Potosí tiene el 50% de las reservas mundiales de litio, usado en celulares y computadoras. Pero la indigencia es del 60%.
Pablo Stefanoni / Clarín y Rebelion
(Fotografìa: manifestaciones sociales en Potosí / Telesur)
"Dignidad” era la palabra más escuchada ayer [12 de agosto] en la asamblea de organizaciones sociales y fuerzas vivas que mantiene paralizado y bloqueado a Potosí desde hace quince días por un conflicto de límites con Oruro y en demanda de proyectos productivos. Ayer se votó la propuesta de tomar físicamente la mina San Cristóbal, un megaproyecto en manos de la transnacional japonesa Sumitomo que produce plata, zinc y plomo en medio del auge de los precios internacionales. Y se discutía cómo negociar manteniendo la presión, antes de que la ciudad se ahogue a sí misma por el cerco. El gobierno dice que los potosinos están manipulados por grupos de derecha y los acercamientos fracasaron.
Bolivia vive un boom de la actividad minera, pero los potosinos denuncian que los beneficios no les llegan. En una pequeña asamblea improvisada ante este periodista, todos se quejan de haber sido la vaca lechera de Bolivia con sus minerales y hoy son el departamento con peores índices de desarrollo humano: más de seis de cada diez habitantes de este departamento del sudoeste boliviano están en la pobreza extrema y la tasa de mortalidad infantil es de 101 por cada mil niños nacidos vivos, según un informe del PNUD. Pocos creen que el litio –el nuevo recurso salvador de Bolivia– los salve a ellos.
El salar de Uyuni tiene cerca del 50% de las reservas mundiales de este mineral del futuro, que se usa para fabricar baterías de celulares y computadoras, y se utilizará también para las de autos eléctricos. Varios países ya pusieron el ojo en el litio boliviano. De hecho, Evo Morales viajará a fin de mes a Seúl, donde la estatal surcoreana Korea Sources Corporation (KORES) puso en marcha un proyecto sobre tecnología para procesarlo.
“Vivimos sin tecnología, sin agroindustria; aramos con bueyes, no hay ayuda”, resume Marco Cuenca Paco, ex líder del ayllu Kasa, ataviado con ropas tradicionales y un celular colgado al cuello. Forma parte de un grupo de originarios que llegaron a Potosí a “fortalecer las medidas de presión”. Sin embargo, la mayoría de los campesinos se mantienen bajo las direcciones oficialistas, y la rebelión potosina se siente más en la capital y en los pueblos. De hecho, ayer se quejaban de que en el sur fronterizo con Argentina los pobladores no se sumaron a los bloqueos. “Vivimos igual que en la colonia, tenemos zinc, cobre, uranio; ahora vienen los iraníes que quieren sacar esos recursos para su bomba atómica”, dice un dirigente de un pueblo ubicado a 20 km. de Potosí capital, donde “se explota la piedra caliza pero un magnate boliviano, hijo de un gringo, se queda con los beneficios”. “Bolivia nos debe”, “Esta protesta no es política”, “Acá Evo ganó con el 70% y ahora se olvida”, repiten los huelguistas.
Todos insisten en que son un pueblo de migrantes, sin oportunidades. Muchos fueron a Argentina, pero centenares de mendigas de la región minera del norte de Potosí ya cambiaron el paisaje de las grandes ciudades bolivianas con sus vestidos color ocre, como la tierra seca de donde salen por temporadas.
Otros campesinos decidieron apostar al narcotráfico o el contrabando.
“¿Y creen que el litio los puede ayudar?”, pregunta este cronista.
“Si lo entregan a las transnacionales ni un centavo va a quedar acá. Ese litio es nuestro”, responden varios casi al unísono. Y “nuestro” es potosino.
La psicología del saqueo, desde que la España colonial acuñaba sus monedas con oro de Potosí, moldea casi todas las opiniones. El emblemático Cerro Rico, incansable fuente de plata que hoy tambalea debido a la explotación descontrolada, sintetiza la sensación de crisis en medio de un boom que no todos pueden ver. Pero hoy se conformarían con un aeropuerto y algunas fábricas.
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