Debemos a J.R. Mc Neill, historiador estadunidense, la historia ambiental del siglo XX. En su magnífica obra Algo nuevo bajo el Sol, 2011, reveló con sumo detalle lo ocurrido entre los años 1900 y 2000 y sus mayores efectos sobre el equilibrio del planeta. Un segundo libro, escrito con P. Engelke ( The Great Acceleration, 2016) develó con gran fineza un proceso inédito de aceleración general. “La Tierra ha entrado a una nueva era –el Antropoceno– en la cual los seres humanos se han convertido en la más poderosa fuerza sobre el ecosistema global.
Desde la mitad del siglo XX, el ritmo acelerado del uso de la energía, las emisiones de gases tipo invernadero y el crecimiento de la población han llevado al planeta a un experimento sin control”. Y agregan: “… el periodo de 1945 al presente representa el lapso más anómalo de toda la historia. Tres cuartas partes del bióxido de carbono que se ha inyectado a la atmósfera se ha acumulado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y el número de humanos en el planeta se ha triplicado (de 2.3 mil millones a 7.2 mil millones entre 1945 y 2015)”.
En estas siete décadas ocurrió una explosión en el uso del petróleo y los otros combustibles fósiles, además de otros factores, consecuencia de innovaciones tecnológicas, como la producción de fertilizantes artificiales, la aparición de los contenedores para el transporte de mercancías y la proliferación de los plásticos. Todo lo anterior quedó demostrado por las curvas de 24 factores. Todo se aceleró de manera súbita a partir de 1950 en una sincronicidad sorpresiva: la población humana, los habitantes de las ciudades, el número de au-tomóviles, los teléfonos celulares, el producto interno bruto mun-dial, el uso de la energía, los gases de efecto invernadero, el uso del agua, las presas, la deforestación, el consumo de papel, el turismo, los McDonalds, etc. (https://www.scinapse.io/papers/2139274755).
Pero esta aceleración global que ha tenido lugar en el mundo de las cosastambién se expresa en la dimensión concreta del mundo de los seres y tiene además un origen. Obedece al principio del deseo insaciable de la ganancia, es decir, es consecuencia directa de las necesidades del capitalismo, como lo ha demostrado de manera brillante el filósofo e historiador mexicano Luciano Concheiro (LC) en su libro Contra el tiempo”, 2016. El mecanismo rector que impone el capital lo encierra la fórmula por la cual el dinero se convierte en mercancía y luego de nuevo en dinero (D-M-D). Sin embargo, el dinero obtenido al final es siempre mayor que el dinero inicial, y este excedente es lo que se conoce como plusvalía.
“La historia del capitalismo–afirma LC– puede ser leída como una sucesión permanente de innovaciones técnicas y tecnológicas, todas ellas encaminadas hacia la aceleración de los tiempos de producción o de circulación”. En otras palabras, entre más se acorte el tiempo de rotación del capital, mayor será la ganancia. La velocidad aparece entonces como un aliada de la acumulación infinita de riqueza. En la era industrial el tiempo se fue acelerando conforme se pasó de la máquina de vapor al motor de combustión interna, a los motores de reacción y a los propulsores iónicos. O del telégrafo al teléfono y a Internet. La vida se fue haciendo más veloz conforme se pasó del capitalismo mercantil, al industrial y al financiero (o turbocapitalismo). En este último las ganancias se logran en fracciones de segundo gracias a las supercomputadoras y a los algoritmos desarrrollados (véase la serie Billions, en Netflix).
LC examina magistralmente los efectos de este proceso sobre la política (el cortoplacismo), lo efímero de las mercancías (la obsolescencia programada), el consumo frenético, las relaciones de pareja, los cuerpos, y la salud síquica. Bajo la dictadura de la velocidad los individuos se tornan seres estresados y ansiosos y por ende viven permanentemente cansados (consúltese La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han, 2012). En suma, la velocidad de la vida moderna despoja de sentido a la existencia (LC), amenaza peligrosamente el equilibrio del planeta y, sobre todo, atenta contra el buen vivir. Son los tiempos peligrosos del capital.
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