Es
posible que estamos en la tercera y última fase de desarrollo capitalista. Urge
que sectores amplios de la sociedad en forma organizada asuman la
responsabilidad de tomar la dirección del país en el marco de un plan de
desarrollo nacional.
Marco A. Gandásegui, h. / Para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Enfrentamos
una realidad social cambiante. Hace unos pocas décadas teníamos un economía
basada en la agricultura y servicios que se prestaban a la ruta de tránsito. Las
fortunas se hacían conquistando el poder político y recogiendo las migajas que
repartía la posición geográfica del país. Una masa de trabajadores lograba
sobrevivir de un trabajo informal en los arrabales de las ciudades de Panamá y
Colón así como en las áreas rurales. Teníamos altos índices de analfabetismo y
de enfermedades transmisibles. Carecíamos de un Estado capaz de definir
políticas nacionales. Un sistema político inestable y subordinado a la potencia
hegemónica mundial de turno.
El
siglo XXI presenta un país bastante diferente al descrito más arriba. El poder
político está en manos de la clase capitalista financiera y quienes dominan la
ruta de tránsito (el entorno del Canal de Panamá). Todavía persiste una masa de
trabajadores informales en las áreas marginales de la ciudad de Panamá.
Coexiste con una clase obrera y capas medias insertas en el mercado de consumo.
Los índices de analfabetismo han disminuido a casi cero y se han erradicado las
enfermedades transmisibles. Los niveles educativos se estancaron y los
servicios de salud colapsaron para los trabajadores informales que representan
a más del 50 por ciento de la población.
Aún
cuando se logró que EEUU evacuara las bases militares que rodeaban el Canal de
Panamá, que levantaran las ‘estacas’ coloniales de la Zona del Canal y
entregaran la vía acuática en 1999, no se cuenta con un Estado capaz de definir
políticas nacionales. El sistema político sigue siendo inestable y dependiente
de la potencia hegemónica.
En
el siglo XX Panamá pasó por tres fases de desarrollo capitalista. El primero
fue la continuación de la versión del capitalismo mercantil dependiente. Una
inversión capitalista industrial muy fuerte (Ferrocarril y Canal) que
reproducía formas sociales de explotación capitalista de ‘enclave’. La misma
fue sustituida – a partir de la segunda guerra mundial - por el capitalismo
industrial dependiente con fuertes inversiones en tecnología norteamericana que
generó una clase obrera y una juventud combativas. A partir de la invasión
norteamericana de 1989, el consenso de Washington y las políticas neoliberales
desmontaron la industria y gran parte de la agro-industria. El cambio produjo
una sucesión de gobiernos conservadores (1990-2017) que desarticuló a las
organizaciones populares y logró desactivar la combatividad de la juventud.
La
burguesía industrial panameña que surgió y prosperó entre 1935 y 1980 abandonó
el sector manufacturero e invirtió sus capitales en el sector del capital
financiero. La banca panameña sustituyó la industria como la ‘locomotora’ de la
economía capitalista. Las reformas a los tratados del Canal con EEUU en 1936 y
1955 le dieron un fuerte impulso a la industria. Se suponía que el Tratado del
Canal Torrijos Carter (1977) – sin incluir el de Neutralidad – le daría el
impulso que necesitaba al sector industrial para ser competitivo. La consigna
de Torrijos de darle el “uso más colectivo” a los ingresos del Canal fue
reemplazado dos veces después de su muerte violenta en 1981. La primera vez por
el general Noriega, quien entre 1983 y 1987, intentó transformar la ex Zona del
Canal en un centro para la formación de un Ejército. La segunda fue después de
la invasión militar norteamericana, cuando Washington convirtió “el mercado
como la herramienta fundamental para determinar la asignación de recursos” del
Canal.
En
la actualidad, la Autoridad del Canal de Panamá recauda anualmente US$3 mil
millones que no pueden invertirse en proyectos de desarrollo nacional. En los
próximos 5 años serán más de US$15 mil millones. Cerca de US$10 mil millones
irán directamente a las arcas fiscales del gobierno. Están al servicio de las
grandes empresas corporativas extranjeras que invierten en proyectos que van
desde facilidades portuarias, ferroviarias, mineras, logísticas e inmobiliarias.
A
falta de un proyecto de desarrollo nacional, el país no tiene visión de futuro.
Ni siquiera puede aspirar a estudiar las ofertas que llegan al país. Empresas
de China Popular lanzaron la idea de construir un ferrocarril ‘bala’ entre la
ciudad de Panamá y la frontera con Costa Rica. Los gobernantes, a falta de
visión, sólo atinaron a darles la bienvenida.
Es
posible que estamos en la tercera y última fase de desarrollo capitalista. Urge
que sectores amplios de la sociedad en forma organizada asuman la
responsabilidad de tomar la dirección del país en el marco de un plan de
desarrollo nacional.
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