La paz, la esperanza y el desarrollo humano integral en México no radican en las soluciones del mercado o de las armas, sino en la subversión radical de un orden neoliberal expoliador, destructivo, antinacional y culturalmente enajenador.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Gracias a esa costumbre periodística de coleccionar documentos que pueden llegar a ser importantes, conservo entre mis archivos una entrevista realizada por dos reconocidos periodistas costarricenses para el derechista diario La Nación, en junio de 1994, al entonces presidente de México Carlos Salinas de Gortari. El texto de la entrevista, exultante de pensamiento único, llevaba por título una frase del mandatario: “Usamos los bienes públicos para remediar los males sociales”.
Deslumbrados por la retórica privatizadora, los comunicadores elogiaban el naciente milagro mexicano: “Para enfrentar las exigencias del mundo moderno y los desafíos del siglo XXI, México ha elegido el camino del cambio. (…) A través de la privatización de empresas estratégicas del sector público, el Gobierno de Salinas intenta, a base de mayor eficiencia y productividad, resolver los grandes males sociales de su país y, aunque la meta aún está lejos, en el horizonte ya despunta la esperanza…” Lo demás, es una una oda al dogmatismo neoliberal y a la ausencia de sentido crítico, que no vale la pena reseñar aquí, pues la historia se ha encargado de desmentir.
El México de Salinas de Gortari, como la Argentina de Carlos Ménem o la Venezuela de Carlos Andrés Pérez, fueron laboratorios de avanzada del neoliberalismo globalizador en América Latina. Sus promesas, expresadas en tono mesiánico, redentor y arraigadas en un discurso desprovisto de conflictos de clase, de desigualdades, de pasado y memoria, siempre apuntaron a la prosperidad individual para alcanzar el mejor de los mundos posibles: el pasaporte al Primer Mundo industrializado y desarrollado, como prometía Salinas de Gortari en ocasión de la firma del tratado de libre comercio de México con Canadá y Estados Unidos (TLCAN).
Pero la realidad mexicana, 17 años después del TLCAN, es otra muy distinta: según datos de organismos oficiales nacionales e internacionales, el 51% de la población, unos 54,8 millones de personas (a junio de 2009), viven en situación de pobreza; son mexicanos el 50% de los nuevos pobres de América Latina desde la crisis de 2008; ocho de cada diez indígenas en México son pobres; la desigualdad en la distribución de la riqueza campea a sus anchas: el 10% de la población –los más ricos- concentran el 41,4% del ingreso nacional; y al menos 7,2 millones de jóvenes de entre 15 y 29 años no estudian ni trabajan (La Jornada, 20/08/2009, 22/04/2010, 16/04/2011, 07/05/2011, 13/09/2011).
Es preciso decir, además, que pocos pueblos latinoamericanos han visto tan comprometida su posibilidad de ser nación, y la existencia de su especificidad cultural, como México a lo largo de sus dos siglos de compleja y delicada relación con los Estados Unidos: despojado de inmensos territorios en guerras de rapiña imperialista, colonizado por el capital, las industrias y el american way of life –como ocurre, de manera particular, en toda América Central y el Caribe-, y ahora, objeto del deseo de los intervencionistas norteamericanos, que pretenden combatir al narcotráfico fuera de sus fronteras.
Esta misma semana, por ejemplo, Rick Perry, gobernador de Texas y aspirante a la candidatura presidencial por el Partido Republicano, en un gesto de arrogancia imperial, aseguró que de triunfar en las elecciones de 2012, consideraría la posibilidad de enviar tropas a México para “matar a los cárteles de la droga y mantenerlos lejos de nuestras fronteras” (La Jornada, 02/10/2011).
El poeta y periodista Javier Sicilia, dirigente del Movimiento Paz con Justicia y Dignidad, describe con precisión esta emergencia nacional que vive México en una entrevista para el diario Clarín de Chile: “La guerra de hoy, el narcotráfico, el secuestro, la desaparición forzada, los asesinatos y feminicidios, son la consecuencia perversa del modelo económico, que se visibiliza en los dolores ancestrales del sureste mexicano; la muerte que acarrea la frontera norte se está corriendo hacia el sur, como consecuencia lógica de los agravios del poder económico que destruye a lo humano y a la naturaleza, habrá que ir al fondo de las cosas, a la raíz: la violencia en México es un síntoma de una violencia estructural”.
Se trata de un panorama francamente desolador, pero que, al mismo tiempo, define el rumbo del cambio verdadero al que debe apostar la sociedad mexicana en las elecciones del próximo año, aunque no puede limitarse a ese acontecimiento coyuntural: la paz, la esperanza y el desarrollo humano integral en México no radican en las soluciones del mercado o de las armas, sino en la subversión radical de un orden neoliberal expoliador, destructivo, antinacional y culturalmente enajenador. Y eso solo se puede lograr desde abajo.
Los pueblos mexicanos han dado ya más de una muestra de resistencia y valentía frente al embate neoliberal y las grandes transformaciones socioculturales de las últimas décadas: fue el alzamiento del EZLN en Chiapas, en 1994, el que inició las luchas continentales contra el libre comercio y el fetiche del desarrollo económico sin más, y además, aquella rebelión impulsó de manera decisiva, y bajo una lógica de relación con el poder inédita (mandar obedeciendo), el despertar de los pueblos indígenas como actores de primer orden de los cambios en América Latina.
Asimismo, su sociedad civil y sus organizaciones políticas progresistas también han combatido por la democratización del país y contra fraudes electorales, terrorismo mediático, entrega de recursos naturales y empresas públicas, el crimen organizado, la violencia, la impunidad y la negación de los derechos fundamentales del México profundo.
¿Sobrevivirá la nación mexicana a su actual crisis? Así debe ser: México es un baluarte de nuestra América. El legado de lo mejor de su cultura, del pensamiento social, político y económico, del latinoamericanismo y del humanismo de sus hombres y mujeres, está presente en la historia de las luchas revolucionarias y de liberación de muchos países de la región. Necesario es que ese México diverso y profundo se levante y venza una vez más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario