Precisamente por eso, en estos tiempos se hace sentir con especial intensidad aquella “tensión entre la coyuntura del momento y la luz del tiempo, del horizonte mayor, de la utopía que nos abre al futuro como causa final que atrae”, a que se refiere el papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium. [2] Allí, Francisco plantea la necesidad de encarar esa tensión recordando que el tiempo “es superior al espacio”, pues en tiempos de cambio lo realmente importante es “ocuparse de iniciar procesos más que de poseer espacios”, mediante acciones que “generan dinamismos nuevos en la sociedad e involucran a otras personas y grupos que las desarrollarán, hasta que fructifiquen en importantes acontecimientos históricos”.
Esta tarea exige convicciones claras y un quehacer tenaz, fundamentados tanto en la experiencia social como en la evidencia científica. De eso, en efecto, depende, en gran medida la elección de las opciones del futuro más favorables ante los peligros que entraña una crisis como la que todos encaramos hoy.
Esa claridad, a su vez, requiere encarar otra tensión: la que existe “entre la idea y la realidad”, estableciendo entre ambas “un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad”. Las ideas, en efecto, pueden explicar y contribuir a modificar la realidad con mayor o peor fortuna, pero no pueden sustituirla. Por lo mismo, dice Francisco, lo que convoca “es la realidad iluminada por el razonamiento”, que nos permite vincular la realidad inmediata al proceso histórico desde el cual nos desafía.
Comprender ese proceso demanda conocer sus formas, y sus duraciones. En este plano, cabe recordar la especial atención dedicada por el historiador francés Fernand Braudel (1902-1985) a las duraciones que organizan el desarrollo histórico.[3] Braudel, en particular, prestó especial atención al gran valor del “tiempo largo”, en contraste con el énfasis propio de la historia tradicional “en el tiempo breve, el individuo y el acontecimiento”, con “su relato precipitado, dramático, de corto aliento.”
Frente a esa historia, agregaba, destaca otra, “de larga, incluso de muy larga duración”, cuyo examen revela las estructuras que organizan el desarrollo histórico. Tales estructuras constituyen “una realidad que el tiempo tarda enormemente en desgastar y en transformar”, que actúan simultáneamente como “sostenes y obstáculos” del proceso histórico que organizan. En tanto que obstáculos, se presentan como límites de los que nuestras experiencias no pueden emanciparse, los cuales van desde determinados marcos geográficos hasta “encuadramientos mentales” que también representan “prisiones de larga duración.”
Para Braudel, en breve, “la historia es la suma de todas las historias posibles: una colección de oficios y de puntos de vista, de ayer, de hoy y de mañana.” En esa perspectiva, añade, el único error “radicaría en escoger una de estas historias a expensas de las demás.” La prevención de ese riesgo puede apoyarse en el hecho de que
En todas las formas de sociedad existe una determinada producción que asigna a todas las otras su correspondiente rango [e] influencia, y cuyas relaciones por lo tanto asignan a todas las otras el rango y la influencia. Es una iluminación general en la que se bañan todos los colores y [que] modifica las particularidades de estos. Es como un éter particular que determina el peso específico de todas las formas de existencia que allí toman relieve. [4]
En el caso de Panamá, por ejemplo, la actividad productiva dominante corresponde a los servicios que el Istmo ofrece al comercio mundial desde mediados del siglo XVI. Si bien el intercambio interoceánico había existido en el Istmo desde mucho antes de la conquista europea, la corona española le dio una organización que perdura hasta hoy. Esa organización concentra el tránsito interoceánico por una sola ruta; concentra la organización del tránsito bajo la autoridad del Estado que controla esa ruta; concentra los beneficios generados por los servicios al tránsito en manos de los sectores sociales que controlan al Estado, y subordina el conjunto del territorio y la vida económica del Istmo a las necesidades del tránsito así organizado.
Esa organización de la actividad productiva constituye una estructura de muy larga duración, dotada de sus correspondientes marcos geográficos y sus encuadramientos mentales. Se trata, en lo primero, de la posición geográfica y las características territoriales del Istmo. Y, en lo cultural, de la convicción general de su vocación transitista, vinculada a su forma de organización de la actividad de tránsito interoceánico – y la interrupción del tránsito interamericano – a lo largo de los últimos cinco siglos y medio.
Esa larga duración, y la mentalidad forjada a lo largo de la misma, han estado estrechamente asociadas a otra, más amplia: la de la formación del mercado mundial creado por el capitalismo, y las transformaciones ocurridas en la organización de este durante esos cinco siglos. Ese proceso ha sido especialmente complejo. Braudel ubica su inicio a mediados del siglo XVII; para mediados del XVIII, había dado lugar a la organización de un sistema mundial de orden colonial, que atravesó por una crisis de especial violencia entre 1914 y 1945, hasta desembocar en el sistema internacional que hemos conocido.
La importancia de la función de tránsito del istmo de Panamá a lo largo de ese periodo ha sido variada. Tras alcanzar gran importancia en sus comienzos, decayó entre mediados del XVIII y del XIX, debido a la liberalización general del comercio mundial y el desarrollo de nuevas tecnologías de navegación. Volvió a ganar en importancia a mediados del XIX con la construcción del ferrocarril transístmico y finalmente, con la construcción del Canal interoceánico al amparo de un protectorado militar extranjero y la creación de una República en el Istmo, la organización transitista del tránsito alcanzó su momento culminante en el siglo XX.
La liquidación del protectorado y la incorporación del Canal a la República han llevado la organización transitista del tránsito a su límite, potenciando a un tiempo sus capacidades en la actual región interoceánica, y sus contradicciones en el resto del país. Esto, a su vez, se ha visto agravado por el ingreso del mercado y el sistema mundiales a una nueva fase de transición hacia formas de organización que finalmente resultarán inéditas con respecto a la que hemos conocido.
Hoy, una larga duración culmina, mientras otra se inicia. Nuestra crisis interna está estrechamente ligada a la crisis global, desde sus propias contradicciones, y así debe ser encarada. Eso demanda tres tareas: lograr una integración eficaz del Canal en la economía nacional; integrar mucho mejor el país al proceso de formación del nuevo sistema mundial, y forjar la sociedad próspera, inclusiva, sostenible y democrática que pueda asumir esas tareas.
Ante esas tareas, el primer obstáculo a superar es el del temor al cambio y la resistencia a la innovación de los sectores que hasta ahora ha sido los principales beneficiarios del orden que se agota. Y la esperanza mayor radica en la re-ciudadanización de los trabajadores y pequeños y medianos productores del campo y de la ciudad, que han dicho basta, y echado a andar el proceso de construcción de una república hecha con todos, y para el bien de todos.
Panamá, 29 de julio de 2022
[1] El 19 Brumario de Luis Bonaparte. 1852. C. Marx y F. Engels, Obras escogidas en tres tomos, Editorial Progreso, Moscú 1981. I, 404 a 498. https://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm
[2] Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium Del Santo Padre Francisco a los Presbíteros y Diáconos, a las personas consagradas y a los fieles laicos sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. 222-236. Tipografía Vaticana, 2013.
[3] Braudel, Fernand: “La larga duración.” La historia y las ciencias sociales.(1960: 60-106): Alianza Editorial, Madrid. Cap.3. http://posgradocsh.azc.uam.mx/cuadernos/induccion/Braudel-CAP3_LARGA_DURACION.pdf
[4] Marx, Karl: Elementos Fundamentales para la Crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857 – 1858. I. Siglo XXI Editores, México, 2007 (I, 27-28)
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