Nuestra
elite política e incluso “intelectual”, eurocéntrica, cipaya, colonialista y
entreguista habitualmente, mientras no vea amenazado sus intereses inmediatos,
reproduce una y otra vez dicha servidumbre en todos los ámbitos (políticos y
epistemológicos) que muchas veces legitima la situación neocolonial.
Abdiel Rodríguez Reyes / Especial para Con Nuestra
América
Desde Ciudad Panamá
En Panamá
hemos vivido diversas formas de colonialismo. Del siglo XVI a 1821, bajo
dominio Español; de esa fecha a 1903, un lapso de “anexionismo a la Gran
Colombia”, desde entonces, con “las intervenciones norteamericanas” (véase: La
Historia de Panamá en sus textos), que se consumarían con el enclave
colonial estadounidense para el control de la vía interoceánica, el cual duró
hasta el 31 de diciembre de 1999. Como resultado de la lucha generacional y el Tratado
Torrijos – Carter, se puso fin a ese enclave, de aquella fecha hasta la
actualidad, estamos en una situación neocolonial.
Es
imperativo analizar nuestra historia reciente bajo ese prisma y hacer un
diagnóstico del estado actual de la cuestión con respecto a nuestra relación
con los Estados Unidos, en un contexto mundial complejo de transición hacia un
mundo multipolar en donde China y Rusia jugarán un papel protagónico. Dos
razones saltan a la vista: primero, una economía dolarizada; segundo, el Tratado
Concerniente a la Neutralidad Permanente del Canal y al Funcionamiento del
Canal de Panamá; pero una de mayor peso que subyace, es nuestra posición
geográfica, en donde, por supuesto, Estados Unidos en su dinámica imperialista,
no descuidará. En ese sentido, es comprensible que la política exterior
estadounidense tenga sus intereses de transgredir los asuntos nacionales.
Además, la serie de escándalos, como Los papeles de Panamá, entre otros,
ejemplifican bien aquello que le escribiese Engels en una carta a Paul Lafargue
en 1892, caracterizando a Panamá como una caja de Pandora, abonan las
condiciones para el afianzamiento neocolonial.
Nuestra
elite política e incluso “intelectual”, eurocéntrica, cipaya, colonialista y
entreguista habitualmente, mientras no vea amenazado sus intereses inmediatos,
reproduce una y otra vez dicha servidumbre en todos los ámbitos (políticos y
epistemológicos) que muchas veces legitima la situación neocolonial. La pregunta
que nos sugieren los hechos es cómo romper con esa cadena, sin duda, es una
tarea sisífica, pero al menos comprenderla en su desenvolvimiento es un avance
en toda lucha que implique descolonización. Un momento clave de éste proceso,
fue la firma del Tratado Torrijos – Carter, que para Guillermo Castro
Herrera y Ricaurte Soler “tuvieron implicaciones políticas efectivamente
descolonizadoras”. Las cuales se encuentran en retroceso.
En el
régimen militar, en particular bajo la hegemonía torrijista, hubo avances en
esa línea, pese a sus limitaciones que se le indilgan, dicho proceso encontró
su mayúsculo resultado con el fin del enclave colonial y la incorporación de
las actividades económicas del Canal a la maquinaria del Estado panameño. Sin
duda hay bajones, contradicciones y elementos a ponderar en este proceso. La
invasión estadounidense a Panamá en diciembre de 1989 significó un golpe
certero a la moral del pueblo panameño, a partir de allí, hay un desmontaje de
todo esos avances.
Sobre lo
que implica la descolonización, Frantz Fanon nos advierte que: “como se sabe,
es un proceso histórico: es decir, que no puede ser comprendida, que no resulta
inteligible, traslucida a sí misma, sino en la medida exacta en que se
discierne el movimiento historizante que le da la forma y contenido”. Por ello,
la necesidad imperante de analizar el estado de la cuestión teniendo ese
horizonte al frente, el de los procesos en curso, en el cual no nos podemos
anticipar a los hechos, y nuestra única maestra de vida confiable es la
Historia. Tenemos que afinar nuestro análisis y praxis que estén encaminadas en
la encomiable tarea de la descolonización.
Al
respecto, Ricaurte Soler, al finalizar su libro La invasión de Estados
Unidos a Panamá. Neolonialismo en la posguerra fría, señaló que “para
Panamá, finalmente, la invasión, como toda tragedia aclaró las cosas. Y una de
ellas es la de que, aún como Sísifo, ha de continuar con el empeño […] de
autodeterminarse”, allí el gran dilema. Esto sólo se logra tomando conciencia
plena de nuestros procesos políticos de otrora y de ahora, para así, tener un
pueblo panameño capacitado para ser dueño de su propio destino.
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