Las baterías políticas
desplegadas por las derechas, han impuesto un imaginario mediático sobre el
progresismo ligado al fracaso, la ineficiencia, la improvisación, la corrupción
y -con mucho esfuerzo cultural y simbólico- las están mostrando como el pasado
(lo viejo), no como la alternativa, un análisis contra-fáctico que ubica a las derechas
en el lugar del cambio y de lo nuevo.
CELAG
La agenda de disputas
electorales del continente avanza -se acercan 17 procesos electorales en 10
países –[1] y los debates sobre el futuro político de la región se ponen en
tensión para analizar las condiciones de las fuerzas y las debilidades de los
sectores populares y de los gobiernos progresistas latinoamericanos, ante la
gran ofensiva material, cultural y simbólica de los conservadores. Un debate
central para el continente, merecedor de un análisis cuyo objetivo sea la
síntesis de las herramientas propuestas por intelectuales, formaciones
políticas y organizaciones populares que vislumbren pautas de acción colectiva
en un momento con apariencia caótica y desgaste de las alternativas.
En el terreno de la
disputa no sólo interviene la forma exclusiva de la lucha electoral, aunque hoy
constituya el escenario trascendental y donde los proyectos políticos, tanto
conservadores como progresistas, han definido volcar sus estrategias.
Latinoamérica está en movimiento a través de importantes procesos
democratizadores por la defensa de los derechos humanos y sociales, con
variadas expresiones de la cultura y con hechos simbólicos de trascendencia,
aunque en las dos últimas décadas quedó clara la necesidad de tener –y
mantener- el control sobre la gestión del gobierno, porque esta garantiza la
concreción inmediata de las ideas en materia (leyes, obras, políticas públicas,
etc.)[2], es decir, es la forma de convertir los proyectos de futuro en
realidades palpables para la población, fundamentales para lograr el bienestar
social y la credibilidad popular sobre el propio proceso progresista.
Teniendo en cuenta los
debates en torno al progresismo y partiendo de que es un concepto que reúne una
diversidad de pensamientos y proyectos con estrategias y alcances distintos, se
han organizado cinco ejes de reflexión cuyo objetivo es pensar más allá de la
coyuntura y aportar al debate sobre los escenarios políticos-electorales por
venir
I. El liderazgo y la unidad
Tiene razón el
expresidente “Pepe” Mujica cuando dice que “el eterno problema de las fuerzas
del cambio es la lucha por la unidad, que significa respetar la diversidad y
aprender a componer columnas con gente que tiene matices, pero no dividir las
fuerzas del cambio porque eso es debilitarse frente a la derecha”[3], prueba de
ello son los vaivenes de los procesos progresistas respecto de la conducción
colectiva de los gobiernos, los defectos del viejo régimen político
presidencialista castiga como más a los proyectos nuevos o de cambio, puesto
que su carácter amplio, diverso y deliberativo les genera intensos debates y marcados
posicionamientos políticos, mientras que en los grupos de poder conservadores
se resuelven con pragmatismo y dadivas, de forma antidemocrática.
Los liderazgos, en tal
sentido, deben volcar su capacidad de competencia y conexión con los sectores
no convencidos, hablarle a las mayorías y no sucumbir ante la seducción del
liderazgo único a la interna de las formaciones políticas nacionales. En tal
sentido sirve mucho expresar la capacidad de renovación en las formaciones
políticas, aunque ello no signifique una discusión mecánica sobre lo nuevo y lo
viejo, que nunca termina de resolverse.
Dos experiencias nos
sugieren pautas para encarar los procesos electorales: la de Bolivia, donde
existen muchos liderazgos encargados de tareas distintas y complementarias,
volviéndose tan imprescindible Evo Morales como García Linera, Choquehuanca o
los líderes que sostienen las organizaciones sociales como la CSUTCB, la CTB,
la Bartolina Sisa. Bajo esta lógica, en Bolivia se repostulará un proyecto
político, no una persona, así sea liderada por el mismo presidente Evo Morales.
El otro proceso es el
ecuatoriano, donde el actual presidente Lenin Moreno pretende construir un
liderazgo propio, aunque ello signifique generar un clima de discordia con el
expresidente Rafael Correa y poner en discusión elementos del consenso del
movimiento Alianza País. Ello impulsa a constituir proyectos programáticos más
sólidos y procesos con mayor coparticipación de liderazgos como en Bolivia y
obliga a pensar en la necesidad de contar con una base crítica que obligue al
fortalecimiento de movimientos populares y sociales que tengan la fuerza para
encarar los cambios desde la sociedad, en sincronía crítica con las necesarias
acciones de gobierno
II. Autocrítica para triunfar y avanzar
Reflexionar sobre los
errores, facilita construir anticuerpos resistentes a los virulentos ataques de
los proyectos conservadores de la región. En ello coinciden tanto detractores
(de izquierda) de los procesos progresistas, algunos de sus amigos o aliados, e
incluso algunos de sus líderes. La autocrítica podría servir de herramienta
para corregir a tiempo, sobre los errores propios y permite ver los flancos
abiertos por donde se cuelan las acciones de la ofensiva conservadora, que se
renueva, pero mantiene las ya conocidas acciones de sabotaje económico,
político, militar y cultural, inoculadas con el apoyo de los Estados Unidos,
desde los tiempos del derrocamiento del gobierno de Allende en Chile
(1970-1973).
Pensar que todo se hace
bien, podría atribuírsele a una forma de ver el mundo con soberbia, aquel mal
generado por la ignorancia. No revisar a tiempo los errores impide la
creatividad y la iniciativa política, lo cual requiere generar mecanismos de
análisis situacional que tengan en cuenta, o al menos escuchen, las voces
críticas siempre existentes en los procesos, cuyos planteamientos no se
incluyen a veces por sectarismo, otras por negación y por auto-referencia. Pero
no sólo basta con reflexionar sobre los errores, actuar en consecuencia implica
aplicar una praxis decidida con modificar las situaciones identificadas como
erráticas y nocivas en los procesos políticos progresistas.
“La autocrítica es para
rectificar, no para seguirla haciendo en el vacío, o lanzándola como al vacío.
Es para actuar ya, señores ministros, señoras ministras (…)”[4], dijo Hugo
Chávez el 20 de Octubre del 2012, presentando su proyecto de gobierno 2013-2019
llamado Golpe de Timón, escrito a partir de un balance crítico de las
debilidades y fortalezas del proceso bolivariano, advirtiendo las dificultades
que estaban por venir en el terreno material, pero también subjetivo, producto
de la intensa guerra mediática y las dificultades económicas mundiales, así
como del propio proceso político local.
Develar yerros en los
procesos de gobierno no debilita a las fuerzas progresistas, les genera mayor
estatura ética. En ese sentido, Álvaro García Linera, vicepresidente de
Bolivia, plantea la necesidad de comprender las debilidades del devenir de los
procesos progresistas, sin perder de vista las capacidades de destrucción del
bando adversario donde están los Estados Unidos y los grupos conservadores
nacionales[5].
¿Cómo construir esa
autocrítica?, ¿cómo volverla eficaz para las campañas electorales? y ¿cuáles
dispositivos políticos se pueden construir para su corrección?, son algunas de
las preguntas que quedan al respecto, lo cierto es que no habrá triunfos
si no se analizan con profundidad las dificultades de los procesos progresistas
de la región, teniendo en cuenta su heterogeneidad y sus diferencias, para
enviar un mensaje al electorado de honestidad, capacidad de rectificación y
moralidad pública.
III. La economía como batalla cultural
Los proyectos
progresistas han logrado monumentales cambios en la vida de millones de
personas en la región, constatables con los datos de desarrollo humano de los
organismos multilaterales e inocultables por los detractores de diversos
pensamientos político-económicos, aún así, persiste un escepticismo social
respecto del cambio de orden social, una situación que se puede entender desde
la perspectiva de la intensa batalla cultural de orden material y simbólico que
se libra en la cotidianidad de la vida individual y colectiva. No se puede
obviar que se arrastran tras de sí las huellas del colonialismo y con toda la
fuerza las pautas del modo de vida americano, the american dreams, mucho
más si se comparte el planteamiento de Emir Sader de que “lo social es el tema
central en el mundo, no solo la desigualdad, sino la imposibilidad de la gran
mayoría de la gente de acceder a niveles básicos de consumo. No solo de bienes
materiales”.
Todo modelo económico
tiene repercusiones en la vida cotidiana de la población, ya que en sus
intercambios económico sociales están atadas las aspiraciones de bienestar ligadas
al consumo -al tiempo que se dan los procesos de explotación y exclusión por el
mercado del trabajo-, un tema de suyo contradictorio y discutible desde
diversos planos, pero que existe en el plano de la realidad y no sólo de la
abstracción discursiva de modelos ideales de sociedad, al estilo de recetas
teóricas ligadas a importantes asuntos como lo ecológico, que sin la mediación
de la lucha social y los avances en el control del Estado son impensables.
El desarrollo de procesos
de cambio surgen en condiciones donde la mayoría de la población está excluida
y empobrecida, que se convierten en el principal asunto a resolver desde el
Estado por los gobiernos progresistas, mientras que las demandas de
profundización de la democracia -que incluyan la justicia medioambiental, las
demandas de los feminismos, de las juventudes, entre otras-, deben tramitarse
en el plano de la tensión sociedad-Estado, donde las organizaciones populares
cumplen el papel democratizador y el Estado (conducido por fuerzas populares/progresistas)
deben facilitar los mecanismos institucionales para efectivizar esas demandas.
Cuanto más actuantes sean
las organizaciones sociales, más profundos serán los procesos de cambio, lo
contrario sería pensar en la estatalización de la lucha social. En tal sentido,
la economía con sus disputas relacionadas con la superación de la dependencia y
a la sujeción de la primarización, deben ser resueltas no sólo en el plano de
una política económica estatal heterodoxa, sino con una praxis democratizadora de
la sociedad que interactúen con el sentido común de las mayorías, que implica
una profunda disputa cultural por las relaciones con el consumo de bienes y
servicios, la noción de bienestar y de movilidad social, como parte de
cualquier proceso superador del modo de producción capitalista[6].
Así las cosas, las
propuestas en materia económica para los procesos electorales en ciernes
realizadas desde los progresismos, deben estar pensadas en función de sostener
las bondades de la heterodoxia económica que ha permitido la distribución de la
riqueza, y a la vez tendrá que pensar cómo mantener una relación con la
sociedad de forma dinámica y en tensión permanente, una sociedad que respalde a
las gestiones de gobierno a la vez de ampliar las disputas de profundización
por los cambios del orden social, teniendo como epicentro el concepto de lo
comunal, característico y disruptivo del pensamiento latinoamericano de los
últimos años, en especial propuestos desde Bolivia y Venezuela.
IV. Renovación y corrupción: los estigmas a superar
Los grupos conservadores
que han retomado los gobiernos en Latinoamérica, a través de golpes
parlamentarios como en Brasil o por elecciones como en Argentina, han centrado
sus ataques al progresismo fundamentados en la corrupción y la perpetuación de
funcionarios en los cargos burocráticos. El caso judicial de las coimas de la
empresa brasileña Odebrecht, ha quedado en la opinión pública como un caso tipo
de corrupción de los gobiernos progresistas, aunque en la práctica la corrupción
de este grupo económico haya sido sin discriminación política, y haya llegado a
los partidos derechistas brasileños, a la derecha de Santos, Uribe (en
Colombia) y Macri en Argentina.
La corrupción es un tema
de fondo de las democracias y debe ser tratado con el rigor que ello merece,
los proyectos progresistas de cara a los procesos electorales venideros deben
enfrentar con solvencia las preguntas del electorado, el cansancio ciudadano al
despilfarro de sus recursos y la utilización de estos para beneficio personal.
Es un debate sobre cómo está construido el régimen político en la región, donde
las empresas nacionales, las transnacionales norteamericanas y europeas
financian las campañas políticas, a cambio de hacerse como proveedores de
bienes y servicios del Estado, en un circulo virtuoso para los empresarios y
ruinoso para la democracia.
Además de enfrentar la
corrupción, el progresismo debe renovarse en especial actualizando los
proyectos políticos mirando hacia el futuro, celebrar las victorias y los éxitos
en materia de distribución de la riqueza deben darse al tiempo de emprender
nuevas gestas con mayores alcances. Un ritmo de gobierno superador, acorde con
los cambios que se van generando producto de las políticas inclusivas y de
derechos políticos, un ritmo acoplado a la acción de las organizaciones
sociales y populares, pues como ya se ha dicho no hay democratización o cambio
sólo con los arreglos institucionales y sin la participación organizada de la
población.
La lucha contra la
corrupción y la búsqueda por la renovación de las dinámicas políticas de
gobierno, implican por tanto discursos políticos electorales convocantes a la
acción conjunta sociedad y el Estado, ni mesiánicas, ni inalcanzables, donde la
idea de poder constituyente fluya de forma permanente, una enseñanza del salto
adelante del último proceso electoral desarrollado en Venezuela el pasado mes
de julio.
V. La derecha siempre se prepara para regresar
Las baterías políticas
desplegadas por las derechas, han impuesto un imaginario mediático sobre el
progresismo ligado al fracaso, la ineficiencia, la improvisación, la corrupción
y -con mucho esfuerzo cultural y simbólico- las están mostrando como el pasado
(lo viejo), no como la alternativa, un análisis contra-fáctico que ubica a las derechas
en el lugar del cambio y de lo nuevo.
Los grupos de poder
económico-políticos conservadores no se piensan sin el control del gobierno,
aunque sigan acumulando capitales y gozando de libertades plenas para
enriquecerse, por ello es preciso combinar la capacidad de resistencia
aprendida por años fuera del gobierno, con la capacidad de gobernar demostrada
en estos últimas dos décadas. Gobernar para todos a la vez de atender las
disputas con los sectores de poder resistentes al cambio del orden social
excluyente, pues estos siempre están preparándose para retomar las riendas del
gobierno, con golpes parlamentarios, campañas mentirosas, guerras judiciales, o
como en el pasado, con la fuerza de las dictaduras. La democracia participativa
y la justicia social no son promovidas por las derechas, cada grado de
democracia ha sido construido por la acción de las organizaciones populares y
sociales[7].
En tal sentido, se pueden
moderar las formas de comunicación política necesarias para mediar los
discursos de campaña, aunque resulte imposible modificar las aspiraciones de
cambio del orden social excluyente. La ola del proceso de cambio puede estar en
contra, aunque ello no significa ningún fin de ciclo o el ocaso de los
proyectos transformadores, las nuevas oleadas traerán consigo los aprendizajes
y partirán de los logros ya obtenidos[8].
NOTAS:
[5]http://www.vicepresidencia.gob.bo/IMG/pdf/derrotas_y_victorias.pdf y http://www.resumenlatinoamericano.org/2017/06/29/opinion-fin-de-ciclo-progresista-o-proceso-por-oleadas-revolucionarias-por-garcia-linera/
[7]http://www.memoriapoliticademexico.org/Textos/7CRumbo/Im/Pereyra-Sobre_la_democracia.pdf Ver
páginas 63 y subsiguientes.
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