado Corazón de Almagro, ingresó a la Congregación Hijas de María. Esta “hija de María”, ordena ocupar cada una de las Escuelas Hogar el 23 de septiembre de 1955 construidas por la FEV y frente a los niños – mudos testigos – en cada uno de los patio prende fuego a pilas de frazadas, sábanas, colchones, pelotas y juguetes con el logo de la fundación que, los bravos soldados (entre los cuales habría beneficiarios de la Fundación) previamente habían arrancado de sus camitas y dormitorios; los bustos de Eva son decapitados.
En esto también colaboraron los comandos civiles de la Acción Católica Argentina, desalojando inmediatamente a todos los niños y niñas internados en la Clínica de Recuperación Infantil, Termas de Reyes, en Jujuy.
Esta alma caritativa, manda tirar al río Mendoza toda la vajilla y cristalería (importada de Finlandia y Checoslovaquia) con la que habían comido los “cabecitas negras” en las unidades turístico termales de alta montaña de Puente del Inca y Las Cuevas. Manda destruir todos los frascos de los Bancos de Sangre de los Hospitales de la Fundación porque contenía sangre peronista. Ordena el cierre de la Escuela de Enfermeras y dispone de la desactivación de todos los programas de turismo social por ser “un peligroso ejemplo de demagogia populista y antidemocrática” en las Colonias de Vacaciones de Córdoba, Mar del Plata y Buenos Aires.
Decide el cierre definitivo de las casi 200 proveedurías de alimentos de primera necesidad, la clausura del Plan Agrario, el Plan de Trabajo Rural y los Talleres Rodantes. Resuelve la intervención de los Hogares de Ancianos y el cierre de los Hogares de Tránsito.
Cuando los interventores envían los primeros informes de las Escuelas Hogar, Marta Ezcurra descubre escandalizada, que “la atención de los menores era suntuosa, incluso excesiva, y nada ajustada a las normas de sobriedad republicana que convenía para la formación austera de los niños.
Aves y pescado se incluían en los variados menús diarios. Y en cuanto a vestuario era renovado cada seis meses”. (En San Juan un niño pobre comía 100 gramos de carne por día y 6 cucharadas de leche. En Jujuy, -por año- un niño comía 43 kilos de carne, en La Rioja 27, en Catamarca 26, y en Santiago del Estero tan sólo 19,6 Kilos), en las Escuelas Hogar Eva Perón, los niños comían carne todos los días. Marta Ezcurra cambiará el menú y el nombre de todas esas escuelas.[4]
“Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?” Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
Siempre hicieron lo mismo, desarrollaron un odio setenta veces siete mayor en cada oportunidad que tuvieron, desde antes de la revolución de 1943, desde donde surgió el peronismo. En 1955 irrumpieron las FFAA se sublevaron de la mano de la Iglesia y no dudaron denominar la cruzada Cristo vence.
El General Juan Carlos Onganía quiso borrar el movimiento cooptando dirigentes gremiales, luego de derrocar el gobierno de Humberto Illia, pero lo barrió el General Alejandro Agustín Lanusse, como también él no pudo impedir las elecciones en las que se volvió a imponer el peronismo, después de 18 años de Perón, quien asumió el gobierno sabiendo que le quedaba poca vida.
Luego vino Isabel Perón, la Triple A y el golpe de 1976, el más sangriento de la historia.
En cada ocasión el odio fue setenta veces siete y se manifestó de diversas maneras imponiendo obstáculos a veces sutiles, otras más evidentes. Lo hizo con Menem, su traición al movimiento que lo llevó al poder y cumplió a rajatablas el Consenso de Washington.
Lo hizo el aburrido y anodino De la Rúa, quien nos llevó a la crisis del 2001 y abandonó el barco en medio de la tormenta, frase que suena más decorosa que huir en helicóptero desde la Casa Rosada.
Por último Mauricio Macri y su golden team dobló la apuesta de odio setenta veces siete. Disfrutó su obra macabra coreada por sus amigos ganadores que volvieron a regodearse como en los peores tiempos de la oligarquía.
Finalmente, los eternos perdedores, vuelven a apostar setenta veces siete por el perdón, única puerta a la esperanza, aquella de la que Evita fue abanderada.
[1] Evangelio según san Mateo 18, 21-35.
[2] Página 12, 28 de julio de 2022.
[3] Testa, Daniela, La lucha contra la poliomielitis y la figura de Marta Ezcurra. ¿Huellas del catolicismo social?, X Jornadas de Investigación, Docencia, Extensión y Ejercicio Profesional Facultad de Trabajo Social UNLP 14 y 15 de septiembre de 2017.
[4] http://www.labaldrich.com.ar , La fundación Eva Perón y su destrucción, artículo escrito por Viviana Demaría y José Figueroa publicado en la Revista el Abasto.
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