Sonia Henríquez Ureña, casada en la Argentina con el pintor rupturista y no figurativo Alfredo Hlito, tuvo con él dos hijos uno de ellos fallecido.
“Doña Sonia” era dueña de una cultura exquisita; y así, con ese tratamiento escuche llamarla a sus compatriotas dominicanos los intelectuales Jorge Tena Reyes, autor de “Pedro Henríquez Ureña, esbozo de su vida y de su obra” (2016), José Alcántara Almánzar, José Rafael Lantigua y Miguel Collado, respetuosamente pero sin el temor reverencial que bien lejos estaba ella de despertar con su sencillez en perfecto equilibrio con la más pura distinción.
Como no podía ser de otro modo, era conciente de la significación del apellido que portaba. También que su linaje no podía ser un impedimento para hacer y decir lo suyo en el campo de las letras. De ese modo publicó en México, en 1993, el libro: “Pedro Henríquez Ureña: apuntes para una biografía”, una obra que contiene datos novedosos sobre su progenitor y por supuesto vivencias entrañables de él. Asimismo se ocupó de reeditar otros trabajos del maestro, como por la Editorial Losada S.A. en 1999, el texto de gramática que escribió en colaboración con Amado Alonso y cuya primera edición data de 1938.
La visité en varias ocasiones en su casa porteña de la calle Virrey Ceballos al 1400 del barrio de Monserrat o Constitución como aparece en los avisos de las inmobiliarias. Allí entre libros paternos y cuadros del esposo artista de prestigio internacional, me habló de su amistad iniciada en la niñez con el novelista mexicano Carlos Fuentes y con especial emoción de la que la unió poco más tarde con Susana Lugones Aguirre, Pirí Lugones, escritora insumisa y militante de la guerrilla peronista Montoneros, la nieta del poeta reaccionario y genial de los “Romances del RíoSeco” asesinada por la última dictadura como quien fue su pareja por un tiempo, Rodolfo Walsh.
Hablé con doña Sonia de Cuba, otro de sus amores, y le mencioné en una oportunidad el libro de Emilio Roig de Leuchsenring, Presidente de la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales: “Don Federico Henríquez y Carvajal, hermano de Martí en la defensa de la justicia y las libertad”, publicado en La Habana en 1952. Por supuesto que conocía ese texto.
Días antes de emprender yo un viaje a Santo Domingo para participar como invitado internacional de la Feria del Libro del año 2006 -organismo de carácter oficial allá y no mera feria de vanidades y mercado de la cultura como en mucho lo es la nuestra-, me encomendó llevar con destino a la Biblioteca Nacional “Pedro Henríquez Ureña”, así bautizada desde décadas atrás, algunos recuerdos de ese su padre. Fue un alto honor para mí portar en la ocasión un cofre con reliquias como su tarjetero, sus lápices, una libreta de calificaciones que empleó en su actividad de profesor en el Colegio Nacional de La Plata, varias agendas con anotaciones de su puño y letra y hasta su máquina de afeitar. Todo ello quedó expuesto en el Pabellón inaugurado en la mañana del 25 de abril de 2006 por el entonces Secretario de Cultura dominicano, licenciado José Rafael Lantigua, en un acto público que contó con la presencia de la entonces Primera Dama, la doctora Margarita María Cedeño de Fernández, años después Vicepresidenta de la República Dominicana.
Un par de avisos fúnebres aparecidos el lunes 27 de junio del corriente en el matutino porteño La Nación, han dado cuenta de su desaparición física. Ocaso que no ha de ocurrir con su recuerdo bien presente y luminoso en quienes la conocimos.
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