“¡Yo quiero romper las jaulas a todas las aves;
- que la naturaleza siga su curso majestuoso,
el cual el hombre, en vez de mejorar, interrumpe,
- que el ave vuele libre en su árbol;
- y que el ciervo salte libre en su bosque,
- y el hombre ande libre en la humanidad!”
José Martí, 1881[1]
Comprender ese valor, y ejercerlo, demanda trascender la lectura liberal anticlerical aún extendida entre buena parte de nuestra intelectualidad de capasa medias. No faltará, en efecto, quien asuma como elemento de desdén que la ecología política vaticana considere que se vive en un mundo creado por una fuerza sobrenatural, que debe ser comprendida a partir de un cuerpo de doctrina elaborado entre 5 y 2 mil años atrás, que limita su utilidad como criterio de conocimiento y valoración de los problemas contemporáneos.
Por contraste, la moderna ecología política considera que vivimos en un mundo producido por el trabajo de los humanos a lo largo de al menos cien mil años. Ese proceso se desarrolló en el marco de la biosfera formada a partir de procesos naturales, produciendo una noosfera en constante ampliación, las cuales guardan una relación muy cercana a la que nuestra cultura reconoce en el vínculo entre la naturaleza y el ambiente.
Para mediados del siglo XX, la expansión de esa noosfera llevó a una creciente incidencia de factores socio-tecnológicos en su relación con la biosfera. Esto contribuyó a generar a una nueva fase evolutiva, el Antropoceno, en cuyo marco los factores de origen antropogénico superan a los no antropogénicos en su capacidad para transformar las normas de funcionamiento de la biosfera.
Así, una noosfera enloquecida pasa a generar alteraciones en los regímenes del clima y en el funcionamiento de los sistemas ambientales. Esas alteraciones expresan a un tiempo la creciente inequidad en las relaciones entre los humanos y su entorno natural, y la de los procesos de trabajo y convivencia social asociados al mismo, en todo lo que va de la expansión del extractivismo y de la contaminación de la biosfera asociados a la lucha incesante por el crecimiento económico sostenido.
A eso se refiera Laudato Si’ cuando, ante la visión liberal aún dominante en la geocultura mundial, con su adicción al legalismo, al recurso unilateral a las soluciones tecnológicas, y a la preservación de la inequidad en las relaciones interestales, plantea el problema a encarar en los siguientes términos:
Cuando se habla de “medio ambiente”, se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una respuesta específica e independiente para cada parte del problema.
Esto, agrega, exige “buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales”, puesto que
No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza.[2]
Una lectura de Laudato Si’ desde y para su circunstancia confirma que las grandes corrientes del pensar contemporáneo interactúan y se deslindan entre sí ante cada uno de los problemas de una misma crisis, resaltando aquellos en que les resulta más sencillo expresar sus propias premisas. Aquí, los liberales prefieren la comodidad de las ramas, mientras otros optan por ir a la búsqueda de las raíces de los problemas que afectan a todos.
En el marco de esa tensión de los humanos entre sí, tan propia de periodos de transición histórica como el que vivimos, documentos como Laudato Si’ hacen parte de aquel proceso en el cual
cada fase histórica deja huellas de sí en las fases sucesivas, huellas que son, en cierto sentido, el mejor documento. El proceso de desarrollo histórico es una unidad en el tiempo, por la cual el presente contiene a todo el pasado y del pasado se realiza en el presente todo lo que es “esencial”, sin residuo de un “incognoscible” que sería la verdadera “esencia”. Lo que se ha “perdido”, lo que no ha sido transmitido dialécticamente en el proceso histórico, era por sí mismo irrelevante, era “escoria” casual y contingente, crónica y no historia, episodio superficial, digno de ser olvidado, en último análisis.[3]
Aquí, en nuestro tiempo, buena parte de esa escoria corresponde al fetichismo del dinero y la tecnología dominante en la geocultura del sistema interestatal realmente existente. Por su parte, resultan cada vez más pertinentes elementos que bien podrían parece obsoletos a ese fetichismo, en lo que va del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís a los Versos Sencillos de José Martí y la Teología de la Liberación, de Gustavo Gutiérrez.
Desde esta perspectiva, un ejercicio de “ingeniería inversa” podría ser útil para comprender mejor las afiliaciones sociales y políticas de otras corrientes. Hay una importante impronta anarquista en mucho de la ecología política del mundo iberoamericano, como hay una liberal - demócrata en mucho de la del mundo Noratlántico. Esa ingeniería, si llegara a ser hecho, facilitaría entender mucho mejor las contradicciones que animan la dimensión socio-ambiental de la geocultura de nuestro tiempo en todo lo que va de la negación a la sostenibilidad del desarrollo humano, a la demanda de ese dearrollo para poner remedio a los males que genera la ideología del crecimiento sostenido.
Desde esa necesidad, la visión de la crisis socio-ambiental que nos ofrece Laudato si' hacen de la Encíclica un documento de teología política, que convien abordar como tal. Ella, en efecto, rompe el consenso neoliberal para plantear la necesidad de encarar sus consecuencias socio-ambientales. Fue desde esa perspectiva, por ejemplo, que el economista ambiental mexicano Gabriel Quadri intentó mitigar el impacto político de la Encíclica en un breve artículo titulado El papa Francisco y el planeta, que aún vale la pena leer.[4]
Una década después, la bancarrota económica y moral del neoliberalismo confirma el aporte de Laudato Si’ a la batalla de ideas de nuestro tiempo. Identificar los términos en que ha de darse esa batalla; el papel que en ella cumplirán el reformismo liberal y el neobakuninismo; las opciones de contraofensiva del neoliberalismo; asumir al movimiento ambientalista desde la ecología política, y prepararnos para el recrudecimiento de la lucha ideológica en su seno: estas tareas ganarán en importancia ante el recrudecimiento de las contradicciones generadas por la crisis socio-ambiental por la que atraviesa la lucha por la creación de la noosfera que demanda la sustentabilidad de un desarrollo humano que solo será posible en un marco equitativo en lo social como en lo natural.
Aquí radica el núcleo de nuestra crisis socio-ambiental en el plano la cultura. Y si entendemos que la política es a fin de cuentas cultura en acto, podremos entender la urgencia de educarnos para ejercernos en los términos necesarios para llegar a andar libres en la humanidad.
Alto Boquete, Chiriquí, 4 de noviembre de 2024
[1] Cuadernos de Apuntes, No 5 [1881]. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1975. XXI, 163.
[2] Carta Encíclica Laudato Si’ Del Santo Padre Francisco Sobre el Cuidado de la Casa Común (2015: pgr 139)
[3] Gramsci, Antonio (2003:106): El Materialismo Histórico y la Filosofía de Benedetto Croce. Nueva Visión, Buenos Aires.
[4] Para ello, por ejemplo, intenta remitir los cuestionamientos de la Encíclica a las malas influencias del populismo latinoamericano.
https://www.eleconomista.com.mx/opinion/El-papa-Francisco-y-el-planeta-20150625-0007.html
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