Al mismo tiempo, Porfirio Muñoz Ledo, uno de los tribunos más brillantes de la segunda mitad del siglo XX en México y funcionario del gobierno de Luis Echeverría Álvarez, hizo otro obituario en sentido opuesto al de Santiago Nieto: “Mis condolencias a la familia de Luis Echeverría por el deceso ocurrido hoy. A Echeverría le toca cerrar una época de la historia de México llamada “nacionalismo revolucionario” y abrir las puertas a la globalización. También el cambio de la guerra fría en un mundo multipolar. Destacan su imaginación política, su mexicanismo y haber promovido el más alto salario de los trabajadores en toda nuestra historia”.
He aquí las dos caras de un recuento, por una parte el juicio de la historia que resume Santiago Nieto en su repaso incompleto de las barbaridades asociadas a Luis Echeverría Álvarez. Por otra parte el rescate de una imagen de presidente progresista y vinculado a las causas del tercer mundo. Muere Luis Echeverría Álvarez el viernes 8 de julio serenamente a los cien años de edad en su casa de Cuernavaca.
Muere con la desventaja de morir después de haber vivido tanto. Vio morir a su compañera de vida por 54 años, también a su hijo Álvaro quien se suicidó en 2020. Muere también en la impunidad porque nunca fue castigado por los crímenes que cometió, aun cuando deja este mundo como imputado en el delito de genocidio.
Expresa Echeverría la doble cara del príato las cuales observé cuando era estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Había regresado desde Guatemala a México en 1970 después de vivir mi primera infancia en la ciudad de México. Acostumbrado a vivir la brutalidad de las dictaduras militares en mi patria de origen, Echeverría me parecía un hombre progresista hasta que supe de su papel en la matanza de Tlatelolco y presencié la matanza del 10 de junio de 1971. Y luego me enteré de la guerra sucia en Guerrero y de la desaparición forzada de militantes revolucionarios.
Era Echeverría la encarnación más prístina de la cultura política príista. Autoritario, oscuro y probablemente perverso. Demagogo, portador de un nacionalismo revolucionario, solidario con los desterrados por las dictaduras latinoamericanas. Era acompañado en las muestras nacionalistas, por su esposa Doña Esther Zuno de Echeverría. Doña Esther, quien solía vestir atuendos indígenas, ofrecía agua de jamaica en las recepciones oficiales, y quien fue amortajada al morir con un traje tehuano. La primera dama de la nación, quien solía pedir que la llamaran “compañera Esther”.
Mujer inteligente y sensible a lo nacional popular sin duda, compañera del mandatario que recibió con bombos y platillos al presidente Salvador Allende en ocasión de su visita a México en 1972. El mismo que después abrió de par en par las puertas de México al exilio chileno, como antes se las había abierto al exilio boliviano y a todos los exilios latinoamericanos. Al mismo tiempo, Echeverría y Gustavo Díaz Ordaz su jefe entre 1964 y 1970, mantenían oscuras relaciones con la agencia central de inteligencia de los Estados Unidos de América, la CIA.
Permanecen en mi memoria algunos de los eslóganes que acompañaron a su sexenio: “vamos a jalar parejo”, “arriba y adelante” “ni de izquierda ni de derecha, todo lo contrario”. Como ha sucedido en varias ocasiones, el endiosamiento que propiciaba la cultura presidencialista del priísmo, hacía perder el piso a los admiradores del presidente en turno. Recuerdo haber oído rumores de que Echeverría tenía tanto prestigio, estaba tan fuerte al final de su sexenio, que no sería raro que rompiendo una férrea tradición política en México, podría ser reelegido.
No pasaba de ser una fantasía el anterior aserto. José López Portillo, su amigo de toda la vida, testigo de su boda con Doña Esther (a quien Echeverría conoció en casa de Diego Rivera y Frida Kahlo), hizo lo que todos los presidentes priístas hacían con el presidente anterior: lo mandó muy lejos de México, específicamente como embajador en Australia, Nueva Zelanda y las Islas Fiji.
A su turno, al propio López Portillo le tocaría vivir la marginación que solían sufrir los presidentes imperiales cuando dejaban de serlo. Entre la andanada de cuchilladas arteras que recibió, pareció estar una que le propinó su amigo de siempre. Tengo presente el desplegado que publicó López Portillo, parafraseando a Julio César cuando Bruto lo acuchilló: “¿Tú también Luis?”.
Pero advierto que habiendo esquivado la justicia del Estado, el juicio de la historia lo ha alcanzado. La mayor parte de las noticias que dan cuenta de su fallecimiento, hablan de guerra sucia e impunidad. Las mismas palabras que le escuché decir en 1989 en Managua a Doña Rosario Ibarra de Piedra, cuando en el magno evento de aniversario de la revolución sandinista, lo acusó de asesino. Echeverría la escuchó mientras su rostro lívido miraba hacia un punto perdido. La defensa que de él hizo en dicho evento Augusto Gómez Villanueva, no le quitó el golpe. Ese golpe se lo lleva a la tumba, y con ese golpe perdurará su memoria.
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