Poco más hay para decir -a pocos días de las elecciones en los Estados Unidos- sobre el triunfo de Donald Tump, el Nerón contemporáneo, el que tañe la lira en el mundo incendiado -como otrora Roma- que nos ha caído en suerte.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
Toca, entonces, lamentarlo, hacer el recuento de daños en la resaca de la batalla que libraron en el norte y que lo deja como jefe del imperio encabritado ante la merma de su potencia otrora indiscutible.
Hay quienes sostienen que ganara quien ganara, era lo mismo. Pero no. Donald Trump es el paradigma del tipo de político que caracteriza a las derechas populistas, las que cosechan apoyos masivos entre los frustrados y rabiosos de sociedades cada vez más desiguales.
Hay quienes sostienen que ganara quien ganara, era lo mismo. Pero no. Donald Trump es el paradigma del tipo de político que caracteriza a las derechas populistas, las que cosechan apoyos masivos entre los frustrados y rabiosos de sociedades cada vez más desiguales.
Antes de él, el del primer mandato, el modelo no había aún coagulado totalmente. Con él se corporizó y se hizo tangible, adquirió forma y prefiguró un camino que no tardaron en transitar en esta nuestra América Latina politiquillos y politicastros de distinto pelaje. Tuvieron para ellos el manual que deben seguir para encandilar a las masas.
No es una moda ni una casualidad que todos se parezcan tanto puesto que no hacen sino seguir una fórmula, la establecida por el padre putativo de todos ellos, el que ha mostrado que no hay necesidad de ser inteligente, ni buen orador, ni tener cultura alguna para liderar movimientos de masas que pueden cambiar el panorama político de un país.
Donald Trump es el catalizador de esa corriente política que gana espacio en el mundo, una fuerza que reacciona no solo por desinformación y manipulación -como ya se ha dicho- sino por disgusto ante una realidad que tiene los recursos para mejorar la vida, pero que, por el contrario, cada vez la hace más precaria, más incierta, más constreñida a una cotidianeidad alienante.
Entre el polvazal que levanta la crisis civilizatoria en la que nos encontramos, aparece Trump y los trumpitos como expresión de la ansiedad y la angustia que provoca el futuro incierto. Un futuro tan terrible que muchos prefieren asumir la estrategia del avestruz para no ver lo que se prefigura en el horizonte y que estos especímenes niegan.
Los relámpagos de la tormenta iluminan el escenario caótico, el orbe cada vez más caliente, las catástrofes ambientales continuas y en todas partes, el sálvese quien pueda como consigna.
Que Donald Trump haya llegado nuevamente a la presidencia de la primera potencia mundial pone en evidencia y refuerza todo esto. En vez de abocarnos en unidad y sensatez a tratar de enmendar lo que tanto hemos dañado, elevamos al lugar de la toma de decisiones a energúmenos de los que con propiedad se puede dudar de su cordura.
Hay que tener claro que todo esto está pasando porque desde la década de los ochenta del siglo pasado, el capitalismo tardío dio rienda suelta a su fase neoliberal que profundizó sus lacras, agudizó las desigualdades y polarizó a la gente. Donald Trump y su cohorte de imitadores no son causa sino producto de la estela de enojo que ha provocado entre quienes no ven perspectivas de futuro viables.
Así las cosas, con el triunfo de Trump quienes nos llevan a marchas forzadas hacia el precipicio están de fiesta. Echan al redoble las campanas, brindan con champán -como anunció Orbán en Hungría- por su triunfo. Ojalá les dure poco la alegría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario