Donald Trump baila en la tarima y sus seguidores lo aplauden a rabiar. Viéndolo moverse como torpe juguete de cuerda, con la cara constreñida en una esquina del escenario, uno atisba la razón por la que tanta gente gusta de la música de Bad Bunny: estamos en una época de decadencia y pérdida de rumbo.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
La campaña de Trump ha sido una catarata de mentiras, idioteces, ofensas y vulgaridades. Un hombre como él no debía de haber llegado a ningún lado, pero, por el contrario, no solo tiene éxito, sino que se ha transformado en modelo de politiquillos que, siguiendo sus pasos, también cosechan aplausos y risas benévolas por sus exabruptos estúpidos. Parece ser el tipo de político del neoliberalismo tardío, cuando lo que resta -después de la tierra arrasada que ha dejado tras de sí- es el nihilismo ante el futuro que cada vez parece ser más oscuro.
Es la decadencia lenta y dolorosa de un imperio. Dominan los locos y los vulgares. Las extravagancias de Trump y su compinche, Elon Musk, son dignas de un circo desquiciado en el que solo tienen cabida porque poseen el instrumento del poder por excelencia en la sociedad capitalista, capital, dinero suficiente como para aparecer como seres especiales dignos de determinar el destino de millones, inclusive el nuestro.
Donald Trump baila, espástico, sobre las tarimas mientras seres que sufren los desmanes del imperio los ven ansiosamente. Los acosados cubanos, que de él solo pueden esperar otra vuelta de tuerca del criminal bloqueo; los venezolanos, que pagan caro su atrevimiento de querer un país soberano; los gazatíes, bombardeados hasta el exterminio por el formidable aparato bélico occidental maniobrado por el estado sionista; los ucranianos, puestos como cabeza de turco de la OTAN. Así sucesivamente, en las cuatro esquinas del mundo, en el Mar de la China o el mar Caribe; en Somalia, Etiopía, Gana o Nigeria, en donde es devastado el desierto o la selva profunda; en Taiwán o Haití; en cualquier lugar el planeta.
Tragedia la nuestra ver al monigote que baila y saber que puede ser el que maneje el botón nuclear que nos borre a todos de la faz de la Tierra. Lo que más provoca es impotencia, frustración, enojo. Si ese tipo de especímenes son los que orientan el destino del mundo, los premiados con el éxito, los aplaudidos por las multitudes, los encumbrados en los hemiciclos ¿para qué el trabajo honrado, el esfuerzo constante, la perseverancia, el respeto por el prójimo?
Vivimos en un mundo vuelto de cabeza, y Donald Trump es su paradigma, la encarnación contemporánea del becerro de oro, y como tal se le rinde pleitesía. El becerro transformado en tramposo, pomposo y vacío politicastro, que se aprendió el canto de las sirenas y lo entona frente a quienes no pueden ver al rey desnudo.
En pocos días sabremos si este señor de sonrisa artificial y baile espástico volverá a sentarse en el sillón del emperador que nos ha tocado en turno. ¡Que tristeza que tanto dependa de tan poco!
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