La guerra simbólica es un modo específico del golpe de estado del siglo XXI, es un estado de excepción acompañado por la sociedad del espectáculo.
Lo que ocurre en Argentina no es una batalla cultural entre adversarios. Así como el exterminio de 1976 tuvo a la guerra fría como una de sus claves mayores, Argentina, más allá de los gobiernos de turno, forma parte esencial de " la acumulación por desposesión" que despliega la maquinaria del capitalismo actual.
Los medios llamados hegemónicos, no sólo producen sino que propician a través de todos sus recursos una presión de alta intensidad sobre el aparato psíquico estresado de la población.
La evidente instigación al exterminio se desarrolla en forma sostenida y tiene una relación estructural con los episodios violentos que alcanzan su clímax en el intento de magnicidio. Saben que llegarán los tiempos o al menos eso intentan, de lograr una Argentina sin tejido político e institucional que haga de límite, a lo que puede ser el resultado mortal para la Nación: la ulterior balcanizacion del territorio y el reparto de sus variadas riquezas. Los dos grandes actores de este futuro serán China y EE.UU según el lugar en el que cada uno se encuentre en su contienda hegemónica.
Una formación política está hecha, en un sentido tradicional, para dar una batalla cultural y no para una guerra simbólica. Una formación política no es una máquina de guerra, la derecha argentina sí lo es. Está monitorizada, supervisada y teledirigida desde el exterior, y a partir de distintas conexiones reticulares que solo tienen como fin en sí mismo la reproducción ilimitada del capitalismo. Sin ni siquiera tener en cuenta el destino del planeta.
En este punto extremo solo se puede añadir que la derecha argentina posee una capacidad de daño mucho más poderosa y efectiva que las ultraderechas europeas que siempre tendrán más obstáculos para destruir el tejido institucional construido después de la segunda guerra.
La guerra simbólica es un modo específico del golpe de estado del siglo XXI, es un estado de excepción acompañado por la sociedad del espectáculo. En este aspecto, en la guerra simbólica, el insulto juega un rol central; el insulto es el límite del diálogo para luego producir su cancelación.
¿Cuáles son las posibilidades para que aún, lo que hoy por hoy denominamos democracia (de baja intensidad) pueda generar las condiciones de un sujeto político que se proponga resistir a estas nuevas formas de hibridación fascista?
Hay respuestas, pero como diría Dylan, la respuesta está "soplando en el viento".
Se sabe que siempre existirán los que saben leer lo escrito en el viento.
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