Los logros de los cuatro gobiernos de la Concertación están consolidados. Ahora es necesaria una visión que dibuje nuevos horizontes, ya que la actual demanda ciudadana va más allá de la lógica política con la cual esos logros se concibieron.
Manuel Barrera Romero / Especial para Con Nuestra América
Desde Santiago de Chile
Es nuestro interés hacer una reflexión acerca del aporte político y social que significó esta coalición de centro izquierda, en tanto gobierno, así como de sus falencias en esos ámbitos. Se hace desde el punto de vista del ciudadano que no tiene el compromiso que se supone tienen los militantes de los partidos, ni cuenta con la información que emana de entrevistas y/o conversaciones con la elite dirigente, pero que se interesa por el destino de nuestra sociedad. Pretendemos terminar este empeño con algunas ideas acerca de una política progresista y transformadora para el mediano plazo. Este artículo da comienzo a esta tarea, que trataremos de proseguir.
Es obvio que si se consideran preferentemente los aspectos políticos y electorales hay que afirmar que el término del gobierno militar y el acceso a la dirección del Estado, en 1990, de un Presidente electo por voto popular, implicó un logro histórico gigantesco para el país que trajo libertad, mayor normalidad en la vida de los ciudadanos y, sobre todo, recuperación de derechos individuales y colectivos, especialmente cívicos, para los chilenos. La Concertación tuvo un rol central en el proceso que permitió que ello fuese posible. La libertad y el imperio de la ley, en términos generales, quedaron asegurados por el nuevo pacto político, durante sus cuatro periodos presidenciales de veinte años de duración.
En su transcurso se produjo una creciente recomposición del tejido social que paulatinamente se acompañó con movilización social. También se constata un notorio progreso material en el país, especialmente en infraestructura física. La democracia y la acumulación capitalista trajeron importantes y visibles transformaciones en variados ámbitos de la vida nacional. El Estado aumentó y perfeccionó sus políticas sociales, lo que resultó en disminución de la pobreza. Las políticas fiscales y la apertura económica permitieron el crecimiento de la economía de un modo persistente. Nada de ello está en duda. Y es por todo eso que el país de hoy parece muy distinto al de ayer.
Pero hay otros aspectos menos claros y algunos francamente grises que no nos permiten concordar, a priori, con el pretendido carácter modélico de la transición realizada. Tales aspectos podrían explicarse porque ella partió desde una situación muy controlada y vigilada, bajo acuerdos negociados de estricto cumplimiento, sin que el gobierno democrático tuviese el mando de las fuerzas armadas. El poder económico así como el comunicacional tampoco le pertenecían. Y ese es uno de los motivos por el cual la transición se prolongó tanto en el tiempo y la razón por la falta de consenso acerca de su término, tantas veces anunciado y tantas veces desmentido.
Sin embargo, al día de hoy se puede afirmar que si la misión principal de la Concertación fue realizar la transición política de la dictadura a la democracia, ella está hecha. La alternancia producida al asumir un gobierno de derecha confirma tal aserto. En este respecto la Concertación cumplió lo principal de su misión histórica. Lo hizo…“en la medida de lo posible”. Esta transición no significó la transformación substancial de la institucionalidad política, económica, estatal concebida por el régimen militar. Y eso está pendiente: hubo transición política, hubo progreso económico y social, pero no hubo transformación ni socioeconómica ni institucional. Desde el régimen militar a la fecha, el crecimiento económico ha sido producto de la inversión y acumulación del gran capital, en el contexto de un neoliberalismo apenas morigerado por el “crecimiento con equidad”. Por otra parte, la Constitución, en lo principal, es la de Pinochet.
A partir del gobierno de derecha se ha dado inicio a una nueva etapa tanto de la vida política del país como de la coalición actualmente opositora. Ello ha puesto los asuntos políticos en otra perspectiva temporal: el futuro. El pasado permite tener más luces sobre las dificultades del presente, pero el futuro habrá de construirse con una nueva visión. La crisis política que vive la coalición obliga también a ello.
El gobierno de derecha y la crisis de la Concertación, han traído a la política chilena una importante cuota de incertidumbre. Pocos actores se han orientado con claridad ante la nueva situación. La Concertación deberá dotarse (como los demás) de una nueva estrategia que, a la vez, supere e integre a sus partidos con la posibilidad de que ella deje fuera en definitiva a algunos sectores que estuvieron dentro o que incorpore a otros que están fuera. Pero, sobre todo, deberá superar las deficiencias conductuales de sus integrantes, asumir nuevos temas, abrirse a resolver de algún modo sus actuales contradicciones (como las valorativas) y darse una nueva mística que supere las frustraciones, las tendencias autísticas y las ambiciones personales. Ella empezó como una coalición de centro izquierda, pero la necesidad de darle gobernabilidad al país, en la difícil primera etapa, privilegió la estrategia de los consensos (concertación/derecha) lo que fue, por la misma lógica de la estrategia, transformando su política en una de centro propiamente tal y, en no pocas ocasiones, en una francamente de derecha.
Si la Concertación agotó su capacidad para gobernar el país hacia el desarrollo político, económico y social con reducción progresiva de las desigualdades sociales y territoriales, con franca redistribución del ingreso, con participación ciudadana, tiene, pues, sólo dos posibilidades: a) cambiar profundamente su enfoque programático; o b) no pretender ser gobierno en el futuro.
Si la transición a la democracia está realizada ¿para qué quiere ser gobierno la Concertación en un quinto periodo presidencial? Esta es la pregunta a contestar. Porque si lo que se ofrece a la ciudadanía es más de lo mismo, habría que sopesar con detención la validez de tal pretensión. Los logros de los cuatro gobiernos de la Concertación están consolidados. Ahora es necesaria una visión que dibuje nuevos horizontes, ya que la actual demanda ciudadana va más allá de la lógica política con la cual esos logros se concibieron.
El país y el mundo son ahora diferentes a lo que fueron no sólo en 1990, sino inclusive en el 2000. El vergonzoso fracaso del capitalismo financiero, una globalización sin gobierno, la irrupción de las nuevas tecnologías, requieren para nuestro país una estrategia política capaz de enfrentar situaciones inciertas y potencialmente peligrosas, como las que se viven ahora mismo. Lo lógico es que la Concertación abra puertas y ventanas y plantee al país un proyecto para el mediano plazo que, apoyándose en lo positivo de su trayectoria, movilice otra vez el entusiasmo y las esperanzas del ciudadano común. Esta es hoy la tarea principal.
¿Quién podría convocar a estas reflexiones y debates, y velar por su éxito? La dirigencia política responsable junto a gente de la cultura, líderes de organizaciones sociales y científicos interesados en el devenir político y social. Una convocatoria amplia, variada, que sobrepase los límites de la elite política. El nuevo proyecto, de ser exitoso, ha de emanar de diferentes escenarios: la sociedad política (partidos, centros de apoyo); la sociedad civil (organizaciones juveniles, sindicales, territoriales, educacionales); la participación del pueblo independiente. El desafío es que los ciudadanos, auténticos titulares del poder democrático, tomen parte principal en esta tarea. Con ello se podrían consolidar potentes vínculos entre la Concertación y la sociedad civil, sin los cuales difícilmente esta coalición recobrará los niveles de adhesión que disfrutó desde sus inicios.
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